Hoy os recomiendo a Roberto Urbano, un artista que enfoca su obra hacia la investigación espacial en un territorio donde la pintura se pierde en la escultura.
Sus primeras obras estaban fuertemente marcadas por el automatismo psicomotriz; múltiples manifestaciones objetuales y simbólicas de la materialidad, anexionadas por la intencionalidad terapéutica, casi mística y quizás utópica, de la experiencia estética.
En un segundo momento, la obra de Roberto Urbano se adentra aún más en la idea del arte como terapia, aunque, esta vez, camina hacia cierto elemento mucho más relacional y colectivo, e incluso interactivo, de la experiencia pública del hecho artístico.
Su obra se muestra a modo de “rizomáticos” laberintos abstractos, trazos continuos y búsquedas metafísicas de la esencia del ser; planteados en dibujos, pinturas, cajas-pictóricas, tótems, pequeños obeliscos, u objetos de luz, donde el metal y la madera establecían un diálogo constante con materiales traslúcidos: metacrilatos, vidrios y cristales cargados de artesanalidad, como una presencia latente.
En su obra reciente, el artista se desprende de lo artesanal para sumergirse en el perfeccionismo de la indrustrialidad, dejándose llevar por la experiencia abrazadora de lo escultórico de Richard Serra o Bruce Nauman.
Roberto Urbano ahora impone una diálogo espacial, instaura una “sinfonía sonora de lo relacional”, proyectando la experiencia del arte, a través de la sensorialidad, donde lo escultórico es complemento de lo sonoro.