Si Rita Barberá hubiera nacido quince años antes, tal vez se hubiera librado de la muerte que sufrió, pero le tocó vivir una época en la que la política española se convirtió en cainita y rastrera porque los partidos y los políticos, asustados ante la rebeldía de una sociedad que ya no soporta la corrupción y el abuso, se comportan como miserables y la dejaron abandonada y despreciada, causándole un dolor infinito que, probablemente, le empujó hacia la muerte. Quince años antes de que los políticos y los jueces sintieran miedo porque los ciudadanos, indignados, empezaran a gritar "¡Basta ya!", en España muchos robaban a manos llenas, con total impunidad, sin que los ciudadanos reaccionaran, quizás porque llenos de ingenuidad y fe en el sistema, creían que los políticos elegidos en las urnas eran fiables y hasta tal vez los mejores. Rita Barberá fue condenada antes de ser sentenciada y lo hicieron al unísono una clase política de gran bajeza moral y una sociedad hipócrita e injusta que condena a unos y es indiferente ante los delitos abiertos y claros de los que violan la Constitución cada día o incumplen en Cataluña las sentencias de los altos tribunales. Los que ayer despreciaban a la alcaldesa abandonando el hemiciclo y negándose a rendirle un minuto de silencio, hubieran llorado y sentido piedad si el muerto hubiera sido, por ejemplo, un Arnaldo Otegui o uno de los muchos nacionalistas desbocados que incumplen la Constitución y las sentencias de los altos tribunales de justicia, esparciendo en la sociedad la división y el odio. ---
Pero lo más terrible de la jornada de ayer quizás fue que sus mismos compañeros de partido, esos mismos que le daban de lado y la dejaron en la estacada, llenos de hipocresía, la lloraban y acusaban a otros del acoso y condena sin juicio que ellos mismos practicaron.
Aunque en 2015 perdió la alcaldía a manos de Joan Ribó, de Compromís, su declive empezó mucho antes, justo cuando su brillo parecía más intenso, cuando el poderoso dúo Barberá-Camps vivió una borrachera política de billetes y deuda, convirtiendo a Valencia en una fiesta continua, con la Copa América como gran logro, la visita del Papa, en 2006, la prueba de Fórmula 1 y los encuentros Valencia Summit, que centran el caso Nóos, del que ambos se libraron gracias a su aforamiento.
Su popularidad había ido declinando. Se empeñó sin éxito en prolongar la avenida de Blasco Ibáñez hacia el mar, arrasando el núcleo histórico de El Cabanyal. Su locuacidad se torció hasta el ridículo con el famoso episodio del "caloret", a pocos meses de las elecciones de 2015, en el que la opinión pública pasó de cierta condescendencia ante el exceso a una gran vergüenza colectiva.
Desde que se inició su declive, empezó a crecer su amargura. Acostumbrada al poder y al éxito, nunca supo asimilar el declive y el fracaso. Y esa incapacidad le causó un estrés intenso y, probablemente, la muerte.
Ayer, cuando murió de infarto en un hotel de Madrid, ya estaba políticamente muerta, carcomida por el dolor de verse en el banquillo de los acusados, rechazada por su propio partido, una organización que, en su opinión, le debía mil favores.
Su muerte le llegó dos días después de haber tenido que declarar como imputada ante el Tribunal Supremo por el caso de supuesto blanqueo de dinero del PP valenciano. Apartada del PP, que le pidió que abandonase su escaño, lo hizo como senadora doblemente tránsfuga, porque ignoró al PP y también a las Corts Valencianes, por las que fue elegida en representación territorial.
Algunos temían que su dolor y rabia le llevara a "tirar de la manta", pero la muerte ha terminado también con ese riesgo.
Licenciada en Ciencias Políticas y en Ciencias de la Información, Barberá trabajó fugazmente como periodista y se inició, con 27 años, en la vida de partido como fundadora en Valencia de Alianza Popular, la organización de Manuel Fraga. Apenas una década después, en 1987, ya era cabeza de lista en las elecciones autonómicas, aunque tuvo que soportar mucha oposición frente al socialista Joan Lerma en las Corts Valencianes. De ese Parlamento autonómico formó parte sin interrupción entre 1983 y 2015.
Algunos de sus enemigos se han alegrado, probablemente, de su muerte y los diputados de Podemos se llenaron de ignominia y oprobio al ausentarse del minuto de silencio que le ofreció el Congreso como homenaje póstumo. Esas actitudes miserables son reflejo de la bajeza mortal de la política española, una de las mas deterioradas del planeta.
Aunque Rita Barberá representa una forma de entender la política que los demócratas y los ciudadanos decentes de este país rechazamos y combatimos, sentimos tristeza ante su muerte por dos motivos: el primero es porque Rita murió víctima de una forma de hacer política que ella no inventó, pero en la que participó de lleno y con gran protagomismo; el segundo es porque en España hay delincuentes claros y descarados que violan la Constitución a diario y que incumplen las sentencias de los altos tribunales, que en lugar de ser condenados como Rita aparecen cada día en los telediarios como si fueran héroes, siendo en realidad vulgares rufianes.
Quizás todo se deba a la incipiente rebeldía de unos ciudadanos que ya no quieren ya ser gobernados por sátrapas y por los culpables de haber construido, desde el poder, un mundo injusto, con demasiados desempleados y pobres, desequilibrado, arbitrario, sin piedad con los débiles, desigual, dominado por los poderosos y no por los justos, donde la pertenencia a un partido o a una casta pesan más que la grandeza del alma, la inteligencia y los valores y en el que los que gobiernan nunca sienten piedad ni arrepentimiento ni dolor por el daño que causan a los ciudadanos.
Nosotros, los que luchamos por una política más decente y justa que la que ella sirvió, le otorgamos desde aquí un sincero "Descanse en Paz" porque sabemos que uno de los rasgos grandes que hicieron al "homo sapiens" la especie más poderosa del planeta es el respeto a sus congéneres y a sus muertos, sin el cual los humanos habríamos ya perecido.
R.I.P. Rita Barberá.
Francisco Rubiales