Se lleva discutiendo desde hace tiempo acerca de la pérdida de intimidad que propician las nuevas redes sociales: Facebook, Twenty, etc. En general, el tono a este respecto es de alarma. Puede resultar denigrante el uso de la propia imagen por parte de terceros con la intención de ridiculizarlo (así ha ocurrido, por ejemplo, con profesores capturados por los móviles en las aulas).
Esto forma parte de uno de nuestros zeitgeist y que podría describirse como un ansia de visibilidad absoluta. Sin embargo, creo que poco a poco hemos de ir asumiendo que nuestra 'imagen', entendiendo por ello nuestra 'captura' a través de medios de reproducción tecnológica, representará cada vez menos nuestra intimidad, precisamente porque nada habrá más disponible -salvo excepciones- para la creciente comunidad de los internautas que dichas imágenes.
Estoy convencido de que, como tantas otras cosas, la intimidad no corre el peligro de desaparecer sino que, sencillamente, se metamorfoseará. Es muy posible que lo que acabe constituyendo nuestra intimidad sea aquello menos espectacularizable, la parte de nuestra existencia menos susceptible de acabar reflejada en una imagen. Quizás siempre haya sido así y ahora tomemos mayor conciencia de ello. Habría que hacerse preguntas como ésta: ¿qué es más íntimo, nuestro blog o nuestro perfil de facebook? Lo íntimo sería aquello que nadie contaría en una biografía, aquello que nunca captaría una cámara, esos gestos y acontecimientos insignificantes que sin embargo son los que verdaderamente nos conforman. Esa bola de cristal que custodia una casa sobre la que cae la nieve.