Pocas obras literarias reflejan tan bien como Rojo y negro los sentimientos de un autor ante un determinado momento histórico. No en vano la novela funciona como una especie de crónica social de un presente absolutamente influenciado por un pasado inmediato muy traumático: la Revolución Francesa, las victorias napoleónicas, el Imperio, la derrota final y la Restauración. Un cóctel de demasiados momentos históricos que habían transcurrido en unas pocas décadas y que provocaban una constante sensación de inseguridad a la nobleza y a los nuevos triunfadores burgueses: en cualquier momento podían volver los levantamientos revolucionarios, como así iría sucediendo durante todo el siglo XIX. Después de haber saboreado la libertad, aunque fuera de un modo efímero y violento, difícilmente las clases bajas iban a resignarse a volver a la situación del Antiguo Régimen. El nombre de este periodo histórico, la Restauración, ya constituía todo un desafío para los que, como el propio Stendhal, habían vivido momentos de gloria con los triunfos de Napoleón y habían sido depurados de la administración con su caída.
Curiosamente, el periodo de mejor producción creativa de Stendhal coincide con el de su mayor infelicidad vital. Quizá la escritura era una manera de escapar de una realidad gris, muy lejos de su ideal imaginado. Es muy conocida su definición de novela, que aparece en Rojo y negro:
"Pero señor mío, una novela es un espejo que se pasea por un largo camino. Ora refleja ante nuestros ojos el azul de los cielos, ora el fango de los charcos del camino. ¿Por qué acusar de inmoral al hombre que lleva el espejo en su mochila? ¡Su espejo muestra el fango, y acusáis al espejo! Acusad más bien al largo camino donde se encuentra el charco, o mejor aún al inspector de caminos que deja que se encharque el agua y se forme el fango."
Es muy posible que el escritor pusiera mucho de sí mismo en el espíritu del ambicioso Julian Sorel, un muchacho al que se nos presenta absorto, leyendo el Memorial de Santa Elena, mientras se imagina formando parte del victorioso ejército del emperador. La realidad que percibe a su alrededor el protagonista, alguien procedente de una familia muy humilde y que solo cuenta con su inteligencia para triunfar, en contraste con aquello, es enormemente gris. Se siente rodeado de mediocridad mientras practica su culto secreto a Napoleón. Su modelo. El héroe que surgió desde la nada como una fuerza de la naturaleza y fue capaz de llevar a Francia a una aventura que él califica como gloriosa.
Pero, obviando su intelecto (que le hace retener en su memoria, sin demasiado esfuerzo, libros enteros, como la Biblia) la otra cualidad de Sorel que le va a ayudar en su ascenso social es su atractivo personal, algo que él al principio ignora por completo. Su natural seductor le va a proporcionar dos amantes, lo que va a constituir uno de los ejes de la obra: Madame de Rênal y Matilde, dos seres antagónicos, pero que a la postre van a sentir la misma pasión desmedida y absolutamente indecente por el joven de Verrières.
Madame de Rênal es una mujer casada, por lo que el pecado que comete con Julian es prácticamente imperdonable. Ella lo sabe y sufre atroces remordimientos por ello. Pero no puede sustraerse a su pasión, a unos sentimientos que jamás hubiera sospechado que pudieran embargarle de esa manera. La caricia del amor la encuentra totalmente desprevenida. Y es que ella nunca ha leído novelas, que le hubieran indicado la naturaleza de esas sensaciones y la manera de reaccionar ante ellas:
"Como Madame de Rênal no había leído nunca novelas, todos los matices de su felicidad eran nuevos para ella. Ninguna triste verdad venía a amortiguarla, ni siquiera el espectro del porvenir."
La otra amante es una mujer joven, de muy buena familia. Si al principio parece despreciar a Julian, el Secretario de su padre, como a alguien de una casta inferior, pronto verá en él a una especie de nuevo Danton, alguien superior, destinado a grandes cosas y, por lo tanto, digno de ella. A pesar de todo, su amor no es tan puro como el de Madame de Rênal. Ella es una mujer mucho más caprichosa, orgullosa y voluble, aunque al final su pasión resulte tan desmedida como la de aquella, asumiendo plenamente su pecado social de quedar embarazada de un sirviente.
Rojo y negro funciona al menos a dos niveles: como crónica íntima de las ambiciones de Julian Sorel, tan desmedidas que al final se le vienen encima y como crónica de un momento histórico apasionante, en el que las fuerzas sociales de Francia echaban un pulso que podía decidir el devenir del resto del siglo. Una época en la que los héroes podían ser engullidos por el cuerpo social dominante, que solo anhelaba la paz y el orden, como Dios manda, de antes de la Revolución.