Revista Opinión

Rompamos los Moldes de la Mente

Publicado el 06 marzo 2019 por Carlosgu82

El cerebro humano es el lugar más fértil de todo el cuerpo y a la vez también el más desconocido. Todos sabemos que es una máquina prodigiosa, el super ordenador, si preferimos la metáfora informática. En ese lugar, tan cercano y a la vez tan lejano, se encuentra un tremendo potencial por explorar, como aquellos planetas que aún están por descubrir.

De ese terreno fértil e increíble, lleno de luces y sombras, emerge la mente, esa parte sensible con la que nos identificamos todos los seres pensantes. Ahí nacen, crecen, se reproducen y mueren términos familiares como autoconcepto, recuerdos, pensamientos, corazas, emociones, miedos, obsesiones y se nutre nuestra autoestima del sistema de creencias insertado allí como un chip, que va creciendo a lo largo de nuestra vida como una gran teta de la que no dejamos nunca de mamar.

Nuestra mente puede ser nuestra mejor amiga o enemiga, el doctor Jekill o Mister Hyde, según la tengamos más o menos adiestrada. Los distintos especialistas a grandes rasgos, recomiendan calibrarla, hacerla nuestra amiga para que deje de dispararnos la basura emocional indiscriminada que nos hace sufrir y vivir a medias; aprender a cortejarla para que los pensamientos pasen por nuestra conciencia como nubes, sin interferencias, sin ruido, tan sólo paz y tranquilidad como verdaderamente nos merecemos. Al menos eso es lo que nos aconsejan disciplinas como el mindfulnes y otras de similar pelaje. Estoy segura de que todas tienen algo de cierto y nuevo que enseñarnos. Pasen y vean, investiguen por su cuenta.

Haciendo un examen de autocrítica, todos podemos llegar al foco, lo que realmente nos interesa lograr, lo que nos mueve a actuar y a ser nuestra mejor versión. De ahí, mi recomendación más atinada es que escuchemos más allá del ruido mental, bajemos el volumen de nuestra mente hiperactiva y centrémonos en lo que nos interesa de verdad. Domestiquemos nuestra mente, saquemos la basura de vez en cuando y que ella trabaje para nosotros; que su misión principal sea traernos de vuelta la magia a nuestras vidas, esa ilusión desvergonzada que teníamos cuando niños y nos permitía ser felices siempre.

Escuchemos también a nuestro cuerpo, que en resumidas cuentas es quien nos transporta por este mundo maravilloso. Nuestra meta más alta debería ser recuperar la alegría sana de vivir el momento presente por dentro y por fuera de nosotros, más allá de nuestro horizonte mental. Disfrutar más y complicarnos menos, ver la luz del sol y la de las estrellas, movernos, escuchar todos los sonidos del mundo y salirnos del yo a través de nuestros cinco sentidos físicos. Conectar con los otros, atrevernos a vivir. Comunicar nuestros deseos y sueños, escuchar y compartir…

Más allá de nuestras fronteras mentales, de ese super cerebro que todos tenemos está ocurriendo la vida a tiempo real, como un gran teatro con personajes e historias que vienen y van. Hay que estar preparados para afrontarla, para gozarla y si nos quedamos a vivir en nuestra mente, con toda probabilidad lo veremos todo a través de sus gafas, y desde esa posición corremos el riesgo de contaminarnos con las guías que siguieron nuestros padres, la escuela, nuestro jefe, la sociedad, las religiones o el mundo para enseñarnos el modelo de vida que creían “era mejor para nosotros”, esos pedazos obsoletos y sin gracia de lo que creemos que somos, que no son reales sino meros esquemas de domesticación. Rompamos los moldes de la mente, dejémoslos marchar y atrevámonos a ser quiénes realmente somos, sin ese miedo escénico que a menudo nos obliga a escondernos dentro de nosotros.

Esta vida es un regalo y para rasgar el envoltorio tiene que movernos la curiosidad.


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