Llega mayo y junto con este mes llegan el día del trabajador, el día de la comunidad de Madrid y las fiestas de San Isidro.
Llega mayo y junto con este mes llegan el calor, el uso de la musculosa/camiseta de tirantes y el sacar a pasear las uñas de los pies pintadas de rojo pasión.
Llega mayo y junto con este mes llegan la desesperación y las prisas. «Explícate Letzy, que tu simpático/a lector/a no entiende esto último», te dices. Te explicas: desesperación por haber comido desde las fiestas de fin de año hasta ahora cual oso que va a hibernar durante cinco años sin levantarse ni siquiera para hacer un pis, y las prisas por bajar todas esas grasas en menos de lo que dura un pispás, que no sabes cuánto será eso pero sí sabes que es muymuymuy poco. «Tengo que hacer algo», decides mientras saboreas una napolitana rellena de chocolate que juras no volver a comer en lo que te queda de vida (traducción: hasta mañana a la tarde).
Evalúas tus posibilidades:
Opción a): Hacer yoga. «Muy linda la meditación, los chakras y el nirvana, pero en yoga no se quema ni media caloría», te dices. Lo descartas.
Opción b): Hacer pilates. «Fortalecer los músculos debe ser muy agradable al tacto, pero como decía mi abuela: músculos duros bajo grasa blanda no sirven para nada», recuerdas. Lo descartas.
Opción c): Ir a la piscina. «Hermoso el gorro tan sexy que hay que llevar y el agüita clorada, si tan solo pudiera deslizarme en su superficie y no ahogarme en su fondo. Cuando aprenda a nadar a lo mejor, quizá, tal vez», cavilas. Lo descartas.
Opción d): Ir a spinning. «Como monto en bici tan bien seguro que se me da genial», te dices al ver las calorías que se queman por clase mientras te zampas unas patatas bravas en el bar de Paco fritas en aceite cosecha 83' que prometes no volver ni a oler mientras respires (traducción: deglutirás siempre que puedas).
Hete aquí que Botella de agua, Toalla y tú partís hacia el gimnasio que os acogerá con su agraciada clase de urban bike, que es como allí se llama de un modo fashion al spinning de toda la vida. «¡Qué bien! De esta bici no me caigo», te dices y pedaleas contenta mientras piensas en todos los golpes que le estás evitando a tu cuerpito serrano al estar nalgas apoyadas sobre bici estática. A los cinco minutos de comenzada la clase, cuando el profesor dice que terminó el calentamiento y que ahora empieza lo bueno, tú más que para lo bueno para lo que estás lista es para irte a comer un choripán a orillas del Río de la Plata. Entonces llega, a todo volumen, el tema de Rocky. Y el profesor grita, y todos los que te rodean gritan, y Botella de agua grita, y Toalla grita, y la música hace que tus piernas se muevan, y te ves entrenando con Rocky, y corres con él, y haces flexiones con él, y te dejas golpear en tu abdomen plano como él, y trepas triunfal las escaleras junto a él, y estás más en forma que él, y te subes al Ring, y lo cansas con tu rápido juego de piernas, y lo dejas knock-out con tu infalible uppercut, y el referee levanta tu brazo, y te pone un extravagante cinturón que dice World champion, y te das cuenta de que estás en una clase de spinning, que te quedan treinta y siete minutos más en los que seguir pedaleando para sudar la gota gorda y no llegar a ninguna parte, y que deseas ese choripán como nunca.