“Oh querida Olivia,
La oscuridad cada vez se apodera de mi ilusión.
No se cuanto más pueda aguantar.
Estoy tocando fondo.
Como quien no le encuentra sentido a la vida.
Mis días sin tu presencia son un caos.
Extraño cada dulce palabra que decías,
añoro volver a ver tu sonrisa,
esa con la que pintábas de color las mañanas.
Oh mi amada, ¿por qué te has marchado?.
Justo cuando mi corazón empezaba a latir más fuerte.
¿Acaso soy tan mala persona para ti?, no, mi Olivia,
no me abandones ni me dejes botado a la suerte.
En este triste y humilde cuarto,
que por mucho tiempo fue nuestro lugar favorito.
Sé que no soy perfecto y que tú eres perfección.
Pero no me juzgues por mis errores, solo fíjate en mi valor,
En mi gallardía y cariño absoluto por ti.
Si regresas, te prometo prestarte más atención.
No sé si es algo inherente al ser humano,
Pero cuando perdemos algo que tenemos,
Es cuando más lo valoramos, lo sé, ahora lo sé.
Ven, ven a mis brazos, trae de nuevo tu presencia a mí.
¿Que no ves que me estoy muriendo lentamente?,
Con cada segundo que pasa, muero aún más.
Escribo estas letras con la esperanza de que las leas,
te estoy extrañando como no te imaginas.
Mi bella, esta bestia seguirá esperándote,
día tras día, noche tras noche,
cual Romeo esperaría a su Julieta.
Te quiero con mi alma y todo mi ser.
Eres lo mejor que le ha podido pasar a mi miserable vida.
Con amor, Maxwell.”
El hombre sostenía con una mano un ramo de rosas y con la otra, una arrugada carta. Se encontraba al frente de una lápida, de rodillas y con la mirada triste. Dejo las rojas rosas en el suelo y el papel, se levantó, dio media vuelta y se marcho lento, dando torpes pasos.