Revista Libros
Pierre de Ronsard.Sonetos.Edición de María Teresa Gallego Urrutia.Hermida Editores. Madrid, 2016.
Sonnet à Hélène
Quand vous serez bien vieille, au soir, à la chandelle,
Assise auprès du feu, devidant et filant,
Direz, chantant mes vers, en vous esmerveillant:
Ronsard me celebroit du temps que j'estois belle.
Lors vous n'aurez servante oyant telle nouvelle,
Desja sous le labeur à demy sommeillant,
Qui, au bruit de mon nom ne s'aille resveillant,
Benissant vostre nom de louange inmortelle.
Je seray sous la terre, et, fantôme sans os,
Par les ombres myrteux je prendray mon repos.
Vous serez au fouyer une vieille accroupie,
Regrettant mon amour et vostre fier desdain.
Vivez, si m'en croyez, n'attendez à demain:
Cueillez dés aujourd’huy les roses de la vie.
Soneto a Helena
Cuando seáis muy vieja y estéis, de noche, hilando
a la luz de una mecha, a la lumbre sentada,
al entonar mis versos, diréis, maravillada:
mis años de hermosura fue Ronsard encumbrando.
No habrá entonces sirvienta, que esa nueva escuchando,
por más que en su tarea ya casi adormilada,
al eco de mi nombre no vaya, espabilada,
con inmortal encomio el vuestro agasajando.
Yo estaré bajo tierra, por un camino umbroso
de mirtos mi fantasma buscará su reposo.
Seréis vos una vieja, cabe el lar encogida;
penaréis por mi amor y vuestro genio esquivo.
Vivid sin más demora, atended mi motivo.
Cortad sin más tardanza las rosas de la vida.
Ese soneto de Ronsard, el XLIII de su último libro, el cancionero titulado Los amores de Helena, es seguramente el más conocido de los que escribió el mejor poeta francés del Renacimiento.
Forma parte de la antología bilingüe de la obra poética de Pierre de Ronsard que ha preparado María María Teresa Gallego para Hermida Editores.
Además de los cuarenta primeros sonetos del Primer Libro de los Amores, que dedicó a Casandra, contiene una amplia muestra de su poesía y un apéndice con los comentarios que el humanista Marc Antoine de Muret, escribió a petición del propio Ronsard para explicar las alusiones mitológicas y los neologismos que aparecen en los poemas.
Como Garcilaso en España, Ronsard traza una frontera decisiva en la poesía francesa desde la ruptura de la lírica renacentista con las convenciones de la poesía trovadoresca y cortesana de finales de la Edad Media.
No se trata sólo de la renovación temática métrica o estilística que extiende el petrarquismo en la literatura europea del XVI. No se trata sólo de una nueva manera de presentar el amor y de cambiar el papel del poeta en relación con la amada, ni de la incorporación de la nueva mirada vitalista y epicúrea a la naturaleza y al cuerpo o de la revitalización de la mitología grecolatina, ni de la incorporación de una nueva música, la del endecasílabo, en moldes nuevos como el soneto.
No se trata sólo de eso, ni siquiera de la nueva manera de organizar el libro de poemas como un conjunto orgánico según el modelo inaugurado por el Canzoniere de Petrarca.
Se trata de algo más sutil y más trascendente, de una renovación que no afecta a la superficie del texto. En la nueva poesía del Renacimiento –y la de Ronsard está entre las más significativas- el poeta se expresa con un nuevo tono, con una nueva voz. Esa es la aportación más profunda y más decisiva del nuevo estilo.
Fue un cambio tan trascendente que hasta Baudelaire en la poesía francesa, hasta Rubén en la poesía española, persistiría esa tonalidad inaugurada en el Renacimiento. Hasta entonces no cambió la voz del poeta. Ni el Barroco ni el Neoclasicismo, ni siquiera el Romanticismo, modificaron el tono poético.
Un tono que se aprecia ya en los cuarenta primeros sonetos del Primer Libro de los Amores, en los que Ronsard utiliza aún la música del endecasílabo, que no se adapta demasiado al esquema rítmico del francés.
La responsable de la edición, María Teresa Gallego Urrutia, explica que ha sido incapaz de ceñirse en su traducción a ese ritmo y que ha tenido que usar el alejandrino. No debería intranquilizarse por eso. El propio Ronsard ya optó por ese esquema en sus sonetos de madurez a Helena.
Y, volviendo a Rubén, él fue el introductor del soneto en alejandrinos bajo la influencia de la poesía parnasiana francesa y del lejano ejemplo de aquel Ronsard cuyas rosas evocó una vez Antonio Machado.
Santos Domínguez