Solo desde el siglo XX, y en algunos países considerados por los más civilizados del planeta, se pretende identificar aborto y medicina. Hipócrates ya sabía, cuatro siglos antes de Cristo, que el aborto es cualquier cosa menos una práctica médica, y que no tiene que ver con la salud, sino con el homicidio. El aborto provocado ha sido durante milenios un signo de salvajismo, y ninguna sociedad tenida a sí misma por civilizada consintió nunca este sacrificio de sangre inocente.
Naturalmente, al igual que el asesinato o la estafa, el aborto se ha seguido cometiendo en todas partes y en todos los tiempos, pero nunca se le ocurrió a nadie dictar leyes permisivas de estas conductas bajo el estúpido argumento de que la gente seguía actuando así pese a estar prohibidas. Nunca hasta que en pleno siglo XX, y en algunos países tenidos por los más civilizados del planeta, una extraña mezcla de odio a la religión cristiana y de restos de Revolución Francesa, devolvió esta práctica salvaje al ámbito de lo permitido por la ley, aunque con el ropaje hipócrita de las apariencias médicas.