Desde niña mis padres me contaron de sus experiencias en el movimiento estudiantil del ’68. Mi papá estaba terminando la carrera de medicina en esa época; mi mamá vivía en Guerrero pero igualmente estaba preocupada porque su hermana estudiaba en el Poli en el entonces Distrito Federal.
Las preocupaciones eran cosa de todos los días, me contaba mi papá que los estudiantes vivían siempre con miedo de que algo les pasara en las marchas porque siempre había presencia del ejército, así de fuerte, no policías, hablamos de soldados y tanques como si de una guerra se tratara, cuando lo único que los muchachos querían era que se les respetaran sus garantías, que no los detuvieran a mitad de la calle sólo por estar platicando con sus amigos, que no se metieran a tu escuela a golpearte y encarcelarte sin motivo alguno.
Así que, en realidad, muchos ya se esperaban que algo malo iba a suceder. De hecho, el famoso “meeting” en la Plaza de las Tres Culturas fue uno de los menos concurridos de los muchos que ya se habían hecho con anterioridad. Se corría el rumor de que algo iba a pasar, varias personas de la época me platicaron sus experiencias (ojo, no estoy usando nombres reales):
“Yo estaba estudiando la carrera en ese entonces, iba a todas las marchas.
El 2 de octubre estaba por salir rumbo a Tlatelolco cuando mi padre me
interceptó decidido a no dejarme pasar por la puerta. Claro, no le hice caso
así que empecé a forcejar con él para salir de la casa, entonces hizo algo que nuca
había hecho en su vida: me dio un puñetazo en la cara y me encerró en un closet.
En ese momento no entendí por qué había reaccionado así, lo comprendí hasta
la mañana siguiente”.
Alfonso, 70 años.
“Yo tenía 16 años en ese tiempo, ya para entonces trabajaba como secretaria
en la secundaria que estaba en Tlatelolco. Mi papá era trailero y por alguna
razón siempre se enteraba de las cosas que iban a suceder. Ese día me dijo que
iban a cortar los teléfonos y la luz, así que sólo me dejó ir medio tiempo ese día
y muy temprano fue a recogerme”.
Matilde, 66 años.
“En el ’68 yo era muy activo en el movimiento, me dedicaba a “botear” para
juntar dinero y poder imprimir volantes para que la gente estuviera informada.
El 2 de octubre estuve tocando casa por casa antes de llegar a la Plaza; entonces una mujer
que vivía en una de las casas en donde había tocado me dijo ‘pareces estudiante, no vaya ser que
te agarren’ y me metió para sacarme de la zona por la puerta de atrás.
Se me hizo muy raro y ya no regresé a la Plaza, corrí a mi casa a contarle a mi
familia”.
Rubén, 73 años.
A la mañana siguiente la censura no se hizo esperar, sólo la revista Por Qué se atrevió a publicar las fotografías. Mi papá tenía resguardado en su cajón un ejemplar, yo lo descubrí a los 6 años por accidente mientras hurgaba en sus cajones haciendo travesuras, nunca olvidaré las horribles imágenes: chavitos en uniforme de secundaria tirados ensangrentados, zapatillas de mujeres, ropa de bebé entre los cuerpos caídos. Creo que fue este horrendo descubrimiento el que obligó a mis papás a que me explicaran lo sucedido desde muy pequeña.
Para cuando estaba en la adolescencia ya conocía al derecho y al revés la historia y había visto Rojo Amancer unas 20 veces sin exagerar, la cual por cierto, decía mi papá que estaba “pintadita”, que con todo y la censura de la que fue víctima lo que ahí se reflejaba no era ni la mitad de lo que había sucedido.
Han pasado tantos años ya, y veo que las cosas no han mejorado, pienso en lo que ocurrió a los jóvenes normalistas y recuerdo lo que pasó el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. Lo único que parece ser diferente son los rostros de los responsables. Sigue mi esperanza de que algún día podamos construir un país seguro para todas las personas que en él habitan, mientras tanto, no quería dejar que octubre terminara sin recordar de alguna forma este suceso porque, coincidentemente, ahora es a mi a quien le toca trabajar en el centro de esta mítica zona.