Editorial Cátedra.
623 páginas. 1ª edición de 1830, ésta es de 2009.
Traducción de Emma Calatayud.
Edición de Fátima Gutiérrez.
En enero de 2010 aproveché una
promoción de la tarjeta Fnac: si compraba cuatro libros sólo pagaba tres. Me
hice con tres clásicos en edición de bolsillo, Bouvard y Pécuchet de Gustave Flaubert, El idiota de Fiódor Dostoyeski (partido en los dos
volúmenes de Alianza) y Rojo y negro de Stendhal (nombre real: Henri Beyle; Grenobre, 1783 -1842, París). Y hasta
ahora, cinco años después, tal sólo había leído, el de Flaubert. Durante cinco
largos años, dos obras maestras de la literatura universal como El idiota de Dostoyeski y Rojo y negro de Stendhal han descansado
en las baldas de mis estanterías del Ikea dedicadas a los libros inleídos. A
esto me refiero exactamente cuando digo que tengo un problema con los libros
que entran en casa. Incluso cuando la editorial
Alba publicó una nueva traducción de Rojo
y negro pensé en comprarla, porque me encanta el trabajo de Alba. Me dije
que leería la nueva traducción de Alba y luego leería las notas del texto de
Cátedra, y luego, me lo volví a pensar, y me pareció que gastarme los 32 euros
que cuesta Rojo y negro en Alba no
era muy sensato teniendo la edición de Cátedra. Lo acabé leyendo en Cátedra,
subrayándolo y anotando apreciaciones en los márgenes (lo que no hubiera hecho
con el libro de Alba).
La traducción de Cátedra me
parece más que correcta, y quizás lo único que no me gusta será que al
protagonista, Julien Sorel, en esta versión le llaman Julián Sorel. Nunca he
entendido esa decisión de los traductores de españolizar los nombres de los
personajes extranjeros (sobre todo de los franceses), algo que creo que en los
tiempos actuales se ha dejado de hacer.
La influencia de Rojo y negro en la historia de la
literatura es amplia; recuerdo, por ejemplo, el ensayo de Ricardo Piglia El último lector,
donde se indaga sobre la importancia de la lectura en la propia literatura y
Piglia apunta que la primera imagen que tenemos al leer Rojo y negro de Julien Sorel es la de éste leyendo, subido a una
viga. También en su novela Blanco nocturno, Piglia describe así
al personaje de Durán: “Era un joven arribista, un Julien Sorel del Caribe.”
Rojo y negro nos habla de la Francia del siglo XIX, de las
convulsiones políticas en que se encontraba envuelto el país en torno a 1830.
De hecho, son muchos los comentarios en los que se compara al siglo XIX con el
XVIII, por ejemplo. El país está cambiando: el antiguo régimen formado por los
aristócratas y la iglesia se resiste a perder su poder a favor de la burguesía
emergente; y Napoléon es una figura de laque no se debe hablar en voz alta, una
figura condenada al ostracismo social. Sin embargo, Napoléon es el héroe
romántico del joven Julien Sorel (me niego a llamarle Julián), hijo de un
carpintero, pequeño burgués de provincias. Cuando comienza la novela, Julien es
presentado como un joven de unos dieciocho o diecinueve años; cuando acaba el
libro tendrá veintitrés, y por tanto ésta es una novela de formación juvenil,
de descubrimiento del mundo.
Tuve algunas dudas con el
comienzo de Rojo y negro: en los tres
primeros capítulos del libro no se presenta a los personajes, sino que Stendhal
se acerca al pueblo de Verrières y se nos informa de una serie de generalidades
sobre la época y el lugar. Un comienzo que me resultó algo torpe, o más bien
anticuado. Poco después de presentarnos a Julien (un joven que lee en las
alturas, subido a una viga en la empresa de su padre), el narrador nos informa
de que su personaje es un hipócrita: “Su hipocresía le dictó que lo mejor sería
hacer primero una visita a la iglesia.” A partir de aquí, y durante un buen
número de páginas, no pude dejar de acercarme a Julien reducido al adjetivo que
el narrador había utilizado para describirlo en primera instancia, sin dejar al
lector que haga ese tipo de juicios sobre lo leído. El comienzo de la novela y
este tipo de sentencias sobre los personajes me parecieron, para empezar, tal
vez demasiado pertenecientes al siglo XIX para mí. Pero unas cuentas páginas
después, sobre todo cuando Julien empieza a seducir a la señora de Rênal, todo
esto se me olvidé y empecé a disfrutar plenamente de la narración.
Incluso podría añadir que hay más
de un detalle, puro siglo XIX en la novela que lejos de molestar me acabó
agradando. El narrador (en tercera persona) de Rojo y negro no es un narrador neutro, como el que estoy
acostumbrado como lector del siglo XX y XXI, sino que no duda en intervenir de
vez en cuando en la narración. De hecho, al comenzar el capítulo II y leer una
intervención directa del narrador fui víctima de una confusión. Esto se puede
leer en las páginas 69-70 del libro: “¡Cuántas veces, recordando los bailes de
París que había dejado el día anterior, y con el pecho apoyado en aquellos
grandes bloques de piedra, de un hermoso gris azulado, he recorrido con la
mirada el valle del Doubs!” y un poco después: “Lo que yo le reprocharía es la
manera bárbara con que la autoridad manda cortar y podar hasta lo más vivo sus
vigorosos plátanos”. Como sabía que el personaje principal –que en el capítulo
II aún no ha aparecido- es Julien Sorel, las frases anteriores me llevaron a
pensar que el narrador era el propio Sorel que escribía desde la madurez sobre
su juventud, pero no, el que escribe es Stendhal, u otro personaje próximo a
Stendhal, que interviene a veces opinando sobre lo narrado; y como yo casi
siempre he leído libros del siglo XX donde no se usan ya estos recursos, acabé
encontrando simpáticas esas intervenciones del narrador. Y, por paradójico que
suene, las acabé (por novedosas para mí) encontrando modernas.
Julien Sorel más que un hipócrita
es durante esta narración un aprendiz de hipócrita, porque si él es un
hipócrita mucho más lo son los personajes de los que se acaba rodeando; y esto,
unido a sus orígenes -más que humildes, tristes- hacen que el lector lea su
historia con simpatía.
Ya he comentado que la primera
vez que Julien aparece en la novela, lo hace leyendo, y es contemplado por su
padre, que no sabe leer. Julien es el más enclenque de sus hermanos y su padre
no pensaba que llegaría a la edad adulta; sin embargo posee una importante
cualidad: “Además de un alma de fuego, Julien tenía una de esas sorprendentes
memorias que tan a menudo van unidas a la necedad.” (pág. 85). Esto de la
“necedad” unido al “hipócrita” anterior me hizo pensar que el narrador no le
tenía simpatía a su personaje, pero esta impresión inicial queda diluida cuando
descubrimos que efectivamente Sorel es un arribista, pero es alguien con la suficiente
sensibilidad como para descubrir la hipocresía y la mentira en los demás y
sorprenderse ante ellas. En este sentido los capítulos en los que se describe
el convento al que acude Sorel a formarse como sacerdote son de lo mejor del
libro: una dura crítica a la hipocresía de los futuros curas, personajes
mediocres que sin ninguna fe se han unido a la iglesia sólo para mejorar
económicamente. Frente a ellos, Julien tiene ideas e inclinaciones más
elevadas; aunque también es cierto que concibe la vida como una lucha a favor
de la escalada social, motivado siempre por la admiración que siente hacia el
guerrero Napoleón.
El padre de Julien lo percibía
tan débil que no creía en su supervivencia; y sus hermanos, la primera vez que
le ven con un traje, comprado por el señor de Renâl para que trabaje como
preceptor de sus hijos, le dan una paliza que le deja inconsciente. No es de
extrañar que Julien, aficionado más a la lectura que a los trabajos manuales,
desee escapar del ambiente en el que le ha tocado nacer.
Rojo y negro es la historia de una educación sentimental, la de un
arribista y por supuesto, y quizás por encima de todo, es la historia de un
seductor.
Creo que las partes del libro con
las que más he disfrutado han sido aquellas en las que me olvidado de si la
historia me la estaba contando un narrador del siglo XIX o de cualquier otra
época y simplemente me he sumergido en el texto. Esto empezó a ocurrir de forma
más intensa cuando, como ya he apuntado antes, Julien comienza a seducir a la
señora de Renâl. En este momento la narración es deliciosa: el narrador es muy
sutil, tiene mucha capacidad para describir cómo interpreta un personaje los
actos o las palabras del otro, y luego el segundo personaje sobre el primero, y
el lector percibe que ambos actúan haciendo interpretaciones falsas de las
palabras o los actos del otro.
En definitiva, después de las
dudas iniciales comentadas, he disfrutado de Rojo y negro de Stendhal como lo que es: una obra maestra sobre las
motivaciones que llevan a actuar a los hombres (que no parecen variar mucho de
una época a otra), donde la crítica a la hipocresía de una sociedad deseosa de
dinero se entrelaza perfectamente con la descripción individual de la vida de
un personaje, nacido en un entorno hostil, y que no deja de soñar con el
ascenso social. Y todo esto aderezado con una sutil y simpática descripción de
diversos caracteres. Una novela, además, en la que el elogio de la lectura de
novelas es continúa, algo que agradará bastante al lector. Me quedo al respecto
con la siguiente frase, que me parece una maravilla: "Como la señora de
Rênal nunca leía novelas, todos los matices de su felicidad eran algo nuevo
para ella."
Una delicia de libro.