Revista Cine

Rotterdam 2022 - Amanda Kramer: Metáforas de la feminidad

Publicado el 07 febrero 2022 por Enprimera
El Festival de Rotterdam modificó su programación poco después de que se anunciara, porque las medidas de bloqueo de la sociedad adoptadas por el gobierno holandés incluían el cierre de las salas de cine, obligando a los organizadores a poner en marcha una edición online que se ha venido celebrando para los espectadores hasta este fin de semana y para la prensa internacional hasta el 14 de febrero. Entre estos cambios, como ya comentamos en nuestra primera crónica, se encontraba la película de inauguración prevista que, por razones de derechos, estaba disponible solo para proyectarse en salas. De forma que una de las protagonistas de las dos retrospectivas del IFFR 2022 se convirtió en más protagonista, eligiéndose su última producción, Please baby please (Amanda Kramer, 2022) como la película inaugural, incluida dentro de la revisión de su filmografía.
Amanda Kramer es una cineasta joven que apenas tiene cuatro largometrajes en su carrera como directora y que se introdujo en el cine hace tan solo seis años con sus primeros cortometrajes, pero con una voluntad muy clara de construir un lenguaje cinematográfico propio, conscientemente influido por cineastas de estilos muy personales, aunque sea caminando por la línea imprecisa del cine experimental: "Cuando me he acercado al cine, he sentido que hay demasiadas reglas impuestas que la gente no está dispuesta a romper", afirmaba en el Big Talk, una conversación sobre su cine, que mantuvo con Michelle Carey, una de las programadoras del Festival de Rotterdam. 
Amanda Kramer nació en Nueva York en 1961, hija de padres actores que participaron en papeles secundarios en algunas películas de los años cincuenta pero cuyas carreras se vieron interrumpidas cuando fueron incluidos en las llamadas listas negras de Hollywood, como sospechosos de actividades comunistas. Y aunque no sufrieron condenas, decidieron abordar otras profesiones menos "peligrosas". Su trayectoria profesional empezó en el mundo de la música, formando parte del grupo de synth-pop Information Society y más tarde de la banda The Golden Palominos en los años noventa. Fundó 100% Silk, una discográfica con sede en Los Angeles, dedicada a explorar la música electrónica. Cuatro componentes de este sello, La Vampires, Ital, Magic Touch y Maria Minerva realizaron en junio de 2012 una gira por Europa que fue documentada en la película Silk (Benjamin Shearn, 2013), producida por Amanda Kramer a través de su productora Freedom 2K, y seleccionada por el CPH:DOX, el Festival de Cine Documental de Copenhague. Por entonces se hacía llamar Amanda Brown y creó LA Vampires, en la que coqueteaba con la música electrónica oscura y alucinatoria. 
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Silk ofrece una visión realista de la gira por distintos países en diferentes circunstancias: desde el Sónar de Barcelona con miles de espectadores hasta un extraño concierto al aire libre en Rusia que se celebra aunque llueve a cántaros, al que acude menos de un centenar de seguidores. Hay también anécdotas en las que se reflejan las condiciones problemáticas de la autogestión: En un local el sonido distorsiona y los espectadores interrumpen la actuación del DJ con protestas, en otro momento uno de los miembros de la gira descubre que el cuaderno en el que llevaba el dinero de los conciertos ha desaparecido de su mochila... Estas escenas son las más interesantes de una película irregular que queda algo desfasada en su estilo porque la propia música house en la que se apoya también ha perdido sonoridad con el paso de los años. El director introduce una voz en off que es interesante cuando es realista e insoportable cuando quiere ser poética. "En ese documental se me ve histérica y perdiendo los nervios a veces. Siempre he sido punk, y en esa época hacíamos giras en las que no se nos pagaba o se nos pagaba con cerveza, y yo no bebo cerveza, o dormíamos en el suelo. Pero yo solo quería bailar.", comenta Amanda Kramer, "En realidad no era feliz. Yo soy escritora, necesito un espacio tranquilo. No soy actriz, así que no me gusta ser el objeto de atención". 
Su introducción en el cine se produjo con el cortometraje Bark (Amanda Kramer, 2016), una pieza que en cierta manera marca algunas de las preocupaciones de sus posteriores películas, especialmente el reflejo de una feminidad compleja. Rodada en un solo espacio interior, un salón lujoso, las protagonistas son Dot (Gina Piersanti) y Lo (Lucia Ribisi), dos jóvenes que comienzan discutiendo sobre si una de ellas ha llamado a la otra, pero cuya conversación va derivando hacia reproches que parecían escondidos bajo la superficie de la banalidad. Escrita por Amanda Kramer y Benjamin Shearn, la película explora las inseguridades que afrontan las mujeres, representadas en la figura invisible de un perro que se presenta como una amenaza exterior. Hay un juego de roles entre las dos protagonistas, una cierta dominación de una de ellas hacia la otra, que desemboca en una escena en la que Dot es obligada a caminar a ciegas, y que acaba adoptando la simulación de una violación que extraerá la rabia contenida. A este respecto, Amanda Kramer comenta: "Yo nunca filmaría una violación, especialmente si existe algún tipo de provocación, porque no quiero ser responsable de eso. Pero creo que es necesario flirtear con la idea del peligro". Como en todas sus películas posteriores, hay en Bark una sensación perturbadora en la atmósfera que de alguna manera se siente en los propios personajes. 
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En Requests (Amanda Kramer, 2018) la música está presente de forma diegética, porque se desarrolla en un nightclub en el que los clientes hacen solicitudes de canciones para que el cantante las interprete: "¿Puedes cantar la canción que escucho en todas partes para poderla cantar también?", "¿Puedes cantar la canción de mi juventud?". Aunque intemporal, hay una cierta ambientación que parece referenciar al pasado, una representación retro que se muestra a través de la imagen nebulosa y del propio estilo de la música que escuchamos. La incomodidad se dibuja en el ambiente con la actitud de uno de los clientes, que ya no es solícita, sino exigente, y que nos hace descubrir la irrealidad del espacio en el que se desarrolla la historia. El cortometraje está co-escrito junto a Noel David Taylor, que también será uno de los habituales colaboradores de la cineasta y que recientemente debutó en el largometraje con Man under table (Noel David Taylor, 2021). Ya se percibe en este cortometraje el interés de Amanda Kramer por definir a sus personajes desde la primera percepción física, a través del maquillaje y el vestuario. Vemos a un par de mujeres asiáticas, a una clienta vestida de novia, a un aristócrata... a través de una cuidada reproducción de sus personalidades reflejada en su forma de vestir. La propia Amanda Kramer en su página web, donde se pueden visionar casi todos sus cortometrajes de forma gratuita, define este corto como "basado en la idea de un crooner cantando sobre mis propios recuerdos. Un sueño hecho realidad".  
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En el tercer cortometraje de la directora, Intervene (Amanda Kramer, 2018) vemos a James (Noel David Taylor), un hombre que parece enfermo en una habitación en la que todos los objetos están pintados de blanco. Frente a la representación naturalista que veremos después cuando Gwendolyn (Jane Adams) habla con sus hijas Justine (Kate Lyn Sheil) y J.R. (Emily Robinson) sobre la extraña enfermedad que tiene James, la habitación muestra ya el interés de Amanda Kramer por explorar la puesta en escena que huye del realismo para construir su propia ambientación. "No entiendo el naturalismo", comenta, "no busco lo real, sino jugar con la fantasía y con los sueños". James parece abducido por una especie de visión casi religiosa de una luz que no puede alcanzar, pero la única que realmente cree que se trata de una representación verdadera es J.R. No sabemos si esa llamada que recibe James es una visión de la muerte próxima, o quizás una aproximación a su propio yo. "Imagina un espacio, un cuadrado blanco o algo así. Está ahí, enfrente de mi, pero cubierto de una sombra que no puedo ver", es como describe su propia visión. La "intervención" del título pasa por el intento de las mujeres de ofrecer a James una respuesta, aunque sea una respuesta falsificada de la realidad. Aunque no le nombre como uno de sus referentes, hay una puesta en escena en algunas de sus obras como BarkIntervene que recuerda a las películas del director griego Yorgos Lanthimos, especialmente Canino (2009) y La favorita (2018).
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El último cortometraje realizado hasta la fecha es Sin Ultra (Amanda Kramer, 2019), que rodó después de haber estrenado dos largometrajes. En realidad, parece más un videoclip que un corto de ficción, o una pieza de danza en la que un grupo de trabajadores de una fábrica se mueven constantemente con cierto swing más cercano al baile que a los movimientos realistas, pero también con un comportamiento casi robótico, carente de expresión, propio del trabajo en cadena. La perturbadora fábrica, que se representa a través de una puesta en escena de decorados de cartón, que nos recuerda a las creaciones de Antonio Mingote para el cortometraje El asfalto (Narciso Ibáñez Serrador, 1967), se dedica a recoger cuerpos inertes de mujeres, que son fotografiados y clasificados. Es la representación de la muerte fetichizada, de la violencia sobre los cuerpos femeninos que se muestra en la televisión y el cine. A este respecto, Amanda Kramer comenta: "Hollywood no se rige por la moralidad. El romanticismo en Hollywood es falso, el peligro en Hollywood también es falso. Ellos ofrecen lo que creen que el público espera. Pero para mí el dolor no resulta sensual". Cuando uno de cadáveres parece recobrar vida, con movimientos de danza, la cadena de trabajo se descompone, las expresiones del grupo de trabajadores muestran sorpresa, pero ellos mismos se encargan de devolver el sistema a la rutina, las mujeres muertas deben estar muertas, la sangre falsa corre por sus pantorrillas, la jornada laboral termina como empezó y el mundo sigue consumiendo violencia enfocada a las mujeres. 
"Mis cortometrajes tienden a ser pequeños retratos de lo maníaco y lo histriónico", es como define Amanda Kramer sus películas cortas, pero la evolución como directora la ha llevado lógicamente a contar historias de mayor duración. Su primera incursión en el largometraje fue con la película Ladyworld (Amanda Kramer, 2018), pero no pudo estrenarla hasta 2019, y llegó antes a las pantallas Paris window (Amanda Kramer, 2018), aunque este orden parece en cierta manera más adecuado al hablar de su evolución como cineasta, porque la segunda tiene en común con los cortometrajes el hecho de ser una pieza minimalista con pocos actores, mientras que Ladyworld es mucho más coral. En todo caso, la directora propone en Paris window una historia protagonizada por dos hermanos, Julian (Noel David Taylor, también guionista) y Sunny (Sophie Kargman) que viven aislados en su apartamento del que solo ella sale para trabajar, mientras que él permanece todo el tiempo en ese espacio de seguridad surrealista, enganchado a un programa de hipnosis que se reproduce las 24 horas del día. 
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Se trata de una comedia, con un tono claramente surrealista, en la que la representación funciona a través de la metáfora: Ese mundo de seguridad que han creado los dos hermanos, especialmente Julian, que se siente confortable sin explorar nada nuevo, alienado en el sillón mientras contempla los mensajes de autoayuda que emite la televisión, la propia interpretación de los actores que parecen moverse de forma extraña, que utilizan los movimientos para expresar más el interior de los personajes que su superficialidad. Sunny conoce a un compañero de trabajo con el que comienza una relación y que acabará llevando a su casa, rompiendo el espacio seguro que ha construido con su hermano. Pero esta aparente liberación de Sunny no lo es tanto, porque David (Noel David Taylor) en realidad es idéntico a Julian. Igual que éste proyecta sus propias preocupaciones en el programa de autoayuda que ve todos los días, Sunny también parece proyectar su propia realidad en la figura de David, y en cierta manera hasta los invitados a una fiesta que celebran poco después parecen proyecciones de los miedos y las inseguridades de los dos protagonistas. "Creo que la metáfora y el simbolismo pueden expresar aspectos más verdaderos", dice Amanda Kramer, lo que resulta evidente en sus dos primeros largometrajes.  
Como decíamos, Ladyworld (Amanda Kramer, 2018) se rodó antes pero no se pudo estrenar hasta 2019, y casi podríamos considerarla como una continuación de su cortometraje Bark. Si en aquel las dos jóvenes establecen un juego de roles y están atemorizadas por una amenaza que viene de fuera, esta película comienza con algo parecido a un terremoto que literalmente cubre de tierra cualquier posible salida de la casa en la que un grupo de amigas celebran una fiesta. Estas ocho jóvenes se ven atrapadas en una especie de sepultura en vida, teniendo que hacer frente a la falta de agua y de comida, y pronto establecen sus propios estamentos de dominación, sus propios roles de identidad que las convierte en una suerte de versión femenina de El señor de las moscas (Harry Hook, 1990). En realidad la película explora conceptos en torno a la feminidad que son habituales en la filmografía de la directora, y especialmente a través del retrato de ocho chicas jóvenes en las que las inseguridades y los miedos están presentes de una forma más explícita. Aquí también parece haber una doble amenaza, la del desastre natural del exterior y la de la percepción de que hay un hombre escondido, especialmente a partir del momento en el que una de las jóvenes desaparece. 
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Se trata por tanto de una visión surrealista en torno a la feminidad, pero que tampoco es tímida en cuanto a la representación de la dominación dentro de este grupo. La película está construida como una especie de pesadilla en la que la percepción de que el peligro está tanto dentro como fuera aumenta los momentos de tensión. Y puede parecer que hay cierta incoherencia en el hecho de que las jóvenes no traten de buscar una salida inmediatamente, pero esta actitud es también una metáfora de la propia capacidad de alienación que puede provocar el miedo. Mientras para algunas la experiencia es terrorífica, otras jóvenes adoptan una actitud más desenfadada, más dominante también, maquillándose de forma felliniana y estableciendo estamentos de poder en el que toman la iniciativa de no tomar ninguna iniciativa. En la creación de esta atmósfera de pesadilla tiene especial relevancia la música de Callie Ryan que usa voces femeninas guturales y jadeantes que provocan desasosiego, a la manera de la exploración musical que hicieron Morton Feldman y Robedoor en el cortometraje Intervene, utilizando también voces femeninas a capella. Ladyworld es una inteligente incursión en la feminidad que a veces tiene problemas de ritmo, pero que utiliza sabiamente la idea de una representación metafórica de la realidad para construir precisamente una narrativa más cercana a la realidad. 
Ya comentamos anteriormente la película Please baby please (Amanda Kramer, 2022), que es posiblemente la que mejor representa la evolución de la directora hacia terrenos en los que se encuentra cómoda. Y que propone una interesante línea de trabajo que puede ser interesante en cuanto a cómo introducir elementos tradicionales del cine de Hollywood, especialmente actrices y actores reconocidos, en esta forma de exploración de lo experimental. El otro título presente en la programación del Festival de Rotterdam como premiere mundial es Give me pity! (Amanda Kramer, 2022), construido como un monólogo espléndidamente interpretado por Sophie von Haselberg como una diva que protagoniza su propio show televisivo que la llevará a experimentar todas sus inseguridades. "Quería explorar la vanidad femenina", dice la directora. "Así que en realidad me inspiré en mí misma pero también en muchas mujeres que conozco. El miedo a la maternidad, el miedo a ser sensual, el miedo a ser divertida... es el miedo a lo que se espera de nosotras. Y creo que eso es común a todas las mujeres". La estrella de la función, Sissy St. Claire, se siente orgullosa de haber conseguido su propio show de televisión, a la manera de los especiales que en Estados Unidos solían protagonizar las grandes estrellas de la música en los años setenta y ochenta. Amanda Kramer utiliza nuevamente una estética retro que encuentra en la ambientación kitsch, los sketches y los números de baile su principal recurso estético. 
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Pero este programa también se convierte en un viaje psicodélico en el que algo acecha a la protagonista, que parece una amenaza exterior pero que, conforme se desarrolla el programa, comprobamos que está más dentro de la mente de Sissy. Como hace en otras de sus películas, Amanda Kramer distorsiona el concepto de la realidad, invierte la mirada hacia los programas de variedades creando un espacio en el que el humor negro y la sensación de perversión en algunos momentos acaban tomando protagonismo. "Las mujeres también tenemos esos sentimientos de perversión", comenta. "Tenemos ese interés por el voyeurismo, por el peligro, y debemos abordar esa imaginería de lo prohibido porque también nos pertenece, no es algo exclusivo de los hombres". Give me pity! es una película-monólogo que en cierto sentido tiene algo de histriónico y de excesivo, pero también funciona en este aspecto como una mirada hacia las mujeres y cómo se representan en los medios de comunicación. Dentro de este aparataje musical, destacan las canciones compuestas por el tándem formado por Giulio Carmassi y Brian Scary, que también son los autores de los números musicales de Please baby please
Las dos últimas películas de Amanda Kramer tienen en común precisamente esa incursión en el género musical, que ella utiliza como un recurso para expresar las metáforas de la realidad que caracterizan ese mundo extraño, personal y surrealista que representa su cine: "La última manipulación que se introduce en el cine es cuando se añade música. Las cuerdas de la banda sonora de John Williams al final de Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993) son las que se provocan esa emoción, las que te conectan con los personajes. Pero mis películas no buscan ese tipo de emociones. Cuando incluyo música no tengo la intención de crear emoción, sino de trasladar el tema de lo que estoy contando, algo que está más cercano a lo demencial y lo histérico". 
Amanda Kramer, a la que el Festival de Rotterdam le ha dedicado una de sus retrospectivas, prepara ahora junto a la actriz Andrea Riseborough un thriller sobre un superviviente del Holocausto que se radicaliza tras asistir a una terapia de grupo. 
Silk y Paris window se pueden ver en Plex.Bark, Requests e Intervene se pueden ver en amandakramer.com.Sin Ultra se puede ver en Talkhouse
Canino se puede ver en Filmin y MUBI. La favorita se puede ver en Disney+.El asfalto se puede ver en Prime Video. 

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