El autor de “Ropasuelta” habla del regreso al origen, del humor como salvavidas, de la masculinidad que naufraga y de por qué el pueblo siempre vuelve, incluso cuando uno se ha marchado.
Por: Alberto Berenguer / Instagram: @tukoberenguer; @delecturaobligada
Santini regresa a Fuente Librilla (Murcia) con una mochila cargada de frustraciones y recuerdos. ¿Hasta qué punto su propio regreso a su pueblo inspiró la relación padre-hijo en la novela?
Yo nunca he vuelto a mi pueblo con la intención de comenzar de nuevo desde allí, como hace Santini. La inspiración para escribir de esa relación paterno filial viene de mil sitios: libros que he leído, historias que he escuchado, gente que he conocido, posibles vidas propias si ciertas cosas hubieran sido diferentes…
¿Qué objeto simbólico metería usted en esa mochila si fuera él?
Unos auriculares.
El Ropasuelta, padre de Santini, es autoritario, brusco, y casi mítico en el pueblo. ¿Se basó en algún personaje real o es una creación pura de sátira rural?
Como yo lo veo, no es posible crear un personaje de la nada, siempre será la suma de personas que existen. Por el simple hecho de que conocemos las reacciones y los temperamentos -lo que define a un personaje- por las reacciones y temperamentos que observamos. Quiero decir: un personaje solo puede ser alguien real si se parece a alguien (o a muchos ‘álguienes’) real.
La carrera popular del 4 de enero se convierte en un momento clave de la novela. ¿Por qué decidió usar la actividad física como catalizador de la relación padre-hijo?
Me pareció que era uno de los pocos contextos en los que podrían estar obligados a pasar tiempo juntos. Además, en la actividad física se ponen en juego muchas cartas que los hombres usamos, de manera más o menos explícita, para definir nuestra masculinidad.
La novela se mueve entre lo absurdo y lo desgarrador. ¿Cómo logró combinar humor y dolor para que el lector no se perdiera en la sátira?
La gente que más me ha atraído siempre a la hora de contar historias usaba el humor para hacer más digerible el dolor. Hablo de narradores orales. Mi abuelo, mi madre y varios de mis amigos, por ejemplo, cuentan las cosas desde ahí. Supongo que conforme crecía esa manera de contar se fue asentando en mí como la forma suprema. Luego encontré en los libros gente que llevaba eso a otro lado, a una sublimación artística. Fante, Nobbs, Dovlátov… Y ahí ya supongo que se me cayeron los huevos al suelo. De esos libros saco las ‘herramientas’, pero el impulso viene de lo otro, de la gente que larga un rato desde un taburete y mantiene la atención del resto.
La madre de Santini es el “corazón” de la historia. ¿Qué buscó transmitir a través de su figura más allá del cliché maternal?
No es que busque transmitir nada. No entiendo la escritura de esa manera. Para mí es justo al revés: si ese personaje funciona y está bien colocado, transmitirá cosas. Rosario es el contrapunto del Ropasuelta, la que ha hecho malabares durante décadas para que esa gente sea algo parecido a una familia y que se juntaran dos veces al día alrededor de la misma mesa. Con semejante cabestro en casa, solo alguien así de lista y ultrasensible, alguien con esa educación espartana, puede mantener las paredes en pie.
El autor Santos Martínez. Fuente: ElDiario.es
Fuente Librilla se siente casi como un personaje más en la novela. ¿Qué aspectos del pueblo considera imprescindibles para capturar su esencia literaria y cómo ha recibido el respaldo del propio pueblo desde el inicio?
Supongo que su situación geográfica y su incomunicación con el resto de la Región de Murcia son fundamentales. Por desgracia, muchas de las cosas que pasan allí son comunes a todas las zonas rurales de este país: población envejecida, escasas posibilidades de futuro para la gente joven, escasos servicios sociales, un Ayuntamiento que ignora a sus pedanías cuando no las desaira…
Con respecto a la recepción de ‘Ropasuelta’ ha sido en general buena. Hay quien está contento de que se haya publicado una historia situada en su pueblo. También hay quien me ha torcido el morro, pero, mira, que se toquen el pijo.
¿Cree que su novela puede funcionar como espejo de la juventud rural española actual o está más centrada en un retrato personal de su generación?
No lo sé. Eso lo tienen que decir los lectores y el tiempo. La escritura que a mí me interesa jamás pretende ser el espejo de una generación. Sería pretencioso. Otra cosa es que la historia de un ejemplar típico de su generación -como creo que es Santini-, pueda hacer que mucha gente se sienta apelada. Ojalá sea así.
La sensación de que “el pueblo nunca se va de uno” es recurrente. ¿Cómo definiría el vínculo entre identidad y territorio en Ropasuelta?
Irresoluble. Intuyo que te puedes pasar la vida dando vueltas alrededor de esa relación y no llegar a mucho, más allá de lo que sientas en el pecho cuando ves en la carretera el nombre de tu pueblo.
Además, la novela desarma masculinidades tóxicas sin perder la comicidad. ¿Fue un desafío no caer en la caricatura?
Siempre lo es. Creo que es fundamental que haya contradicciones y millones de grises en los personajes. Huir del maniqueísmo es imperativo, lo sabe todo Cristo.
En la novela, los pequeños detalles cotidianos del pueblo son cruciales. ¿Hay alguna anécdota real que no haya podido resistir incluir en el libro?
Hay varias. Gran parte del curro de edición fue recortar por ahí.
Si tuviera que contar Ropasuelta a alguien que nunca ha vivido en un pueblo, ¿qué escena escogería como ventana más auténtica a esa vida rural y por qué?
La fiesta de jubilación de Matías, los viejos viendo Real Madrid TV o Adela pelando habas. Creo que resumen todo.
Hablando de sus influencias, ¿hay algún autor, clásico o contemporáneo, que haya inspirado Ropasuelta y al que esté volviendo para futuros proyectos?
Muchos. Fante es mi gran referente, el único que me ha cambiado la vida y a quien vuelvo con frecuencia. Después de él están Harry Crews, Dovlátov y Don Carpenter. Y luego, mil: Chris Offutt, Lucia Berlin, Larry Brown, Irvine Welsh, Alan Sillitoe, Eduard Limónov, Jim Thompson, Virginie Despentes…y uno que acaba de llegar para quedarse a mi canon particular: Richard Price.
La vida rural en Murcia se percibe en la novela entre tradición y abandono. ¿Qué aspecto de la vida en los pueblos murcianos le gustaría que más gente urbana entendiera?
Con que no dieran por culo en los pueblos sería suficiente.
Si tuviera que recomendar una novela para Santini, ¿cuál sería y por qué?
Al Santini de Ropasuelta le vendría bien leer algo de Dovlátov. Se sentiría acompañado y aprendería a soltar más aire en vez de tomar tanto disgusto.
Por último, ¿habrá elementos de Ropasuelta en su próximo proyecto literario o intentará un enfoque radicalmente distinto?
Sí, habrá. Seguiré escribiendo desde Santini. Las circunstancias y el escenario son otros, pero el bigotes iracundo sigue en pie.
