Desde hace unos años existe una tendencia, cada vez más fuerte en los Estados Unidos y en Europa, de cuestionar intelectualmente el sentido de la religión en la vida humana. Pensadores como Richard Dawkins, Christopher Hitchens o Sam Harris han escrito ensayos muy influyentes sobre un tema que, en pleno siglo XXI, sigue siendo tabú para mucha gente. Las opiniones de la mayoría de la gente en torno a la religión van desde la indiferencia hasta el más profundo significado en la propia existencia, pasando por los practicantes sociales. Pero muy pocos de estos se han cuestionado seriamente por qué existe este fenómeno, más allá de la fe personal que se tenga en un determinado dios. No es raro encontrar a gente que dedican sus mejores esfuerzos a practicar y fomentar su religión, dejando de lado incluso sus intereses personales y los de su familia. ¿Por qué sucede esto?
Lo primero que hay que hacer es buscar una definición lo más precisa posible para determinar de qué hablamos cuando hablamos de religión:
"Tentativamente, propongo definir las religiones como sistemas sociales cuyos participantes manifiestan creencias en agentes sobrenaturales o en agentes cuya aprobación ha de buscarse. Ésta, por supuesto, es una rebuscada manera de articular la idea de que la religión sin Dios o sin dioses es como vertebrado sin espina dorsal."
Daniel Dennett repite en varias ocasiones a lo largo del libro que Romper el hechizo está destinado a no creyentes y a creyentes, especialmente a estos últimos, que deberían tener la valentía de pensar con profundidad en sus propias creencias, con toda la racionalidad que sea posible. Hay una especie de consenso no escrito que impide estudiar el hecho religioso con la misma profundidad y objetividad que cualquier otra actividad humana o natural. Pero esta es una tarea de difícil aceptación para los prosélitos de una determinada creencia, ya que buena parte de sus postulados se basa en fenómenos invisibles, en esa palabra tan oportuna llamada fe. Los teólogos apelarán a la condición de sagrados de los misterios que quieren investigarse a la luz de la ciencia. Se sentirán ofendidos, atacados en sus dogmas e incluso apelarán al diablo para enfriar las aspiraciones de sus adeptos de racionalizar sus creencias. Por eso deben comprender que haya gente escéptica que no pueda compartir la interiorización de su fe:
"Las personas religiosas, y que creen que la religión es la mejor esperanza para la humanidad, no pueden, sensatamente, esperar que los que somo escépticos al respecto nos abstengamos de expresar nuestras dudas si ellas mismas no están dispuestas a poner sus convicciones bajo el microscopio."
Bien es cierto que la religión ha dado esperanza a mucha gente, a la vez que otorga grandes dosis de humildad al creyente. Gracias a ella se han realizado muchas obras de bien a cargo de personas que, de otra manera, se hubiera abstenido de hacerlas. La promesa de una recompensa eterna es demasiado tentadora como para ser despreciada. También es verdad que, gracias a la religión, se han establecido mecanismos de poder casi invencibles (el poder material unido al espiritual), que han anulado el pensamiento independiente sustituyéndolo por el dogma irracional y, en demasiadas ocasiones, injusto de la fe ciega (y esta situación podríamos equipararla a doctrinas como el comunismo y el fascismo, que manifiestan un componente también dogmático y de culto al líder). Son doctrinas altamente seductoras, basadas en un sistema de recompensas y castigos que solo requieren obediencia ciega o, al menos, que no se cuestionen sus verdades fundamentales, que están muy por encima del pensamiento individual.
Es evidente que quien se acomoda a una religión difícilmente se cuestionará por qué hace lo que hace. Puede ser por convicción personal, por tradición familiar o simplemente por miedo a la exclusión social, pero está claro que si el fenómeno religioso ha tenido tanto éxito es porque ha sabido adaptarse a las más íntimas necesidades humanas, respondiendo con seguridad a todas las preguntas:
"Los tres propósitos de la religión son:
1. Consolarnos en nuestro sufrimiento y aquietar nuestro temor a la muerte.
2. Explicar cosas que no podemos explicar de otros modos.
3. Promover la cooperación grupal cuando se enfrentan duras pruebas y enemigos."
Como ya he apuntado, las religiones tal y como las conocemos son producto de la evolución de muchos siglos, desde al animismo, pasando por el chamanismo, profesionalizándose progresivamente haste derivar en las grandes creencias multinacionales. Aunque las creencias religiosas no se heredan de padres a hijos genéticamente (son producto de la cultura), sí que existe una predisposición a la fe en lo sobrenatural. Todos los días nacen y mueren varias religiones, por lo que solo sobreviven las que saben adaptarse a las necesidades de su tiempo:
"Al igual que otras muchas maravillas naturales, en cierta medida la mente humana es una bolsa de trucos, armada un poco a la carrera, a lo largo de miles de años, por el proceso, ciego y carente de prospección, de la evolución por selección natural. Forzada por las demandas de un mundo peligroso, la mente humana está profundamente sesgada en favor del reconocimiento de aquellas cosas que más importaban para el éxito reproductivo de nuestros ancestros."
Una de las barreras más formidables a la hora de emprender un estudio científico y antropológico acerca del hecho religioso está en evaluar la sinceridad de las declaraciones de los adeptos a una religión. ¿Cómo se puede estar seguro de que la fe de alguien es tan firme como dice ser? ¿Cómo sobrellevan las lógicas dudas que surgen tan espontáneamente como la fe? Imposible saberlo. ¿Se puede establecer si son más éticas las personas religiosas que las no creyentes? Sería una empresa formidable:
"Quizás un estudio podría mostrar que, como grupo, los ateos y los agnósticos respetan más la ley, son más sensibles a las necesidades de los otros y tienen un comportamiento más ético que el de las personas religiosas. Lo cierto es que hasta ahora no se ha realizado un estudio fiable que muestre lo contrario."
Sin la colaboración plena de las propias instituciones religiosas para ofrecerse enteramente desnudas al ojo crítico de los científicos - algo que difícilmente sucerá nunca - es difícil llegar a conclusiones definitivas al respecto, aunque el hecho de resistirse a ser estudiadas desde un punto de vista racional, ya resulta bastante elocuente. Quizá el examen enteramente objetivo de esta materia solo pudiera ser realizado por seres que vinieran de otro mundo y jamás hubieran sido afectados por el hecho religioso. Prácticamente todos hemos sido adoctrinados o hemos sufrido intentos de adoctrinamiento de diferente intensidad, algo que marca de una manera u otra la trayectoria vital de la persona. Para la mayoría de la gente, la práctica religiosa se percibe como algo tan natural que nadie osa plantearse acerca de, por ejemplo, el derecho que tenemos a imponer el bautismo a un recién nacido. A veces la situación recuerda un poco al cuento El traje nuevo del emperador, en el que todos disimulan por seguir la corriente de la mayoría:
"Acaso somos como esas familias en las que los adultos actúan como si creyeran en Papá Noel por el bien de los niños, y los niños pretenden que aún creen en Papá Noel para no arruinar la diversión de los adultos?"
Nadie sabe como evolucionaremos en el futuro. Si la religión seguirá formando parte de nosotros, si cambiará para adaptarse o será definitivamente apartada de nuestras costumbres. Lo que está claro es que la ciencia ha ido ganándose poco a poco el lugar prevalente que se merece y que los dogmas religiosos no pueden ya frenar su avance, como sucedía hasta hace solo un par de siglos (y como sigue sucediendo en algunos países). Es mejor juzgar por uno mismo lo que ofrece la ciencia y lo que ofrece la religión, si son compatibles y de qué manera apelan una y otra a la inteligencia humana. Si usted enferma ¿en qué confía más, en acudir a su hospital más cercano o en ir a la iglesia a ponerle una vela a un santo?:
" (...) nadie le prestaría respetuosa atención, si siquiera por un momento, a un científico que apelara a «¡si usted no entiende mi teoría es porque no tiene fe en ella!», o «sólo los miembros oficiales de mi laboratorio tienen la habilidad de detectar estos efectos», o «la contradicción que usted cree encontrar en mis argumentos es simplemente un signo de las limitaciones de la comprensión humana. Hay algunas cosas que están más allá de cualquier comprensión». Una declaración tal no sería más que una intolerable abdicación de su responsabilidad en tanto que investigador científico, una mera confesión de bancarrota intelectual."