No, Señor Jesucristo ¡Yo no soy como todos!
yo pronuncio tu nombre con honda devoción.
Aunque arrastre mi cuerpo sobre todos los lodos,
alzo como una hostia roja mi corazón.
Y la elevo hasta Ti, hasta tu crucifijo
que aún guarda las heridas de la Santa Pasión.
Tú me habrás de mirar como se mira a un hijo:
Yo soy un hijo pródigo que te pide perdón.
Perdón por los que llevan el dolor de su vida
sin buscar tu dolor en los torvos recodos.
Yo mantengo por ellos mi lámpara encendida,
y aunque todos te nieguen, yo te afirmo por todos.
Perdón por el suicida que fue también cobarde,
y por el pobre esclavo de una mala pasión.
Por quién luego te olvida, por quien te busca tarde,
y por quien no te busca, perdón, perdón, perdón.
Por mi cuerpo doliente, tosco vaso de tierra
que envuelve la lujuria con sus llamas malditas
Cuando la carne mata todo el goce se encierra,
en el silencio enorme, eres Tú quien nos grita.
Por mis manos, morenas serpientes voluptuosas
que fueron tentación para la frágil Eva;
y mis pies, lastimados de zarzas dolorosas,
que cada día fueron por una senda nueva.
Por mi boca que pudo morder los rizos blondos
y que a todos los besos les salía al encuentro;
y mis ojos, que fueron tras los deseos hondos,
desde aquellos caminos que llevamos adentro...