El día de la muerte gestacional y perinatal se celebraba el pasado 15 de octubre. Una fecha trágica, agridulce, en la que no hay nada que celebrar y mucho que recordar. Pero también es una fecha para luchar, porque esos bebés que se marcharon sin haber sentido los rayos del sol sobre su piel merecen que no pase un solo día sin que reivindiquemos el lugar que ocupan en el mundo, en nuestro mundo.
Y de ahí precisamente viene el lema con el que este año se conmemora el día o la semana de la muerte gestacional y perinatal: "Rompiendo el silencio: este duelo existe". Porque si ya es triste, desolador y desgarrador perder a tu bebé, aún lo es más hacerlo en el seno de una sociedad que no reconoce su existencia, que vuelve la espalda al dolor de una familia y no reconoce ni el nacimiento ni la muerte de ese hijo.
Las madres que sufren una pérdida gestacional o perinatal tienen que enfrentarse a un puerperio sin bebé. A un cuerpo en plena revolución hormonal y preparado para enamorarse de un bebé que ya no está, al que no podemos acunar o abrazar más allá de nuestros deseos e imágenes mentales. Pero la madre que pierde a su bebé tiene que incorporarse a trabajar al día siguiente como si nada hubiera pasado y enfrentarse, en el mejor de los casos, a un molesto silencio y, en el peor, a las bienintencionadas frases odiosas que oirá hasta la saciedad.
El padre que pierde a un bebé tiene que aprender a gestionar su propio dolor, mientras sirve de sostén a su pareja, elaborando su propio duelo y asumiendo y canalizando la ira, rabia, frustración e incluso negación de su pareja.
Los niños que pierden a un hermanito que todavía no ha nacido se enfrentan a un mar de sentimientos encontrados en una situación familiar que quizás no es la óptima para ayudarles a canalizar y a expresar todas sus emociones y en una sociedad que niega y esconde lo que ha pasado.
Darnos permiso
Quizás la primera lucha que debemos luchar las mujeres que hemos perdido a nuestros hijos es contra nosotras mismas. Una lucha
Para aprender a gestionar esa sensación de traición corporal, de enfado con un cuerpo diseñado para nutrir y gestar que falla sin causa aparente.
Para llorar, para exteriorizar nuestro duelo, luto y sentimientos.
Para dejar de pensar en qué pudimos haber hecho y asumir, finalmente, que la muerte de nuestro bebé no es un fallo nuestro.
Para asumir que no tenemos la culpa.
Para perdonarnos un "pecado" que no hemos cometido.
Para darnos cuenta de que perder a un bebé no significa que seamos "menos aptas".
Para entender que un aborto no es un estigma social que debamos esconder.
Y cuando nos hayamos dado permiso para elaborar y gestionar nuestro duelo, no en silencio sino gritando, llorando y vistiéndonos de los colores que nos haga falta, entonces podremos luchar con más fuerza para reivindicar el lugar de nuestros bebés en la sociedad.
Porque cuando nos damos permiso para vernos en otro espejo, entendemos que la negación de nuestro duelo es la negación de nuestro dolor; y la negación de nuestro dolor es la negación de nuestro bebé; y no hay mayor olvido que el de nunca haber existido.
Y nosotras, mejor que nadie, entendemos que nuestros bebés estuvieron aquí, en nuestro útero, dejando huellas imborrables en nuestro cuerpo y en nuestra alma y que nadie tiene derecho a borrarlos y olvidarlos como si nunca hubieran estado.
Realidad sangrante
Es importante no callar. Asumir esta realidad e integrarla en nuestro entorno y nuestra cultura. De este modo, las mujeres que nos enfrentamos a ello por primera vez no nos sentiremos solas, defectuosas o fallidas y encontraremos más fácilmente los recursos con los que empezar a elaborar el duelo y a lamer las heridas.
Es realmente importante hacerlo, no callar. Porque según las estadísticas, casi 90.000 familias se enfrentan cada año a la pérdida de un hijo durante la gestación o el posparto inmediato. Si fuera un número similar de familias afectado de cualquier otra dolencia física o psicológica, las autoridades sanitarias hubieran puesto manos a la obra inmediatamente para canalizar atención y asistencia inmediata.
Pero estas pequeñas tragedias cotidianas se olvidan, se niegan, se minimizan de manera rutinaria. Por eso es importante romper el silencio, visibilizar nuestro duelo. Porque de lo que no se habla no existe.
Las primeras en romper el silencio debemos ser las familias que lo hemos vivido, que lo hemos sufrido. Los que debemos reivindicar a nuestros bebés, su paso y su huella por el mundo, somos sus padres, porque debemos luchar tanto por los que han nacido y nos acompañan como por sus hermanitos que ya no están con nosotros. Este años varias asociaciones se han unido para realizar un ritual con el que seguir recordando a nuestros bebés: un globo que simbólicamente se deja volar con los mensajes y deseos para nuestros niños ausentes.
En Madrid, Umamanita estará en Colón con sus Globos para el Recuerdo, el sábado 19 de octubre, de 10 a 14 horas. Pero también se han organizado actos similares en otros lugares de España. Para no olvidar, para romper el silencio.