Hace un mes y medio que no escribo. Y hay una razón para ello. Poco después de la fiesta de la lactancia me hice un test de embarazo y salió positivo. Fue toda una alegría, sobre todo después de la pérdida que sufrimos en mayo.
Con el embarazo llegaron los miedos. Inquietud cada vez que sentía algo de flujo, temiendo que fuera una pérdida de sangre que diera al traste también con este embarazo, terror a que algo fuera mal... Pero fue pasando el tiempo y llegando la principal razón de mi silenció: el sueño. Ese síntoma del embarazo que siempre me ha acompañado en todas mis gestaciones.
Era una noticia positiva. Si había síntomas, es que el embarazo iba bien. Y ahí andaba yo, cayéndome de sueño por los rincones y sin poder aprovechar las noches, el único momento del día que le puedo dedicar al blog. Esperaba con ganas el segundo trimestre, la eco de las 12 semanas, el momento de quitarme todos los miedos con los que había aprendido a convivir y de enseñarle al mundo al nuevo retoño de la familia.
Y el momento llegó, pero las noticias no fueron las esperadas. Había algo que no estaba bien, el latido no era el adecuado, no le podían ver bien el corazón y además había una zona de acumulación de líquidos donde no debería estar. Eso, en si mismo, no era el problema, sino que es un síntoma de problemas cardiacos o malformaciones genéticas.
El momento de euforia se convirtió en momento de llanto, de terror, porque todos mis miedos se hicieron realidad y peor. Cuando los ginecólogos te dan el pésame, queda poco espacio para la esperanza. Buscar información en Internet tampoco ayudó nada.
Ahora callo porque sufro, porque no encuentro alegría o pasión por escribir acerca de nada en este momento de mi vida. Aprovecho estas últimas palabras por el momento, para agradecer a todas esas personas que han estado a mi lado, cerca o en la distancia, desde el silencio o desde su presencia constante, porque en una noche interminable han sido una pequeña llama de luz y de calor siempre a mi lado.