Revista Deportes
Alemania trabaja y optimiza su improvisación mientras Holanda imagina la disciplina deseada sobre su lienzo impresionista. Se enfrentan dos selecciones históricas embarcadas en el proceso de hacer evolucionar su fútbol hacia objetivos antes establecidos pero nunca logrados. La practicidad y el preciosismo intercambian orillas en el Mar del Norte.
Holanda y Alemania sobre un mismo césped. Mucho más que un partido. Es la batalla centroeuropea por el cetro de un deporte cuya ejecución suele definirse bipolarmente, entre la calidez de latitudes mediterráneas y la niebla propia de las islas británicas. Es la mayor de las menores rivalidades futbolísticas a nivel de naciones. Es una pelea vecinal entre aspirantes a liderar el asalto al trono español. Estamos en 2012 y lo que distingue este duelo de los dirimidos en otras épocas no está en el chasis de los aspirantes, sino en el motor que utilizan y en la disposición de las piezas. Nuestros perseguidores en la carrera futbolística europea (y padres condicionantes en la económica) se han intercambiado el librillo de estilo. Y, seamos sinceros, no les va mal...¿o sí?
Alemania ha modernizado su ideario. La disciplina sigue siendo básica, pero ahora añade el aditivo decisorio de la calidad. El fútbol germano cambió su rumbo con la oportunidad a Klinsmann y lo ha asentado del todo con el protagonismo de Joachim Löw. Un tipo con las ideas claras y con las bases asentadas. Conoce su país y su fútbol; ha sido el principal responsable de las modificaciones en la estructura de la cantera alemana, consciente de que ése ha sido el punto clave en el triunfo de la actual generación española. Alemania sigue jugando como un bloque pero ha focalizado la velocidad de sus jugadores hacia un ataque más estético y con más efectivos. La flecha se ha convertido en un acordeón. La habitual determinación germana se ve ahora acompañada por la libertad para obtener resultados. Si la jugada se piensa en la cabeza del futbolista, hay más posibilidades de éxito que si simplemente se automatiza. Por fin la improvisación recibe su premio.
Pero Löw sabe que esto es posible gracias al talento futbolístico del que dispone en este siglo. Özil, Reus, Götze o Kroos simbolizan la nueva Alemania. Aquella que no conoció el Muro de Berlin pero que trabaja para que no vuelva a repetirse. Por fin esta selección gusta fuera de su país. El alma y orgullo germana están saciados de triunfos. Lo que ahora ansían es el reconocimiento, la sonrisa, el abrazo del neutral. En definitiva, representan como nadie las necesidades humanas de la buena posición futbolística. Y parece que están en disposición de encontrar su tesoro. A falta de un gran torneo, la rutina clasificatoria lo ha dejado claro. Alemania gana como siempre y juega como nunca.
Con Holanda se abre el ancestral debate sobre el juego y el resultado. Jamás hubiera pensado que el país de las jóvenes figuras preparadas durante años en la verde y lisa llanura amable acabaría cuestionando, precisamente sobre el césped, las ideas que cimentaron su personalidad durante décadas. Me dirán que Holanda suele jugar bien. Tocando el balón, presionando arriba, achicando espacios, abriendo a bandas...les responderé que hay idearios que, en ciertos contextos, resultan sagrados. Y no pueden traicionarse ni para ir al baño. Aunque sea durante 120 minutos en los que se está jugando una Copa del Mundo. Nadie conoce una Holanda alejada de esos argumentos. Van Marwijk fue el sacrílego responsable de que la selección naranja se olvidara de jugar al fútbol durante aquella final.
Ni todos los títulos del planeta harían olvidar aquella maravilla dinámica que fue la Holanda de Cruyff. Si se acepta la inscripción eterna de los campeones en la historia, también se ha de considerar la fidelidad y veracidad a un discurso que es el que realmente creó el producto. Un producto sin fecha de caducidad y reutilizable si nos atenemos a futbolistas de la talla de Gullit, Van Basten, Rijkaard, Bergkamp, Overmars, Seedorf ó Kluivert, todos ellos dignos sucesores del sentido hiperestético de la Naranja Mecánica. A lo mejor me equivoco y plantear un ajedrez con una selección con Van Persie, Robben, Sneijder o Van der Vaart es poco práctico y conviene más pasar a los términos de batalla táctica, donde la oscura y sobrevalorada posición del mediocentro defensivo ponga a todos en su sitio y acabe siendo considerado la figura más decisiva del partido. Si así es, déjenme soñar hasta que la realidad me despierte.
Alemania goza de desordenar velozmente su talento, mientras que Holanda se entrega a la búsqueda del orden que jamás le hizo falta. Es una charla entre viejos enemigos cuya vida ha cambiado, aunque sigan entregados a los mismos objetivos. Mucho más que un partido.
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