Descubrí este libro hace un mes en el blog de Francisco, Un lector indiscreto. Hasta entonces no conocía ni a su autor, el madrileño Manuel Longares, ni la obra, Romanticismo, que cuando se publicó, en 2001, ganó el Premio de la Crítica de narrativa castellana. Pero me llamó la atención y me faltó tiempo para hacerme con él y leerlo. A pesar de sus casi 500 páginas me ha sabido a poco.
Con un estilo lírico, al que se suma el realismo con grandes dosis de parodia que por momentos roza lo caricaturesco, el personaje principal de esta novela es sin duda el barrio madrileño de Salamanca. La historia arranca en 1975, cuando falta muy poco para la muerte de Franco, el Caudillo. Y finaliza en 1996, con la victoria electoral del Partido Popular. Entre medio, los personajes y el lector serán testigos de acontecimientos como el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 o la victoria socialista de 1982.
Dividido en tres partes, Sepulcro de la memoria, Desajustes y Restauración, el libro es un relato de la historia reciente de España, del final de la dictadura y el inicio y el asentamiento de la Transición. Historia que vivimos acompañando a tres generaciones de la familia Arce-Matesanz.
La matriarca, Hortensia, vive en la calle Goya, en un edificio ducal, junto a su hija, Pía Matesanz, a su yerno, José Luis Arce, y a su nieta, Virucha. Madre, hija y nieta son tres mujeres muy distintas, marcadas por la época histórica que les ha tocado vivir, pero, ante todo, son conscientes de dónde viven.
Son unas privilegiadas, su alta posición social y económica las distingue del resto de la ciudad, separado por lo que ellas denominan vaguadas de su mundo, el cogollito del barrio de Salamanca. Un barrio que no nos cansamos de recorrer. Las misas, los bautizos, las bodas y los funerales en la iglesia de la Concepción, las tertulias en Balmoral, los postres de Viena-Capellanes o las compras en Gastón y Daniela.
Romanticismo es un exhaustivo catálogo de los comercios que formaban en la época el barrio de Salamanca. Pero que nadie se asuste. Aun a pesar de que el estilo es claramente narrativo y descriptivo, con muy poca presencia de diálogos, las casi 500 páginas vuelan sin que nos demos cuenta.
Y todo gracias a sus personajes. La familia Arce-Matesanz. Pero también Máxima Dolz, la amiga del alma de Hortensia. Las amigas del colegio de Virucha. Los compañeros de tertulias de José Luis. La vecina y periodista Caty Labaig. Los sacerdotes de la Concepción. El administrador de las fortunas del barrio, Santos Panizo, y su mujer, la escritora de inéditos Marta Pombo. El enigmático Monjardín. Sin olvidarnos de los porteros, las criadas y las cocineras. Que estamos en un barrio de edificios con puertas de servicio, faltaría más.
Esta es una historia coral, llena de personajes, pero todos están tan bien caracterizados que es como si los conociéramos de toda la vida, en todo momento sabemos quién es quién. Aunque a veces no sepamos, como suele decirse, de qué pie cojea.
Porque con el paso de los años y de las generaciones, somos testigos de cómo se van transformando las inquietudes de los vecinos del cogollito, que con la muerte del Caudillo se llenan de incertidumbre y no saben si pasearse con la camisa azul con el yugo y las flechas o esconderla en un armario.
Más adelante comprueban que con la llegada de la Transición sus vidas no han cambiado lo más mínimo, siguen en su pedestal, en su torre de marfil. Otra cosa es ya lo que ocurre en 1982 con la victoria de los rogelios, como ellos llaman a los rojos, a los de izquierda.
Porque el lenguaje tiene una gran importancia en esta novela. Denominaciones como rogelios, Sanra para referirse a San Rafael, la localidad segoviana donde veranean, o el mismo cogollito o las vaguadas que les sirven de frontera infranqueable para aislarse del resto de la ciudad, llena de plebeyos que se encuentran muy por debajo de ellos.
Como imagino que ya os estáis haciendo una idea por mi reseña, tanto las vidas de los muchos personajes que componen esta novela como los acontecimientos históricos que relata están narrados con una gran ironía y un sentido del humor inteligente.
Con escenas realmente divertidas, inolvidables, que lograron arrancarme más de una carcajada. Mención aparte merece el capítulo en el que se narra la muerte de Máxima Dolz. Sublime. Desde los ridículos diminutivos de los nombre o motes y los rimbombantes apellidos, pasando por sus absurdas manías a la hora de comprar, sus costumbres para matar las horas o sus extravagantes expresiones para referirse a situaciones comprometidas como una borracherra o una relación sexual.
Porque Romanticismo también es un fiel retrato de la alta burguesía madrileña y hasta una crítica de su doble moral y su doble vara de medir respecto a cuestiones y temas tabú como el sexo o la ideología política. Una sociedad en la que lo único que importa es aparentar de cara a la galería y salir en los cuadros de Villasevil o en las esquelas del ABC.
Conforme avanzan las páginas y los años, la alta burguesía del cogollito del barrio de Salamanca va dando paso a los rogelios de las vaguadas de los barrios obreros. Me ha gustado mucho esta transición de personajes y escenarios paralela a la Transición política.
Porque esos rogelios tienen claro que "tienen la razón del dinero y del poder y nos utilizan para su grandeza". "No nos sentarán a su mesa ni tolerarán que sus hijos se casen con los nuestros". "En este mundo todo es como ellos quieren, pero cada día se lo ponemos más difícil". "Somos también su debilidad y en un momento de romanticismo se pierden".
Os invito a perderos en esta gran obra coral llena de personajes inolvidables que nos ayudan a conocer nuestra historia más reciente. Y, por si fuera poco, con secreto familiar incluido. No se puede pedir más. Y todo sin salir del cogollito.