Te lo voy a decir
aunque te moleste,
voy a hacerlo
aún a riesgo de ofenderte.
Es muy probable que no te enteres,
que no seas consciente de ello,
que las apariencias
y el rebaño adulador que te rodeate
hayan cegado por completo;
es muy probable,
que se haya apoderado de ti tu esperpento.
Te lo voy a decir,
mi querido y vanidoso coplero,
no porque seas mi amigo (que no lo eres)
sino porque se lo merece tu ego.
Haces aguas por todas partes, compañero,
vas sembrando a tu paso
un reguero pestilente de charcos opacos,
una estéril sarta de falsas intenciones
y un aparente puñado de vergonzosas razones.
No eres lo que crees, lo que creen;
no eres ni de lejos, lo que aspiras ser.
Eres cobarde, blando y mentiroso,
y las grandilocuentes diatribas,
las encendidas arengas que lanzas sin pudor
(con tan exquisita erudición),
no son más que onanistasjustificaciones
para justificar tu traición.
Que den la cara otros
que ya llegaré yo.
Que se la partan si es necesario,
que ya llegaré yo.
Que hagan lo haya que hacer
para que pueda levantar en la plaza
el marmóreo cadalso que permita instalar
el lisonjero espejo que necesita mi vanidad.
No nos engañas, ya no.
Ya no, ilustre mamporrero,
ya no convence tu burdo disfraz
de piel de cordero.
El rojo desteñido del que haces gala,
ya no sirve; ya no.
Ahora, en esta hora,
el rojo pálido que te engalana,
ya no sirve; ya no. Ya no.
Te lo tenía que decir
ridículo mosquetero,
te lo tenía que decir
a pecho descubierto.
© Rafa Chevira