Es el año 1889 y nos encontramos en Whitechapel, un barrio de clase baja de Londres. Se trata de la misma zona que se vio atemorizada un año atrás por los asesinatos de Jack el Destripador. Un maníaco (o maníacos) cuya identidad sigue siendo un misterio. El inspector Reid debe mantener el orden en una zona en la que el progreso solo se acuerda de los humildes para pisotearlos. En su tarea, Reid cuenta con la colaboración del sargento Bennet Drake y del misterioso americano Homer Jackson.
La serie creada por Richard Warlow plantea tramas de carácter autoconclusivo para cada capítulo, con algunas otras historias de las que se dan pinceladas a lo largo de los episodios y que terminan, unas más y otras menos, resueltas al final de la temporada. El resultado es una serie de carácter procedimental con varias características que la diferencian enormemente de los típicos shows de este género, siendo la primera de estas características la ya mencionada contextualización en un barrio bajo del Londres del siglo XIX.
Trío de ases
Los protagonistas son tres investigadores con sus roles muy bien definidos: el inspector Reid (Matthew Macfadyen, Un Funeral de Muerte), quien perdió a su hija un año atrás, es el cerebro, el detective que dirige las investigaciones. El sargento Drake (Jerome Flynn, Juego de Tronos) es su compañero leal y la fuerza bruta del equipo, un ex-militar con algunos traumas de guerra. Homer Jackson (Adam Rothenberg, Tres Mujeres y Un Plan) parece un tipo adelantado a su tiempo, un médico forense con una enorme cantidad de conocimientos científicos almacenados en su cerebro, que no se sabe bien dónde los aprendió.
Jackson, inmigrante estadounidense en Londres, parece un elemento referencial a otros productos audiovisuales. Resulta curioso que el forense sea del mismo país que ha puesto tan de moda las series procedimentales relacionadas con la investigación criminal más apegada a la ciencia, con CSI como máximo representante. Además, su pasado, su actitud pendenciera, su relación con prostitutas y sus aires de pistolero (junto a cierta escena en el séptimo capítulo de la que no daré más detalles) le convierten en un personaje sacado de un western.
La temática social
Si esto es la civilización, considéreme muy interesada en ver lo que es la barbarie. – Deborah Goren
Uno de los puntos más interesantes de la serie es el foco que se pone sobre los más desfavorecidos de la sociedad. Los protagonistas de cada caso son individuos que viven en una mala situación, mientras la otra mitad ignora las desigualdades e injusticias sociales. Prostitutas, huérfanos o trabajadores explotados son algunos de los colectivos retratados aquí, estando los crímenes investigados conectados con las dificultades que atraviesan.
También es destacable (e incómoda) la justificación de la violencia policial que lleva a cabo el show. No es extraño ver a lo largo de los capítulos a los protagonistas sacar respuestas a los sospechosos a base de puñetazos y palizas. Nunca se equivocan con el sospechoso y siempre les lleva a buen puerto. Quizá solo sea parte de la representación de unas circunstancias duras, o simplemente un recurso fácil para dar más morbo, pero que los investigadores no paguen un precio por el uso de tales tácticas le da un cariz que no casa con otros planteamientos del programa.
Valoración final
La serie resulta un producto atractivo, entretenido e interesante que, sin embargo, no llega a apasionar ni a atrapar como otros relatos televisivos. Los actores realizan un excelente trabajo, los personajes son carismáticos, la ambientación es evocadora, la dirección impecable, los guiones inteligentes… sin embargo, hay algo que falta, esa chispa especial que, paradójicamente, algunos títulos con más carencias sí que tienen.