Revista África
Sorprende que el tiempo, replegado a las costumbres de cada pueblo, nos afecte en la cotidianeidad, nos rompa los moldes en los que se cuecen los horarios de trabajo, los momentos de descanso, las horas muertas y las horas vivas. Ese convencionalismo atado al reloj y al calendario no se gestiona igual en España y en los campamentos. Aquí, jueves y viernes son laborables, días de madrugón y de colegio, de velocidad, de entrar y salir de los centros de trabajo. De reloj-cronómetro. En los campamentos, no. Allí el jueves y el viernes son los días de descanso, esos dos días a la semana en los que cada cual es dueño de su tiempo. Y sí, claro, el sábado y el domingo se trabaja. Es importante que todos los voluntarios tengáis en cuenta este cambio horario, pero, sobre todo, es importante que sepáis que el mitológico Cronos no camina a la misma velocidad entre las jaimas que en el asfalto. Su paso es más lento por la hammada, como si quisiera darle a cada minuto una intensidad desconocida para quienes, como nosotros, atravesamos las horas del día sin disfrutar apenas de su contenido. Y, sin embargo, tened cuidado, porque su lentitud no deja de ser una ilusión y cuando menos te lo esperas, y cuando menos lo deseas, el final de tu estancia se aproxima y te ves en tu último día haciendo una maleta que no quieres hacer, leyendo el último cuento con el íntimo deseo de que fuera de nuevo el primero. Ayer, las voces de los niños, unidas al ritmo de una canción, saltaron la distancia a través del teléfono y cambiaron ese color pardusco que casi siempre tienen nuestras tardes de domingo. Y es que en Smara, el domingo se vive de otra manera. En realidad, y para ser exactos, cada día se vive de otra manera. Todos los que hemos estado allí lo aprendimos. Todos los que vais a ir, lo comprobaréis.