Revista Comunicación

Robledo Puch, el monstruo humano del sistema penal

Por Jalonso

Es el asesino múltiple más importante de la historia criminal argentina. La justicia bonaerense volvió a negarle la posibilidad de salir en libertad. Está preso hace 43 años por cometer once homicidios entre 1971 y 1972. Vive en el Penal de Sierra Chica. ¿Cuál es el límite punitivo?

Por Juan Alonso
Cuando Carlos Robledo Puch era todavía un niño, las calles estaban bordadas con cinacina y los caballos de los crotos se mezclaban con los carros destartalos de los vendedores de chatarra. Los domingos flameaba el olor a carne asada y los tanos construían sus casas silbando canciones de la Segunda Guerra.
A fines de los ’60, con Robledo adolescente, funcionaban las ferias que iban rodeando la calle Paraná (divisoria de los partidos de Vicente López y San Isidro) y los viejos militantes de la Resistencia Peronista de mitad de los años ’50 ya le habían pasado la posta a los muchachos que formarían la mítica JP, que se hizo fuerte en Florida y el corredor Norte del Gran Buenos Aires.
Eran tiempos de dictaduras. No había fiesta del Bicentenario, ni 25 de Mayo en la Plaza con músicos gratis y más de 200 mil personas saltando y cantando hasta la medianoche.
A la esperanza había que construirla solo, como pasó siempre, o casi siempre.
Los inviernos eran muy fríos y los otoños, repletos de potreros, con cientos de chicos que iban a despuntar el vicio de la pelota, agrandando el universo más allá de los baldíos. Pero al desamparo de Robledo no le bastó aquel infinito. Tampoco le alcanzó el paisaje de cirujas trashumantes. Hay quienes afirman que allí empezó a anidar su espíritu criminal. Su necesidad imperiosa de destripar animales para prolongar su existencia en un vacío circular que lo fue horadando hasta convertirlo en el monstruo humano que ahora es. Un hombre que hace 43 años está preso por haber asesinado con crueldad a once personas entre el 15 de marzo de 1971 y el 3 de febrero de 1972, cuando Perón no había vuelto a la Argentina y en él –Robledo Puch– todavía no había germinado la locura.
El pasado 22 de mayo, la Cámara de Casación Bonaerense volvió a rechazar su libertad. Es la quinta vez que el Poder Judicial le niega esa chance. Su biógrafo, el periodista y escritor Rodolfo Palacios, dice que la mirada extraviada del antiguo hampón circunda los límites del delirio y en sus soliloquios se imagina dando discursos políticos y rompiendo las cadenas que lo atan a la muerte. Así, avanza con la antorcha de sus ojos inyectados y su voz trepidante hizo un hueco imaginario en el cemento del penal de Sierra Chica.
Palacios asegura que pese a todo ese hombre enjuto abriga cierta fe magullada por la derrota y su historia está plagada de presuntas injusticias (ver aparte).
¿Hasta cuándo un hombre es depredador de su prójimo y cuál es el límite punitivo del sistema que insiste en encerrarlo?
El ex juez de la Corte, Raúl Eugenio Zaffaroni, lo comparó con el caso de un ex estrangulador de mujeres mexicano que luego se convirtió en excelso conferencista de Derecho y no mató ni siquiera una paloma para el guiso. Sin embargo, el sistema lo mantuvo preso durante años por aquel viejo asunto del miedo inquisidor (ver la opinión de Zaffaroni).
Entre los argumentos de los jueces de la Sala III de Casación, integrada por Ricardo Borinsky y Víctor Violini, se dice que el condenado “muestra que no reúne las condiciones para el reingreso al medio libre a través de la libertad condicional”.
El fallo se sustenta en el informe del Departamento Técnico Criminológico que concluyó que Robledo Puch “carece de mentalidad reflexiva del accionar transgresor, reconociendo tan sólo ser autor de los robos cometidos con el fin de ayudar a los más necesitados, no así el resto”.
En enero, el médico forense Osvaldo Raffo dio la última entrevista periodística a este cronista, que salió publicada el mismo día de conocerse la muerte del fiscal Alberto Nisman. Raffo lo estudió durante meses (es el único experto que hizo una profunda evaluación médica y psíquica de Robledo) y dijo: “Un tipo como Robledo nace cada 100 años. Es la maldad en su estado químicamente puro. Él trataba de dominarme en la conversación. Lo estudié durante tres meses, dos veces por semana de forma personal. Volvía a mi casa y estaba muy nervioso. Me sentía mal. Me faltaba el aire. Mi finada esposa me preguntaba qué cosa me pasaba. Y era este tipo que me seguía haciendo daño. Su carga. Su historia. Él mató a toda su banda, por un motivo elemental: es homosexual, aunque yo creo que es un ser asexuado. La cosa es que después de asaltar, violar y asesinar a sus víctimas, la banda tenía sexo entre ellos en la misma casa. Se quedaban allí, saqueaban, comían, dormían juntos. Una vez le pregunté por qué mató a Somoza (su compinche, su socio) con un soplete en la cara. Y me dijo que fue para que no lo reconozcan los agentes policiales porque era su amigo. No, le dije, amigo un carajo, ¿por qué lo mataste? Y entonces ahí se soltó: ‘Porque a Robledo no lo abandona nadie.’ Me mostró su verdadera cara. Ellos tenían una filosofía para matar: torturaban, intercambiaban sexo. Esta es la historia de Robledo.”
Por su parte, el legista, psicólogo y psiquiatra Mariano Castex propone ir más allá de la coyuntura. “Robledo Puch estaría en condiciones de salir en libertad si se comprueba que es capaz de vivir en sociedad sin significar un peligro para los demás. Lo que hace falta en este caso es un profundo análisis –propone–, pero no de forma circunstancial. Tiene que ser metodológico y durante días y horas, no para una entrevista en el marco de un requisito legal, sino un estudio sobre el estado actual de su complejo psiquismo.”
Desde la criminología, el especialista Raúl Torre, lo define como un ser “perverso” que goza con provocar daño a los demás, con fuertes rasgos “esquizofrénicos y paranoides”.
Según Torre, quien se basa en el trabajo de Raffo para realizar su análisis en relación con otros autores y expertos en la conducta criminal, Robledo es incapaz de experimentar empatía y compasión por un semejante. Es decir que podría querer más a un gato que a un ser humano (ver aparte).
En tanto, la perfiladora criminal Laura Quiñonez Urquiza desarrolla esa misma idea asocial y traza semejanzas entre Robledo y otros asesinos. “Creo que con una motivación parecida, que es el resentimiento y la aserción de poder, no ha habido muchos, pareciera haberse encontrado a sí mismo a través de sus delitos y luego matando, como si fuese hasta un tema de supervivencia, como ocurre en aquellos que matan por placer, por diversión. Por momentos, esa es una motivación que va desde el poder, prueba con la crueldad, pero no es lo suyo y vuelve a disparar a distancia, como el caso de Marcelo Antelo, el llamado ‘asesino en serie del Bajo Flores’.

–¿Cuál era la pulsión criminal de Robledo?, ¿por qué mataba?
Laura Quiñonez Urquiza: –En un principio para mostrar su poder, quizás en otros haya sido para no ser reconocido posteriormente, pero era evidente que todo lo que lo conduciría era su sentimiento de omnipotencia. El resentimiento y la idea de traición en él operaban como disparador para matar, incluso a conocidos con los que aparentemente había formado un vínculo de camaradería en el delito.

Ha sido llamado “El Ángel de la Muerte” y se dijo que su voz tiene el extraño influjo de ingresar en el inconsciente para jugar al ajedrez con los pensamientos ajenos. Raffo confesó sentirse incómodo con el sonido de esa voz y por las noches el discurso agitado de Robledo lo visitaba traspasando todos los muros.
La mirada helada de Robledo jamás podrá liberar su desesperación. Y en eso, la vida mantiene una deuda muda con él.-

El indio solari*

“No encuentro manera de que mis emociones abarquen con sensibilidad adecuada hechos fenomenales como los acontecimientos en que Robledo Puch estuvo involucrado.
Cruzó una frontera extrema que creo reconocer pero nunca me vi extraviado mas allá de sus límites. En cuanto a su relación con mi imaginería debo considerar el hecho de que mis personajes, en general, están iluminados por la luz tóxica de sus ilusiones enloquecidas.
Si pudiéramos aprender el mundo, a cada rato, con la perseverante inocencia de las bestias, sus acciones no figurarían en el menú del gran restaurant de la naturaleza.
El nuestro es un planeta extraño que alberga las más inconvenientes criaturas y los legados mentales más difíciles de predecir. Por otro lado yo tampoco necesito del paraíso (pero se me nota menos).”
* Mensaje dirigido al autor del libro sobre Robledo

“Apurate Carlitos, agarrá tus cosas y rajá”, le dijo un guardia en un sueño

Por Rodolfo Palacios

Robledo Puch tenía un sueño recurrente. Un guardia lo despertaba para avisarle que le habían dado la libertad. “Apurate, Carlitos, agarrá tus cosas y rajá”, le decía. Robledo creía que era una broma. Al final salía de la cárcel de Sierra Chica entre aplausos y enfrentaba el mundo exterior. Caminaba al costado de la ruta con un bolso, pero de pronto se desataba una lluvia de meteoritos y debía entrar en la cárcel para protegerse.
Es probable que la realidad sea peor que esa pesadilla. El Ángel Negro lleva 43 años preso y ningún juez quiere liberarlo, aunque técnicamente la pena está agotada y la condena “por tiempo indeterminado” fue declarada inconstitucional.
“Mientras yo esté en este juzgado, Robledo no sale más. Ninguno de nosotros va a poner la firma”, dijo uno de los jueces de San Isidro que le negó la libertad hace dos años. El mismo magistrado reconoció que los estudios psicológicos y psiquiátricos que le hicieron a Robledo en los últimos años, “eran flojos”.
Si Robledo no fuese una leyenda negra y se llamara de otra forma, quizá estaría libre. “No estudia, ni siquiera mostró interés en trabajar y no tiene contención afectiva extramuros.” Esa fue una de las justificaciones a uno de los cinco pedidos de Robledo para ser liberado. No son muchos los liberados que estudiaron en la cárcel ni los que, al salir a la calle, tienen contención afectiva.
Otro de los argumentos con poco peso es que Robledo nunca asumió su culpa. Y para llegar a esa conclusión se basan en lo que Robledo me dijo en una de sus entrevistas: “Fui un ladrón romántico como Robin Hood que robó para ayudar a los más necesitados.” Para los jueces, tiene una “mentalidad reflexiva del accionar transgresor, reconociendo tan solo ser autor de los robos cometidos con el fin de ayudar a los más necesitados, no así el resto”.
Si no asumir la culpa fuese un obstáculo para conseguir la libertad, las cárceles estarían mucho más superpobladas. Ni Yiya Murano, ni Arquímedes Puccio, ni Sergio Schoklender asumieron sus crímenes y sin embargo fueron liberados.
La cárcel no hizo nada por Robledo. No le brindó herramientas para la resocialización ni le dio tratamiento médico. Todo lo contrario: fue torturado por la policía para que se hiciera cargo de los once asesinatos y en 1973 sufrió todo tipo de vejámenes cuando fue recapturado de una fuga de la cárcel de La Plata.
Cada año, Robledo vuelve a sufrir la misma condena, como si volviera a matar a las once víctimas.
Con el caníbal se puede hacer cualquier cosa, menos comérselo.
Cuando fue condenado, en 1980, al Ángel Negro se le atribuye una frase que nunca fue confirmada. Es más, uno de los jueces que dictó la condena nunca la escuchó. Pero la leyenda criminal, proclive a dar por realidades los mitos que se tejen a su alrededor, dice que Robledo miró a los jueces con odio y les dijo: “Algún día voy a salir y los voy a matar a todos.”
Ese día nunca llega.

“Es susceptible de libertad condicional”

Por Eugenio Raúl Zaffaroni
En realidad, nadie puede sufrir una pena realmente perpetua en la Argentina. Hace poco escribí un artículo que se publicará en el homenaje a una profesora de Córdoba sobre las penas máximas en la legislación vigente, que creo que las señala la ley 26.200 (que es la que determina la pena de los delitos contra la humanidad en el derecho interno), pero que no viene al caso, porque RP está condenado con la ley anterior a las disparatadas reformas “Blumberg”. Conforme a la ley que le es aplicable a RP la perpetua es susceptible de libertad condicional. Se discute si ésta es un derecho; personalmente creo que sí. No conozco los motivos por los que se le denegó el pedido, pero seguramente habrán hallado que alguno de los requisitos no se daba en el caso. En el plano de la realidad y al margen de los jurídico, debe pesar que ni los peritos ni los jueces se animan a otorgar la libertad condicional en el caso de RP, máxime en un momento en que se amenazan a los jueces por la TV y por los políticos. Desde lo criminológico la situación es dudosa en cuanto a pronóstico de conducta futura. Me viene a la mente el caso del “estrangulador de mujeres” de México en el año 1951, si mal no recuerdo. Se trataba de una persona joven con una secuela neurológica (producto de una encefalitis infantil) que mataba prostitutas y las sepultaba en el jardín por impulsos en el momento del orgasmo. El perito fue mi profesor de criminología en la UNAM, el maestro Alfonso Quiroz Cuarón, y aconsejó no liberarlo por toda la vida. Lo cierto es que pasaron muchos años, el maestro murió en 1978, y el Goyo -como le decían- salió en libertad creo que en los años ochenta, se recibió de licenciado en derecho y nunca volvió a matar a nadie. Daba conferencias por los barrios del DF despotricando contra la memoria de mi pobre maestro, quien por cierto fue el criminólogo más destacado de México en el siglo pasado (entre otras cosas el que investigó a Mercader, el asesino de Trotsky, y determinó su indentidad). Esto me enseña que nada cierto puede asegurarse sobre la conducta futura de una persona, incluso en casos de daño cerebral. Ha habido otros casos de liberados con homicidios masivos, el más conocido creo que fue el de Mateo Banks, que estuvo en Ushuaia, había matado a toda una familia y creo que la había arrojado a un aljibe. Salió después de muchos años y vivió normalmente, hasta que murió de una caida en el baño de una pensión en la que vivía con otro nombre.

*Extracto de un mail de Zaffaroni dirigido al periodista Rodolfo Palacios para el libro El ángel negro.

“Es un individuo que tiene a la muerte como su objetivo primario y utilitario”

Por Raúl Torre

Robledo Puch fue apodado El Ángel de la Muerte; nació el 22 de enero de 1952 en Olivos, Vicente López, sus progenitores son Víctor Elías y Aída Josefa Habedank. Antes de cumplir 20 años ya había llevado a la muerte a once personas, aunque se sospecha que haya victimizado a varias más. Hoy está cumpliendo una condena en la Unidad Penal de Sierra Chica, donde pasó más de la mitad de su vida.
Se lo define como un individuo con rasgos esquizo-paranoides y componentes perversos, esta última calificación por atenerse con cierto rigor a algunos de los autores contemporáneos, pues podríamos definirlo como un perverso puro.
Hilda Marchiori practica un análisis de los homicidios por placer: “El que da muerte… por el deseo de quitarle la vida a una persona, actúa por un sentimiento de violencia indiscriminado, sin causa y sin relación con la víctima. La personalidad psicopática, en este homicidio, asume una actitud de extrema violencia, que la conduce a mostrar su agresión y sus graves problemas internos a través de esa conducta gratuita de agresión y sadismo. Se observa en la personalidad de este individuo una identificación con la violencia externa, por ello la facilidad e insensibilidad que muestran en el delito”.
Raffo nos dice que Robledo Puch “…carece absolutamente de afectividad, no tiene remordimientos. Si bien se encuentra alojado en el pabellón de homosexuales en Sierra Chica, antes bien sería un individuo asexuado, no tiene el sexo importancia capital en su vida; no se debe hablar tampoco de preferencias exclusivas por su propio sexo…’. Se le conoció una novia en la localidad de Villa Adelina, cuyo nombre no revelaremos para no incursionar en la vida privada de personas inocentes”.
Hay una coincidencia de Raffo con el criterio de Juan Antonio Gisbert Calabuig, quien opina y amplía que “se trata de sujetos que saben ciertamente lo que es bueno y malo, teóricamente pueden ser rigoristas morales, pero situados ante el caso concreto corren el peligro, si afecta sus intereses, de conducirse con toda inconsciencia en forma asocial e inmoral.
Lo hacen así porque no experimentan compasión, simpatía, vergüenza, fidelidad ni respeto y, por tanto, no pueden determinar su conducta. Aún más, no sólo no son accesibles a estos sentimientos respecto de los demás, sino que también carecen de los sentimientos de su propio valor: orgullo, honor, dignidad e incluso los correspondientes negativos.
No pueden mantenerse firmes en la enemistad, odio e indignación, o en la amistad, compañerismo y amor. Por eso son incapaces de arrepentirse, porque ello supone vivir la culpa y en ellos se halla dificultada la formación de la conciencia.
En este sentido carecen de sentimientos, aunque puedan disponer de bellas frases líricas”. Se hallan como Hoberlein ha dicho elegantemente “del lado de lo bueno y lo malo, y si no se hacen criminales, es porque temen el castigo y saben, o han experimentado, que les tiene buena cuenta conducirse bien en un estado disciplinado”.
Esta perversión es de aparición precoz: ya desde niños se marcaría por sus mentiras y crueldad para con sus hermanos, camaradas y animales, por su inadaptabilidad social, por el precoz despertar de su sexualidad y por la comisión de frecuentes transgresiones legales, solo o formando bandas de delincuentes juveniles. El resto de su vida no es más que la lógica continuación de este prólogo.
Son vengativos, crueles, rencorosos, celosos, fríos y feroces en la venganza; cínicos, indisciplinados y mitómanos; dados a la fuga y enrolados en bandas de delincuentes; eróticos, invertidos y toxicómanos; incapaces para la vida familiar y para toda clase de profesiones, e inútiles para ganarse la vida honradamente.
Desde muy temprano este individuo pasa la vida al margen de la sociedad, y la cárcel y el hospicio van a ser sus residencias habituales, sólo interrumpidas por evasiones o licencias que aprovechan para cometer nuevos delitos.
Lo que debe tenerse en cuenta es que Robledo Puch es un individuo en quien la actividad criminal no tiene un objetivo central en el robo o en el sexo, antes bien es la muerte su objetivo primario y es utilitario, se apropiaba momentáneamente de los lugares y permanecía, en ejercicio de poder sobre las personas y las cosas, aprovechando la situación para hacerse de dinero y bienes.
Alguien puede sostener que en los hechos delicitivos cometidos por Robledo Puch los homicidios han sido secundarios a los delitos contra la propiedad, pero la circunstancia de que todos los presentes –nótese que no hablamos de testigos, porque esa calidad en ellos daría alguna explicación a su muerte– encontraran un trágico final por su mano, muchos de los cuales le eran inofensivos y se hallaban durmiendo, rápidamente nos retorna a la idea anterior.

Nota y opiniones publicadas en  el diario Tiempo Argentino el domingo 31 de mayo de 2015

leyendadeltiempo.wordpress.com


Robledo Puch, el monstruo humano del sistema penal

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