Revista Cine
Nos hemos ocupado durante estos calurosos días de agosto del tiempo tomado no como fenómeno metereológico que promueve noticias y comentarios relativos a la temperatura, humedad, quizás frío y fuerza de un viento indeseado, sino como concepto físico y filosófico que es capaz de albergar impávido en su seno acontecimientos humanos de la mayor trascendencia: el tiempo, ese material inasible e indómito que nos agobia en muchas ocasiones tanto por la falta del mismo como por su insoportable extensión: podríamos decir sin pestañear que con el tiempo no hay quien pueda.
La etérea condición del tiempo no ha sido jamás obstáculo para que más de un cineasta haya querido enfrentarse a él y ofrecernos su peculiar visión intentando en demasiadas ocasiones domeñarlo con resultados nefastos, como todos ya sabemos y hemos recordado últimamente.
Resulta innegable la influencia que ejerce Richard Lupoff sobre la mente de Danny Rubin cuando éste se dispone a escribir un guión conjuntamente con Harold Ramis a primeros de los noventa del pasado siglo, una historia que se inspira en el cortometraje que hemos podido ver aquí mismo hace unos días: el concepto de inspiración, copia o plagio también ha tenido su momento agosteño (para que luego digan que agosto es un mes inútil) y de nuevo podríamos traerlo a colación cuando repasamos con calma la película que sobre ese guión escrito al alimón dirigió y produjo Harold Ramis titulándola Groundhog Day (1993) titulada en España como Atrapado en el tiempo, presentando una trama en la que el bucle temporal se convierte en protagonista y su ruptura en el máximo deseo del espectador que acaba por identificarse con el sujeto protagonista, un egocéntrico Phil que vivirá una y mil veces en el folclórico Día de la Marmota, dos de febrero en el que Punxsutawney está absolutamente pendiente de los movimientos de la marmota Phil que predice si la primavera se adelantará o no.
Cuando comentábamos el concepto del plagio estábamos de acuerdo en que la inspiración mejorada de una idea era más que aceptable y en mi opinión ése es el caso del guión escrito por Rubin y Ramis porque cuando uno repasa la película después de haberla disfrutado en su estreno y puede fijarse detenidamente en los detalles, llega a la conclusión que tiene que verla de nuevo porque segurísimo que algo se ha escapado: sin la deseable brillantez en los diálogos que perviven con un puntillo de ironía e incluso sarcasmo y son buenos pero no excelsos, lo cierto es que hay un más que remarcable trabajo de cronografía milimétricamente diseñado para encajar cientos de situaciones en el rompecabezas que representa la trama y nada es dejado al azar ya desde la presentación del protagonista, ese hombre del tiempo meteorógico televisivo de nombre Phil que irá a presentar la predicción del tiempo primaveral venidero que hará la marmota Phil y se verá abocado a realizar la misma función por una eternidad, preso del Tiempo, despertando una y otra vez a las seis en punto de la mañana escuchando hasta la saciedad el éxito de Sonny & Cher del año 1965 I Got You, Babe y viviendo el mismo día, en el mismo sitio y con las mismas personas, pero no en las mismas situaciones.
Porque y en ello reside la originalidad y fuerza de la película, nuestro protagonista alterará día sí, mañana también, el curso de la microhistoria de todos quienes le rodean, aprovechando el conocimiento que toma del conjunto pues él vive todos los días como diferentes, acumulando experiencia y sabiduría sin envejecer, manteniendo el guión perfectamente la lógica interna del relato una vez aceptada la premisa del bucle temporal: Phil no puede envejecer porque vive siempre el mismo día, el fatídico dos de febrero del que se burlaba como experto hombre del tiempo: sus acciones sobre sus congéneres y elementos físicos tienen lugar y efecto durante el mismo día, pero al siguiente todo sigue igual: haga lo que haga, a la mañana siguiente, el roto estará cosido: cuando trata de impedir que el viejo mendigo fallezca por la noche, por más que lo intente cien veces, nunca tiene éxito: su actividad no alcanza a modificar ni el pasado ni el futuro y el Tiempo queda incólume.
Lo único que Phil podrá modificar es su propia condición, su ser y estar, su interior: no conseguirá librarse con el suicidio, negación de toda esperanza: el amor creciente por su compañera Rita (llama Rita a una amante ocasional) le llevará por el camino de la redención pero deberá ser él mismo quien a base de esfuerzo lo consiga. Dice Ramis en una entrevista que, calculado a grosso modo, más de treinta años es el cúmulo de tiempo que transcurre para Phil desde que cae encantado en ese bucle temporal, tiempo más que suficiente para empezar a conocerse a sí mismo después de conocer íntimamente a sus semejantes al interesarse sinceramente por ellos.
La parábola filosófica es presentada de forma ágil por Ramis que confía a su conocido Bill Murray ese protagonista atemporal más que viajero verdadero esclavo del tiempo que sabe transmitir la lenta progresión del personaje, bien apoyado por Andie MacDowell como Rita y por el siempre eficaz Chris Elliott como el cámara del equipo de televisión pendiente de ambos Phil, contando además con una galería de secundarios que en escenas sueltas van componiendo toda la población de ese extraño sitio donde Phil vive una y otra vez el mismo día: escenas que, presentando las mismas acciones, gracias a la planificación de Ramis y a la intensa labor de dirección de los actores apoyados en ligeros cambios provenientes del estupendo guión, nunca aburren, convirtiéndose en piezas diminutas de escalones que ascienden lentamente hasta culminar una trama que, pasados casi veinte años, sigue fresca como el primer día, sin envejecer, como si uno mismo se hallara inmerso en su propio día de la marmota y se hallara bien abrigado y dispuesto a ver a Phil predecir el tiempo mientras suena, machaconamente una vez más, la popular Polca de Pensylvania.
Una vez más se demuestra que la comedia bien hecha precisa de una labor previa enorme basada en el talento y el esfuerzo, un encaje de bolillos que sin más pretensión que la de entretener agitando la neurona del respetable, deja un producto confeccionado con escasos medios materiales pero capaz de motivar alguna que otra reflexión después de haber seducido al espectador haciéndole cosquillas en su inteligencia; Ramis y compañía saben tomar la idea primigenia y ampliarla modificándola manteniendo el ritmo y la lógica, consiguiendo un resultado mucho mejor que la ampliación efectuada en el mismo año del corto que ya conocemos.
En definitiva, una película sencilla que ha devenido en clásico indiscutible, totalmente imperdible, inmejorable muestra que el tiempo sí puede tratarse en el cine sin romper nada que resulte irreparable.