Revista Cocina

Roscón de Reyes

Por Dolega @blogdedolega

Roscón + chocolate

Rebuscaba en los bolsillos y por encima de las mesas deseando fervientemente no encontrarlas, pero la suerte no era lo suyo, así que las vio asomando debajo del periódico. Sintió la vibración del teléfono dentro del bolso pero hizo caso omiso a la llamada mientras esperaba el ascensor.

No le apetecía contestar para dar el informe de por dónde iba y decir cuando esperaba llegar. Bastante era tener que ir a la maldita reunión como para encima ir retransmitiendo vía móvil el trayecto.

Llegó al parking, apuntó con el mando a distancia para que se abrieran las puertas y hubiese sido feliz si el coche, como en una película de mafiosos, hubiera explotado por los aires. Habría estallado en una verdadera carcajada mientras esperaba a la policía, pensando en la cara que tendrían todos los que le estaban esperando.

Ya dentro del utilitario, mientras se abrochaba el cinturón de seguridad y lo ponía en marcha, intentó controlar el desasosiego que le invadía desde primeras horas de la mañana. Todos los años era la típica actividad insufrible.

Conducía de manera automática la ruta de todos los días, hasta la oficina, sin embargo hoy y a esas horas no había atascos ni complicaciones. Aparcó y al bajarse vio luz en la segunda planta del edificio. Desde la acera reconoció la fornida silueta de Blasco, el borracho Blasco.

Si necesitabas perder las ganas de comer ó que te metieran mano, no tenías más que preguntarle a Blasco cualquier cosa. El, afablemente vendría, te inundaría con su pestilente aliento y de paso te tocaría el culo. Un dos por uno que se llama. Tú haces una pregunta y terminas con una sensación doblemente repugnante.

Entró en el ascensor y la sensación de desasosiego se fue convirtiendo en hastío. Cuando se abrieron las puertas vio ante sus ojos la repetida escena de todos los años agravada por caras más tensas y mal disimulados nervios.

Nadie quería dar por empezada la reunión a pesar de que ya estaban todos en la sala de juntas. Este año fue González, el que de manera entre jovial y resignada decía las fatídicas palabras

-Venga tropa, que cuanto antes empecemos, antes acabamos.

Tomaron asiento y Antonio, el camarero que se había contratado como todos los años para la reunión, empezó a servir las tazas de chocolate caliente a cada uno de ellos. Cuando hubo terminado, tomó posición en el sitio que le estaba reservado en el centro de la mesa para poder cortar el imponente Roscón de Reyes y se dispuso a empezar la tarea. Tomó en sus manos la bolsa de terciopelo roja donde estaban las tarjetas con los nombres de todos y cada uno de los presentes. Sacó una y leyó en voz alta

-José Manuel López Silvano

Ese era el primero que escogería la zona del roscón de donde quería su trozo. A continuación, Antonio cortaría una porción de cinco centímetros exactamente y empezaría a correr la mano hacia la izquierda.

Uno tras otro iría escogiendo la zona de roscón que quisiera para que le cortaran su parte y así hasta que se terminara el dulce, luego todos lo comerían y aquel que encontrara el haba dentro de su porción, tendría que pagar el Roscón, el chocolate, el camarero y la señora de la limpieza que dejaría todo en perfecto estado para el día siguiente.

Se había sentado entre Lozano, el de Marketing que intentaba ligar con la nueva que tenía enfrente en la mesa y el informático que estaba sumido en su teléfono móvil, viendo el partido de futbol e ignorando toda la situación.

Las conversaciones se mezclaban con risas histéricas y algunos que mojaban el roscón en el chocolate, lo perdían dentro de la taza y tenían que rescatarlo quemándose los dedos ya que a nadie se le había ocurrido poner cucharillas.

La enorme mesa de juntas era la viva imagen de la empresa. La gente se sentaba al lado de sus compañeros de departamento igual que si fuera un día de diario. Nadie intentaba confraternizar con personas ajenas a sus intereses.

De repente Romero, el jefe financiero, empezó a toser y a ponerse morado.

-¡¡Dale unos golpes en la espalda que se ahoga!!

Gritaba Matilda, la de recepción, al vecino de silla del atragantado. El aludido le empezó a dar fuertes golpes a su compañero mientras le gritaba entre risas

-¡¡Escupe el haba, Romero. Joder lo que hacen algunos por no pagar el roscón, coño!!

Una estruendosa carcajada colectiva retumbó en la sala de juntas.

Como todos los años no apareció la sorpresa y se tuvo que prorratear el costo de la reunión entre todos.

Blasco volvió a proponer meter en el Roscón una estrella de cinco puntas en vez de un haba, a ver quién tenía huevos de tragársela.

Se despidieron en la calle y cada uno se dirigió a su coche. Abrió con el mando a distancia y en cuanto se sentó le empezaron los dolores de estómago. Otro año igual. Lo malo no era el haba, lo malo era el maldito plástico que le ponían en la pastelería para envolverlo.


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