Los estudios acerca de la Segunda Guerra Mundial que se empezaron a realizar recién terminada la contienda carecen de la perspectiva histórica con la cuentan los que se hacen hoy día. Pero en cambio, los historiadores de esa época tenían una inmensa ventaja: podían entrevistar a los protagonistas del evento, que, si eran sinceros, transmitían una valiosa información acerca de unos hechos que acababan de protagonizar. Además, en el caso de Desmond Young, él mismo había peleado en la guerra, como integrante del ejército británico y había conocido brevemente a Rommel, en un episodio que lo dejó fascinado (aparece en la famosa película protagonizada por James Mason) y le motivó a escribir la biografía del general enemigo.
Erwin Rommel es quizá el militar más mitificado de la Segunda Guerra Mundial. Estudiar sus campañas en el desierto del Norte de África, donde solía contar con menos medios que el enemigo, resulta fascinante. Destinado allí con la misión de defender Trípoli frente a los ingleses, estuvo a punto de conquistar Egipto y, por ende, Oriente Medio. Sin embargo todo esto no debe hacernos olvidar la realidad: al final Rommel fue un perdedor. Se dejó llevar por una ambición desmesurada respecto a las tropas que poseía y se centró en la táctica en el desierto para dejar un tanto olvidado algo más importante: la estrategia del Eje en el Mediterráneo, que debería haber priorizado la conquista de una isla de apariencia insignificante, pero imprescindible para garantizar la llegada de suministros sin pérdidas al Norte de África: Malta.
La biografía de Desmond Young, cuya lectura es sumamente entretenida, pero cuenta con el lastre de estar escrita desde la admiración al personaje, por lo que el lector apenas va a encontrar mácula alguna en su retrato. Para Young Rommel era un militar puro, alguien nacido para ser soldado y que ya en su actuación en la Primera Guerra Mundial se distinguió como un oficial valiente que protagonizó sorprendentes acciones en el frente italiano. Quizá el periodo más feliz en la vida de Rommel fue el de entreguerras, en el que pudo entregarse a la enseñanza del arte de la guerra en diversas academias y acuartelamientos.
Con la llegada de Hitler al poder, las oportunidades de ascenso en las fuerzas armadas se disparaban. Como en la caso de Von Stauffenberg, otro militar alemán glorificado por haberse opuesto al Führer cuando las cosas iban mal para Alemania, al principio de la guerra, Rommel estuvo absolutamente de acuerdo con el salvaje ataque a Polonia, que vivió como Jefe de Seguridad del Cuartel General de Hitler, por lo que tuvo oportunidad de conocer muy de cerca al máximo responsable de la tragedia que acababa de desencadenarse, simpatizando de inmediato con él. Luego vendría la fulminante campaña de Francia, en la que el nombre de Rommel empezó a ser muy conocido y, por fin, su destino en el desierto, aventura que terminó en Túnez, de donde fue evacuado en secreto para evitar que se le capturara junto con los restos de su ejército. Luego vino su cargo de inspector de la muralla del Atlántico, donde gozó de pocos apoyos por parte del resto del alto mando y su gran fracaso en Normandía, donde se vio desbordado por un enemigo muy superior en todos los órdenes.
La película de Von Kamienski, una producción alemana tan sobria como efectiva, se centra en los últimos meses de vida del mariscal, cuando la conjura contra Hitler, que daría lugar al atentado de Von Sttaufenberg, estaba fraguándose y necesitaba del apoyo de alguien tan prestigioso como Rommel para otorgarle credibilidad. La postura de Rommel en aquellos días es bastante ambigua: consciente de la necesidad de derrocar a Hitler, se oponía a que el método fuera un atentado contra su vida. Ulrich Tukur ofrece un retrato muy medido del Rommel decadente de aquellos días, un hombre dotado de un mando que apenas podía ejercer, lastrado por los constantes impedimentos que se ponían a sus planes. También se pone énfasis en dos de las mejores virtudes del personaje: su valentía personal y su sentido del honor (que no tenía más remedio que basarse en un complicado mecanismo psicológico respecto a los monstruosos ideales que defendía su bando).
El mariscal fue siempre un militar que parecía centrarse en sus campañas sin ser consciente de lo que sucedía a su alrededor. En el desierto, protagonizó la que quizá fue la campaña más caballerosa de la Segunda Guerra Mundial, en la que se respetaron estrictamente las reglas de la guerra casi como si de una competición deportiva se tratase. En la Francia de principios de 1944 en la que la Resistencia crecía al mismo ritmo que las atroces represalias alemanas, Rommel debió ser consciente, por fin, de la catadura moral del amo al que servía. Personalmente creo que debió darse cuenta mucho antes pero, como hicieron otros muchos militares alemanes, miraron hacia otro lado y se centraron en lo que consideraban el mejor servicio a su país: ganar batallas. Al menos eso es lo que se desprende de la biografía de Young. Creo que hay estudios más modernos que prueban que Rommel, frente a la imagen habitual que se tiene de él, era un nazi convencido. Hubiera sido interesante observar su reacción frente a lo que hubiera sucedido a los judíos de Egipto y Palestina si finalmente el Afrika Korps hubiera extendido hasta allí sus conquistas. En cualquier caso, a día de hoy, Erwin Rommel sigue siendo uno de los militares más respetados de la historia de Alemania, uno de los pocos a los que este país puede nombrar para salvar una pizca de honor frente a la responsabilidad de haber provocado el conflicto más criminal de todos los tiempos.