Revista Música

Rock

Por Alberto C. Molina

Estimado lector, querida lectora, existen en este universo fenómenos que no entienden de raciocinios. Sé que en su día dijeron algo similar Mulder y Scully, y que después lo repitieron hasta que en la serie no quedó expediende por desclasificar, pero no nos viene nada mal recordarlo. Hechos que  son y están, como el famoso verbo to be, aunque nuestros sentidos no siempre puedan ejercer de notarios y dar fe de ello. Parecido a lo que en el argot cinematográfico se conoce como “pacto de ficción”. El espectador sabe que aquello que tiene ante sí no es real, pero hace un pequeño esfuerzo por meterse en la película y creérselo. Eso si ésta es buena y despierta un mínimo interés, porque de lo contrario cambiamos de canal o en su defecto, si estamos en el cine, nos centramos en las palomitas o en la pareja. Resumiendo, que creemos en cosas que tal vez jamás hayan existido.  Que  los presentadores de telediarios nunca muestren las piernas a la audiencia no implica que no tengan. Que nadie haya visto a Walt Disney congelado no significa que en verdad no le cambiaran el ataúd por una cubitera. Que tu billetera no haya catado uno de 500 no significa que no los haya. Que Lady Gaga siempre aparezca vestida como una hortera de bolera no quiere decir que no tenga gusto, simplemente puede que lo tenga junto a la salida de emergencia, ya me entendéis.

De esta manera alcanzamos el meollo del post: Dance y Rock, Rock & Dance. ¿Qué extraños designios hacen que un rockero abrace los ritmos de una discoteca? ¿Cómo es posible que se conjuguen dos estilos tan diferentes? Pues tampoco hay respuesta, pero, al contrario que en los casos expuestos más arriba, los resultados son absolutamente perceptibles. Y es que si un “melenudo” tiene licencia para coquetear con las drogas y con los especímenes del sexo opuesto —o del mismo, faltaría más—, ¿por qué no iba a poder tontear con el Dance? Para llegar a Roma sirve cualquier camino, para alcanzar las pistas de baile a partir de una guitarra eléctrica, sólo dos.

En primer lugar nos encontramos con los artistas y grupos de Rock que directamente hicieron Dance. Una conversión que a su vez puede ser temporal o permanente, y que pese a la opinión de alguno o alguna, no se trata de ningún invento del siglo XXI. Aunque los primeros indicios de música compuesta para bailar datan de la Antigua Grecia, la denominada Disco tiene su origen en los 70. Por otra parte,  la que actualmente conocemos como Dance, la electrónica que posteriormente daría lugar al Techno y al House, surgió a comienzos de los 80. Si no el primero, Rod Stewart fue uno de los primeros en ser criticado por apostar por el sonido Disco. En 1978 lanzó al mercado Blondes Have More Fun, álbum que compensó los palos verbales recibidos a base de números uno, el del ranquin de álbumes y el de singles con Da Ya Think I´m Sexy?

En cuanto al Dance propiamente dicho, tuvo que ser el transgresor David Bowie uno de los pioneros en encerrarse en un estudio de grabación dispuesto a experimentar. Publicado en 1983, Let´s Dance también subió como la espuma en las listas de ventas, y lo hizo con Stevie Ray Vaughan como guitarrista principal.


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