Vayan pensando en esa dos ideas mientras les cuento que, con este panorama y a la espera de que próximas encuestas confirmen si son tendencia o solo foto fija, no se le puede reprochar a Rivera que hoy diga una cosa, mañana la contraria y pasado la contraria de las dos anteriores; tampoco se le puede echar en cara que predique en la plaza pública que el suyo es el partido de la regeneración y continúe apoyando al PP en el gobierno de la comunidad de Madrid. Desde luego, no van a ser los suyos quienes le afeen tantas contradicciones entre la teoría y la praxis como muestra su líder. Para eso ya están Rajoy y ahora también Sánchez: ni uno ni otro entienden que un partido que se dice constitucionalista plantee una medida abiertamente contraria a la Carta Magna como la de mantener la aplicación del 155 en Cataluña aún con un nuevo gobierno de la Generalitat legalmente constituido. Bien está que tanto a Rivera como a la gran mayoría de los españoles el señor Torra nos parezca un supremacista con alarmamentes ramalazos fascistas, además de una mera marioneta en manos de Puigdemont. Pero de ahí a aplicar una especie de 155 preventivo sobre el convencimiento de que Torra y sus seguidores volverán a hacer de las suyas más pronto que tarde, va un abismo constitucional y legal imposible de sortear que Rivera ignora interesadamente.
Albert Rivera en la cocina de Bertín Osborne (Foto: Exclusiva Digital)
Nadie debería suponer que el líder de Ciudadanos no es consciente de estar jugando con fuego cuando propone una medida que contribuye a alimentar el discurso independentista de sostenella y no enmendalla. Por no hablar una vez más de la imagen de desunión entre las fuerzas constitucionalistas que los independentistas aprovechan para sus propósitos. La posición de Rivera sobre el 155 puede parecer extemporánea o extraña pero no lo es tanto si consideramos que lo único que hace es lo mismo que hacían las veletas que antiguamente se colocaban en lo alto de algunos edificios: girar en la dirección del viento, en este caso, del viento que marcan los sondeos electorales. El líder de Ciudadanos percibe que lo que un buen número de españoles reclama es mano dura con Cataluña y él, siempre solícito y atento a las demandas de la ciudadanía, hace todo lo posible por satisfacerla.
Arrastra a su molino al ala dura del PP y se lleva de paso a quienes tampoco ven en el PSOE la firmeza y la determinación necesarias para pararle los pies al independentismo rampante. Si mañana percibiera que las relaciones entre Madrid y Barcelona entrar en un clima de relativa normalidad, nadie debería extrañarse de que pidiera poner en libertad a los políticos secesionistas presos. Así es Rivera, un hombre que parece haber hecho suya aquella máxima de Groucho Marx: "estos son mis principios y si no le gustan tengo otros". Ahora bien, no debemos perder de vista que el líder de ciudadanos es un joven que sabe lo que quiere y sabe donde va y ese sitio no es otro que La Moncloa. ¿Es que acaso el objetivo no merece unas cuantas incoherencias como en su día valió París para Enrique IV una buena misa católica? Pues eso.