A veces nos rompemos.
De hecho, yo creo que nos rompemos un poquito cada día, pero nos pasa como a las montañas, que se van llenando de grietas con el paso del tiempo y estas mismas grietas son las que las hacen tan robustas.
A veces nos rompemos.
Porque algo no sale como queríamos, porque alguien no actúa como esperábamos, porque abrimos los ojos al mundo y vemos la involución en la que andamos, o porque la muerte se lleva a quien no toca.
A veces, muchas, nos rompemos.
Se nos desgarra un trozo del bolsillo del pecho. Ése en el que guardamos todos nuestros anhelos, nuestras vivencias, nuestros deseos, nuestra realidad y nuestras circunstancias.
A veces, unas cuantas, nos cogemos al clavo ardiendo que sobresale porque cualquier motivo es una buena excusa para sonreír de nuevo.
A veces, casi siempre, habernos roto es el principal motivo por el que nos prometemos empezar de nuevo, de cero, sin límites y con todo el horizonte por delante para recorrer.
A veces, muchas, cada día... Algo hace tope en nuestro corazón y lo congela unos segundos. Tiempo suficiente para que la tristeza nos invada sin remedio, o la impotencia, o la desidia, o el asco.
Y es que... A veces nos rompemos con cualquier minucia rutinaria. Y otras... Otras sacamos aguja e hilo y remendamos como locos el descosido, para seguir rompiéndonos cada día un poquito. Porque es justo esa pequeña rotura la que es sinónimo de VIDA.