Y de pronto, la tempestad.
Así como crujen las ramas de los árboles
devoradas por las llamas desorbitadas e informes,
así los dedos pequeños de la lluvia
golpean mi ventana.
Un cristal súbitamente gris, un cielo opaco.
¿No os atemorizan
las calles bañadas de lluvia
tanto como la nieve antes del deshielo?
Los raíles sobre los que pasa el tren
cargados van de herrumbre.
Y la lluvia me parece
un huésped inesperado y molesto,
porque quien a ella se somete,
deberá reflejar el cielo,
y el cielo no es otra cosa que lluvia.
Y él y ella se contemplan.
No dejan de reflejarse diciendo:
“Aquí estoy, aquí estás.
¿Dónde está el mundo?”
Rosmarí Torrens