Soledad está preparando una exposición en la BNE sobre "Escritores malditos". Ella tiene un prestigio asentado como comisaría de muestras de este tipo; sin embargo en ésta siente cómo una joven arquitecta, casada felizmente y madre de dos hijos, le disputa sibilinamente el privilegio de comandar el proyecto. Por otro lado Soledad acaba de salir de una relación amorosa con Mario, hombre más joven que ella y felizmente casado que decide dejarla al no querer que su matrimonió se vaya al traste. Soledad le había inoculado el gustillo por el mundo de la Ópera y él la había dejado colgada con las entradas para ver "Tristán e Isolda" de Wagner. Al enterarse Soledad de que Mario irá a escuchar la Ópera junto a su esposa, no encuentra mejor venganza que exhibirse ante él acompañada de un bello ejemplar masculino, un gigoló, contratado para la ocasión en una de las muchas páginas de contactos para adultos que existen por Internet. Aquí comienza "La carne".
A mi la literatura de Rosa Montero siempre me ha atraído si bien había dejado de frecuentarla conformándome con los formidables artículos que periódicamente publica en prensa y con la lectura desordenada de esos ensayos sobre mujeres contenidos en libros como "Historias de mujeres" o "Pasiones". Literariamente sus primeras obras las bebí con delectación. Me refiero a "Crónica del desamor" (1979) "La función Delta" (1981), "Te trataré como una reina" (1983), "Amado Amo" (1988) y "Temblor" (1990). A partir de este título sus novelas empezaron a quedarse relegadas en mi lista de prioridades, aunque leí, lejos ya de su fecha de publicación y con menos emoción, "Bella y Oscura" y "La hija del caníbal". En fin que tenía algo abandonada a esta escritora con cuyas ideas, expuestas a lo largo de su extensa carrera de articulista, me siento identificado en no pocas ocasiones. Pero estoy muy contento de mi reencuentro con ella a través de "La carne". A continuación diré por qué.
No se puede desvelar mucho de este relato para no chafar la logradisima tensión narrativa que su autora consigue crear en no pocas ocasiones a lo largo de las apenas 170 páginas que tiene en formato digital. Sin embargo sí creo poder decir, sin temor alguno a destripar la historia, que en la novela hay dos planos -el público y el privado- en los que se mueven todos y cada uno de los personajes: Soledad es una prestigiosa experta en arte y por ello ha sido encargada de montar la exposición en la BNE; y, muy de la mano de los 60 años que acaba de cumplir, circula su problemática emocional. Naturalmente estos dos planos se cruzan y entrecruzan en ella de manera sutil y natural. Igual que ella, el coprotagonista de esta historia, Adam, también se mueve en los dos planos: el público derivado de su condición de gigoló y el privado que se verá muy influido y yo diría que hasta invadido por la actividad principal que constituye su profesión.
Del mismo modo que sus personajes, la autora ha sabido conjugar en esta novela dos planos de su propia actuación personal. Las biografías y anécdotas de los escritores extravagantes y/o malditos de la exposición que prepara Soledad constituyen, en realidad, el grueso de los dos ensayos que Rosa Montero ha escrito y que, en muchos casos, han ido apareciendo en forma de perfiles biográficos en revistas y diarios; este hecho, conocido por muchos lectores, hace que en un principio muchos empecemos a considerar a Soledad como un alter ego de Rosa Montero (plano de la realidad). Pero la escritora nos sorprenderá como en otros momentos del relato; aquí, haciendo que sea la propia autora, convertida por unos instantes en personaje de ficción, quien dé sosiego a nuestros anhelos y sospechas:
"Estaba en el bar del Círculo de Bellas Artes esperando a la periodista Rosa Montero y ya pasaban diez minutos de la hora. Un retraso de diez minutos empezaba a ser grosero. Cierto que era ella la interesada, era Soledad quien se había puesto en contacto con Rosa, pero aún así. Se creería muy importante. [...]
Verás [quien habla aquí es el personaje Rosa Montero] después de que yo publicara aquel perfil, la sobrina me mandó una carta y me contó lo que le había pasado a la tía [hablan Soledad y Rosa de una escritora maldita que va a ser el centro de la exposición. Curiosamente la única que es es ficticia frente al resto que sí que existieron en la vida real]. Lo incluí en la reedición de mi libro de biografías, 'Historia de mujeres...' -explicó Montero, y luego se tragó una pasta de té de un solo bocado." (pág 116).
Este juego entrada-salida de la ficción en la realidad y viceversa hace que los límites entre ambas se difuminen igual que lo hacen las dos facetas profesionales de la autora, la de periodista y la de escritora; igual que lo hacen la vida pública y privada de Adam y de Soledad.
En la entrevista que le hizo el programa literario "Página 2" de RTVE, la escritora madrileña declara que "La carne" es la novela en la que se ha sentido más libre; la novela en la que se ha atrevido con recursos y acciones literarias que antes se tenía prohibidos a sí misma. Quizás ese narrador -narradora, más bien, diría yo- en 3ª persona que sorprende con una interpelación directa al lector, sea una de estas libérrimas manifestaciones: " Puede que el lector opine que Wagner no parece lo más adecuado para un encuentro sexual ", (pág.5). Esta interpelación o llamada de atención no vuelve a aparecer hasta casi el final del relato, y lo hace con la misma fórmula introductoria: " Puede que el lector opine que Soledad debería resignarse, que tendría que madurar e intentar aceptar su edad, como hacemos casi todos" (pág. 156). El lector, que habia recibido esa llamada de atención incomprensible en principio para él, es en este segundo momento cuando cae en la cuenta de su porqué y de qué es lo que tiene entre sus manos. Y este descubrimiento es un momento de placer magnífico que sólo conocen y disfrutan en todo su valor los amantes de la literatura. Una gran satisfacción intelectual la que nos proporciona la Montero y que ha sabido posponer tras haberla insinuado 150 páginas antes.
Al placer intelectual anterior contribuye, y no poco, todas las referencias culturales a escritores y escritoras, a argumentos operísticos, así como las citas textuales de versos y frases de diversos autores con las que la narradora va dando forma y enjuiciando las acciones de Soledad, la protagonista de la novela. A modo de ejemplo citaré dos, ambas referidas a lo mismo, la Muerte, quizás el asunto que late con más fuerza tras las anécdotas que se relatan: la primera de Mary Shelley: " Es difícil creer que el destino de un hombre sea tan bajo que le lleve a nacer sólo para morir"; la segunda de Dylan Thomas: " No entres dócilmente en esa larga noche/ La vejez debería arder y enfurecerse al acabar el día, / Rabia, rabia contra la muerte de la Luz".
Pero no es el único tema que se toca en este relato. Además de la muerte muchos otros aparecen en la narración: la inmigración, la marginalidad, la difícil frontera que existe -y lo fácil de sobrepasarla- entre lo legal y lo ilegal, el sexo, la importancia de la edad, juventud vs madurez, maternidad, soledad, enfermedad, locura...
Según leía esta novela se iba configurando en mi cabeza la sensación de lo 'déjà vu'. Tal sentimiento me venía al observar que con la distancia de los años transcurridos - concretamente 37. Toda una vida, verdaderamente -, "La carne" tenía algo de cierre de círculo en su novelística. Lo digo porque entre los personajes de "La carne" hay seres, reales (la propia autora, por ejemplo) y de ficción, que reaparecen en ella en una especie de reivindicación o de retorno a los orígenes de su "Crónica del desamor", su primera novela. La misma protagonista de ésta, Ana, aparece en el relato como una joven periodista con inquietudes literarias que ha presentado una novela de crónicas de fracasos amorosos a un premio literario y lo ha ganado. Algo similar le aconteció en la vida real a la propia autora, periodista como Ana y ganadora de un premio si bien no por una novela sino por sus Reportajes y Artículos Literarios. Quizás ella, como Soledad, la protagonista de "La carne" , esté pensando si no estará realizando o viviendo experiencias por última vez. También las dos novelas hablan de las necesidades de la propia carne y de los fracasos amorosos en que la satisfacción de estas necesidades desembocan no pocas veces. ¿Sí? ¿No? ¿O todo lo contrario? Es evidente que si se quiere aclarar esta duda hay que leer la novela.
No hace mucho una persona de mi entorno familiar a la que quiero y cuyas observaciones aprecio mucho me decía que aunque Rosa Montero le gustaba como escritora, sin embargo había dejado de leer sus artículos semanales de El País porque advertía en ella un marcado pesimismo que no le hacía grata su lectura. Me dejó pensativo y su consideración ha estado remoloneando durante días en mi cabeza. Tras finalizar ésta, su última novela, no puedo por menos que diferir completamente de esta opinión. No, la literatura de Rosa Montero no es pesimista para nada. Yo diría en todo caso que es seria porque toca temas serios, pero, para nada pesimista. Hay mucho en el tratamiento de los asuntos por serios que éstos sean. Este mismo relato con sus giros inesperados, los presupuestos equivocados con que actuamos los seres en la vida, las frases hechas con que nos relacionamos en sociedad, etc. provocan nuestra sonrisa, una sonrisa irónica, cierto, pero sonrisa al fin y al cabo.
NOTA: A punto de publicar esta entrada veo en el escritorio de Blogger que Fesaro del blog " Libros en el petate" ha entrevistado a la autora. La podéis leer aquí y os la recomiendo vivamente.