Revista Cine
Vi la dirección en el programa del festival, chequé en Google qué tan lejos quedaba del hotel (25 minutos caminando) y, muy decidido, mi dirigí al cine Joia de Río de Janeiro a ver Las Oscuras Primaveras (México, 2014), tercer largometraje de Ernesto Contreras. No se me ocurrió preguntarle a nadie: ni modo que me fuera a perder. Pero, por supuesto, me perdí.Cuando me di cuenta, ya había caminado 50 minutos y ni luces del citado cine. De hecho, Google tenía razón: a los 25 minutos debí haber llegado a él. Y sí, llegué, pero no lo vi y me fui de largo. Cuando volví sobre mis pasos, la cinta había iniciado, así que me perdí los primeros 15 o 20 minutos de la película protagonizada por Irene Azuela, Cecilia Suárez y José María Yazpik. En esa primera e incompleta revisión, Las Oscuras Primaveras me pareció un paso hacia atrás de Contreras que, desde su notable opera prima Párpados Azules (2007) no había hecho más que el documental Seguir Siendo: Café Tacuba (2010). Aún más: no solo me resultó una cinta muy inferior a su ya mencionado debut sino, incluso, me llegó a molestar el retrato que se hace de los dos personajes femeninos encarnados por Azuela y Suárez. Pero, claro, como no lo había visto completo, al día siguiente lo vi de nuevo, como debe de ser, de principio a fin, y tuve que matizar el apresurado juicio inicial. Sigo pensado que Párpados Azules es un filme más redondo -y añado: mucho más agradable- pero Las Oscuras Primaveras dista mucho de ser una obra fallida. La cinta mejoró mucho, para mí, en su segunda revisada. Y es más: seguramente la veré en Morelia 2014, por tercera vez, porque allá estará en competencia. Pina (Irene Azuela) e Igor (José María Yazkpik) son amantes. Los dos están atados a una vida que evidentemente no desean: ella está divorciada y tiene un hijo, Lorenzo (Hayden Mayenberg), de unos seis años de edad; él está casado con Flora (Cecilia Suárez), con quien no puede tener hijos. Las frustraciones de ambos se extienden en sus respectivos hogares de distinta manera. Pina tiene arranques de desesperación y pega de gritos por lo caro que le va a costar a hacerle a Lorenzo un disfraz de león para el festival de la primavera, castiga al chamaco por el cochinero que tiene en su cuarto y le tira todos sus juguetes, o estalla cuando el moscamuerta niño chingaquedito se niega a comerse los hotcakes que le preparó. Por su parte, Igor saca todo el dinero que tiene en el banco y, nomás porque sí, compra una fotocopiadora ante el azoro histérico de su mujer, quien le pregunta, le demanda, le reclama, "¿para qué la compraste?", una y otra vez, como si fuera una especie de mantra que expresa la imposibilidad de ella de aprehender a ese tipo lacónico, inarticulado, que no ha podido darle hijos, aunque para Flora no hay necesidad de ello ("Te tengo a ti").La fotocopiadora, como el célebre refrigerador que resulta ser el detonante en Una Familia de Tantas (Galindo, 1949), es el signo que señala el fin del precario equilibrio entre Flora e Igor. Más aún, la máquina funciona como una suerte de leit-motiv estilístico, pues la puesta en imágenes a través de la cámara de Tonatiuh Martínez Valdez nos remite a la acción del fotocopiado, como esos encuadres en los que los personajes aparecen duplicados y reflejados en un espejo, o esa despedida de Lorenzo que se repite -edición de Valentina Leduc- una y otra vez como si estuviera pasando por una copiadora.Al ver Las Oscuras Primaveras por segunda vez, me percaté del tono desazonante que domina toda la cinta. No solo no hay salida para ninguno de los personajes sino que, incluso, cualquier posibilidad de libertad que tienen Flora, Pina o Igor, parece completamente ilusoria. En el caso de Flora, por una cruel vuelta de tuerca que no anotaré aquí. En el caso de Pina e Igor, ni siquiera cierto largo y apasionado encuentro sexual augura nada bueno para ellos. ¿No estará Pina cambiando un difícil niño, Lorenzo, por otro, aún más complicado, Igor? ¿No estará ella duplicando sus broncas? ¿Y cuánto tiempo tendrá que pasar para que termine siendo una (mala) copia de Flora?Hay un último punto que no puedo dejar de mencionar. Me parece que el guión escrito por Carlos Contreras está imbuido de ciertos visos de misoginia: ninguno de los dos personajes femeninos resulta particularmente agradable -por más que la señorita Azuela aparezca, como siempre, bellísima- y los dos se revelan como nefastos retratos femeninos, incluso complementarios. Aquí está la frustrada mamá divorciada que no sabe cómo criar a su hijo, y por allá tenemos a la frustrada esposa que sabe que su marido ya no la quiere. ¿Habrán estado leyendo los Contreras a Patricia Higsmith últimamente?