Nuestras amigas las rotondas, son esas herramientas para el tráfico rodado que el peatón no disfruta, más bien sufre. Las sufre ya sea porque la estatua de rigor es más fea que un pié con juanetes, o porque el tráfico que se articula a su alrededor le hace dar una mayor vuelta para cruzar a su destino, o como en el caso de La Cibeles en Madrid, porque encarcela el tal vez monumento más conocido de la capital española, ¿quién no ha visto a unos sufridos turistas intentando sacarse una foto con la diosa a distancia?; ¿para que sirve una fuente y una estatua a la que no puedes acceder?
Y las hay muy grandes y conocidas. Esta del arco del triunfo de París, es tal vez la más afamada y parodiada. Lo más curioso, es que en ella confluyen 12 calles diferentes, con la enorme dificultad que ello entraña tanto de tráfico, como de orientación. Se ha hecho tristemente famosa como la rotonda con más accidentes del mundo, llegando las aseguradoras a añadir una clausula, en la que no se hacen cargo de los alcances que en esta plaza se produzcan.
De acuerdo, las rotondas agilizan el tráfico y las tenemos tan interiorizadas, que ya no somos capaces de concebir un cruce sin una de ellas, es más, recuerdo que de crío en Canadá, mi primer día ya pregunté que por qué no hacían rotondas como en Europa... tras haber esperado horas en una serie de semáforos de cruce por donde no circulaba nadie. Son necesarias, pero no lo permiten todo, ni es obligatorio que acojan una estatua, ni que rodeen un cementerio como en Villanueva de la Cañada (Madrid). Si buen lector, en esta localidad como no había sitio para realizar una rotonda por culpa de un pequeño cementerio, el ayuntamiento decidió encerrarlo con una macro glorieta.
Entonces, ¿podemos tomar algún ejemplo a seguir?
Plaza de los Fueros, Pamplona, 1973. Arq: Rafael Moneo y de la Cuadra Salcedo.
Son escasos los buenos ejemplos, pero los hay. Este de Pamplona tal vez sea de los mejores. El encuentro del ensanche de Pamplona, con el parque de la ciudadela, La Vuelta al Castillo y la avenida de Zaragoza, suponía un cruce difícilmente solucionable con una fórmula clásica para el tráfico rodado y al tiempo, dotase a la ciudad de un auténtico espacio urbano.
La estrategia a seguir, es un juego de curvas cónicas que ya sean trazadas, o percibidas por el paseante, ordenasen un gran entorno urbano en el que tanto el peatón, como el automóvil, tuviesen su espacio sin entorpecerse. Una macro glorieta acoge el tráfico de cada una de las calles y avenidas, acompañándolo hasta su destino por el perímetro de la plaza, mientras que el peatón es soterrado gracias a tres pasadizos y llevado a una gran explanada central circular y empedrada, un lugar que alcanza todo su significado en San Fermines, cuando se celebran en ella conciertos y espectáculos varios.