Tras muchos meses de abandono, el revistero del baño ya no daba más de sí. Dos Prontos, tres YoDonas y un solitario suplemento dominical de los 90 que se sabía de memoria. Más de la mitad de los personajes de portada estaban muertos.
El estante de los champús quedaba demasiado lejos y ahora que el váter empezaba a entibiarse tampoco le apetecía abandonarlo. Además, los glicoles, tricosanes y benzoatos de sodio tampoco rinden mucho como material de lectura. Demasiadas consonantes y sílabas extrañas como para descarrilar sus pensamientos. “Mira que eres corta”, se mortificaba pensando en el Kindle sobre la mesilla de noche.
Desde el retrete el espejo del tocador quedaba en ángulo muerto, pero tampoco le apetecía pasar revista tan temprano. Aun sin verse estaba segura de que su mechón rebelde, siempre inmune a la plancha del pelo, habría vuelto a izarse durante la noche. Adivinaba su sombra grotesca sobre los azulejos, incluso con aquella luz raquítica.
Mientras la naturaleza seguía su curso, logró por fin distraerse con la mampara. Carlos acababa de ducharse y el cristal estaba aún embozado de vapor. Cada pocos segundos, alguna de aquellas gotitas se deslizaba lo suficiente como para fundirse con su vecina de abajo. Otro empujón más de la gravedad y ya eran tres, que atrapaban a otra docena al precipitarse hacia el desagüe en un zigzag vertiginoso. Mató un buen par de minutos tratando de averiguar cuál sería la siguiente en caer.
- “¿Te queda mucho?”, una voz de hombre detrás de la puerta.
- “Enseguida salgo”, replicó al aterrizar de vuelta en el presente.
Resignada, se limpió y estiró la mano hacia el bastoncillo blanco que había apoyado sobre el lavabo. Lo miró temblorosa, de reojo y con la cabeza agachada, como si por humillarse tuviera derecho a elegir el resultado. Pero la línea rosa del Predictor tenía una nitidez incontestable.
Se escuchó masticar el primer sollozo y dos lagrimones rotundos asomaron bajo cada párpado. Aquel par de humedades agazapadas le recordaron de nuevo a los hilos de agua de la mampara. Acurrucada sobre la alfombra, se esforzó en apostar contra sí misma cuál de ellas rodaría primero mejilla abajo.
