Son algo necesario y, en gran medida, inevitable. Las instituciones nos cobijan a todos, juntos y por separado, confiando en que seamos capaces de encajar en ellas porque es bastante más fácil modificar al individuo que al colectivo y a la propia institución. Estas llegaron a ser lo que son por su capacidad de albergar a tantos durante tanto tiempo y por su inmovilidad, su estabilidad y una dureza que las ha hecho prácticamente eternas.
Pero vivimos tiempos difíciles, de una convulsión manifiesta. La familia, por ejemplo, ya no es lo que era, o solo lo que era. Cada vez hay más parejas que no se casan, o que se divorcian o se separan. Parejas que no conviven los siete días de la semana, por voluntad propia. Familias monoparentales y lo contrario; proles con mas de un padre, o con dos madres…
¿Dónde está la Familia, que me la han cambiado? Hace solo un rato además. Que haya verdades absolutas, conceptos e instituciones inamovibles nos da seguridad. Instituciones enormes que sirvan de referencia y se vean desde lejos, pero que no soportan el primer plano cuando te acercas. ¿Será la seguridad el bien más interesante de todos?, es discutible.
Si tu familia tal y como la encontraste se rompe o muta, ¿qué harás?, ¿nos romperemos con ella? Y si no se rompe pero se deshace por dentro, casi sin darnos cuenta, ¿no parece eso peor? Si la que tú construiste, siguiendo el modelo establecido, firmando y prometiendo aquí y allá todo lo que el protocolo y la ley exigían, se te rompe o la rompes tú o el de enfrente, a los efectos asumamos que da igual, ¿qué harás?, te extinguirás con ella o tratarás por el contrario de averiguar si hay otra manera, la tuya, la vuestra…
Las instituciones no tienen tiempo para la casuística, no han llegado a ser tan grandes deteniéndose a contemplar a quienes quiera que habitasen ahí dentro. Qué sensación de fracaso, de orfandad, de precariedad, de destierro y miseria si ya no hay sitio para ti en una casa tan grande. ¿Tocarás a la puerta de nuevo como hacen tantos, para comprobar,cuántas veces, que no hay manera para ti —con nadie— de vivir allí?
Tendrás que construir una. Vaya, ¿por dónde empezarás si nadie te preparó para eso? Tendrás que hacerlo bien, será la única manera de conseguir que los que convivían contigo en la gran casa se animen siquiera a venir de visita…
Tu propia institución, parece un concepto imposible. Pero es de lógica pensar que las más grandes de cuantas conocemos comenzaron con un primer ladrillo. No peques de ambicioso, acabas de fracasar; una casa confortable para muchos debe comenzar con una primera estancia, la tuya, en la que de gusto estar, una en la que cada uno que se añada sea y se sienta como un regalo, uno o varios que la conviertan con su calor y calidez en Hogar.