Revista Cine

Rotterdam 2022 - Parte 3: Búsquedas identitarias

Publicado el 01 febrero 2022 por Enprimerafila
El Festival de Rotterdam continúa en esta edición online que durante estas semanas ofrece una selección de las películas más destacadas del panorama internacional. Si la norteamericana Amanda Kramer fue la encargada de inaugurar el festival, el francés Mathieu Amalric presenta en esta edición sus dos últimos trabajos, uno como director y otro como actor, y ha protagonizado un encuentro virtual con la directora del festival. Es uno de los argumentos principales de esta nueva crónica del certamen holandés, en la que también nos centramos en la última película del joven director español Adrián Silvestre, reciente ganador de la última edición de los Premios Feroz que se entregaron el pasado fin de semanaTIGER COMPETITION
Tras presentar en el Festival de Berlín su debut en el largometraje, In deep sleep (2020), la directora Maria Ignatenko (1986, Rusia), incluye en la programación de Rotterdam Achrome (2022), una incursión en la representación del Holocausto que está basada en las publicaciones de la escritora lituana Rūta Vanagaitė como Our people: Discovering Lithuania's hidden Holocaust (2020), en torno a la colaboración de ciudadanos lituanos con los nazis en el exterminio de los judíos, una especie de revisión actualizada del controvertido libro Our people: Journey with the enemy (2016), que provocó que la editorial lituana Alma Littera decidiera destruir los libros que tenía en distribución de la autora, tras unas declaraciones suyas en torno al comandante partisano Adolfas Ramanauskas-Vanagas, un héroe de guerra lituano al que sin embargo Vanagaitė señala como colaborador de los nazis implicado en el exterminio de judíos, según pruebas recopiladas por el Centro Simon Wiesenthal de Jerusalén. La película está protagonizada por dos hermanos que se alistan en la Wehrmacht como muchos otros habitantes de Lituania quienes, tras la ocupación soviética de los países bálticos, vieron la llegada de los alemanes con simpatía. No importa que los hombres que se alisten no hayan disparado un arma en su vida, lo importante es engrosar un grupo de "soldados" que habitan en el interior de las montañas y que vigilan a prisioneros judíos, a los que someten a torturas y, en el caso de las mujeres, a violaciones. 
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La incorporación de Maris (Georgiy Bergal) a estas fuerzas nazis supone el descubrimiento de los horrores de la guerra, o más bien de los horrores de la retaguardia, porque no hay combates en su milicia, solo vejaciones y torturas contra los prisioneros. Maria Ignatenko muestra el holocausto con una mirada poética, a través de largos planos estáticos en los que los paisajes áridos se cubren de niebla, entre silencio y muerte. Hay una cierta ambigüedad en el arco narrativo de Maris, que parece ir siendo consciente cada vez más de un exterminio evidente, y que de alguna forma representa la reflexión de la película en torno al planteamiento de la inocencia y la culpabilidad, de la imposibilidad de mantener las manos limpias en un entorno de violencia. Porque no es solo culpable el que participa por acción, sino también el que lo hace por omisión. Maris no se rebela (no puede rebelarse) contra los horrores que está contemplando, los mismos de los que se podría decir que es cómplice, y solamente se aferra a su condición de ser humano cuando establece una relación con Leah (Klavdia Korshunova), una de las prisioneras. La propuesta de la directora es arriesgada, quizás demasiado sinuosa, y a veces recuerda a los encuadres de su compatriota Alexander Sokurov, pero su pretensión de profundizar a través de la representación visual en la psicología de sus personajes no siempre consigue su propósito. Achrome es una película hermosamente triste, poéticamente sombría, narrativamente irregular. 
Durante los meses de confinamiento se han realizado numerosas propuestas audiovisuales que muestran la vida desde la perspectiva de una ventana, una mirada a lo que ocurre en el exterior desde un enfoque personal de directores que asumen absolutamente su condición de voyeurs. En este sentido, se puede considerar como premonitorio el documental Malintzin 17 (Eugenio Polgovsky, Mara Polgovsky, 2022) una de esas películas que se asoman al exterior, pero que se rodó en 2016, antes de la pandemia. El director Eugenio Polgovsky (1977, México-2017, Londres) se interesa por la hembra de un pájaro que está posada en unos cables cerca de la ventana de su casa y observa junto a su hija Milena cómo protege a su huevo sin moverse, llueva o truene, para evitar que las ardillas se lo roben. El cineasta Eugenio Polgovsky, conocido por sus documentales Trópico de cáncer (2004), Los herederos (2008), que participó en la Sección Bright Future del Festival de Rotterdam, o Resurrección (2016), fue también creador junto a Gael García Bernal y Diego Luna del Festival Ambulantes, una de las citas más importantes de México en torno al cine documental, pero falleció repentinamente en 2017 cuando se encontraba en Londres residiendo por su trabajo como Fellow-Communer del Trinity College. Su hermana Mara, editora de varias de sus películas, ha tomado la decisión de preservar la memoria a través de proyectos que aún no había terminado.
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Mara Polgovsky (1983, México) se convierte así en una extensión del trabajo de su hermano, completando una filmografía corta pero muy influyente en el género documental latinoamericano, pero también manteniendo el recuerdo, haciendo presente al director en una película que establece un paralelismo entre la relación protectora del ave con su polluelo y la del propio Eugenio como padre, a través de las conversaciones con su hija pequeña, que tienen ese tono de fantasía y de complicidad. Hay por tanto una cierta reflexión en torno a lo cotidiano y lo extraordinario, la mirada hacia un pájaro que podría pasar inadvertido a los ojos de cualquiera pero que ante los de un director de cine se convierte en curiosidad, en el centro de su atención mientras el resto de la vida continúa. El título Malintzin 17 hace referencia a la película Jeanne Dielman, 23, Quai du Commerce, 1080 Bruxelles (Chantal Akerman, 1975), aquel minimalista, espléndido retrato en tres horas de la monotonía de la vida cotidiana que era, asimismo, un reflejo de la relación entre una madre y su hijo. Mara Polgovsky consigue mantener la esencia del cine de su hermano a través de un material que, confiesa, no era demasiado extenso, logrando huellas de autoría en el proceso de edición, haciendo presente al director/hermano/padre y construyendo una película cuya mirada cobra absoluta actualidad. Ella afirma que hay otras dos películas inacabadas de Eugenio Polgovsky para completar su filmografía, como Don Jesús y el alacrán, la historia de un jardinero que había sido un importante traficante de drogas.
BIG SCREEN COMPETITION
Este fin de semana el director Adrián Silvestre (1981, Valencia) conseguía el Premio Arrebato de No Ficción por  Sedimentos (2021) en la entrega de los Premios Feroz, y estos días presenta en Rotterdam su siguiente película, Mi vacío y yo (Adrián Silvestre, 2022) que en cierta manera se puede considerar como una extensión de aquella, pero abordando la transexualidad, no desde la colectividad, sino desde un punto de vista más personal. Si en aquella seis trans femeninas compartían sus distintas experiencias en un viaje a León, en esta la protagonista principal es Raphi (Raphäelle Perez), una joven de origen francés que se enfrenta en España a ciertas presiones, incluso dentro de la comunidad transexual de Barcelona, para que se someta a una operación de reasignación de sexo. Más ficcionada que la anterior, con la aparición de algunas de las protagonistas de Sedimentos en papeles secundarios cuando Raphi se acerca a las reuniones de la asociación trans I-Vaginarium, lo que refuerza la conexión entre ambas películas, Mi vacío y yo aborda la sexualiación de las mujeres trans, que proviene de la construcción que ha hecho la sociedad actual, incluso aquella que ha tomado una postura de defensa del derecho personal a asumir una identidad propia, en torno a la forma de asumir un género u otro. 
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Cuando Raphi asiste a la psicóloga que le receta el tratamiento de hormonas al que se está sometiendo, no es capaz de responder claramente a la pregunta de si se siente chico o chica, y parece que todo el enfoque médico tiene un objetivo casi indiscutible: la reasignación de sexo. Pero Raphi no parece necesitar una vagina para sentirse más mujer, y en este sentido adopta una postura que ni siquiera es entendida por la comunidad trans. Es una interesante reflexión sobre ese otro tipo de verdades asumidas que se han ido estableciendo en los últimos años, como si lo físico fuera la única representación de lo psicológico. Que los principales encuentros de la protagonista con otros hombres se produzcan a través de las redes sociales no es solo un reflejo de la sociedad actual, sino también la representación de lo superficial como principal reclamo. En este juego de apariencias, una de sus citas le confronta de forma violenta cuando le reconoce como transexual, pero también hay una violencia no física cuando otro de sus ligues con el que parece haber establecido una conexión más allá de lo puramente físico, desaparece sin dar explicaciones. 
Lo que Adrián Silvestre consigue en una película que a veces quiere explicar más cosas de las que puede, es el retrato de una mujer transgénero que no acepta la necesidad de tener que cambiar ella para que los demás la acepten (y esto también se refiere a la propia comunidad LGTBIQ+), cuando lo que tiene que cambiar es la perspectiva de la mirada externa hacia ella. Esto podría ser un argumento muy básico, pero Mi vacío y yo nos hace reflexionar sobre si realmente no estamos construyendo una sociedad sexualizada tan comprimida como aquella que se ha venido denunciando en años de lucha LGTBIQ+, si la libertad que se pregona no es una libertad impuesta por una serie de criterios que tienen que ver con unos objetivos que son más impuestos que realmente elegidos. Cuando la decisión que debe tomar Raphie sobre su reasignación está marcada por unos plazos determinados también se le está negando la libertad de la duda y la incertidumbre. 
HARBOUR
Uno de los protagonistas de esta edición del Festival de Rotterdam es Mathieu Amalric (1965, Francia), que está presente en sus dos principales facetas, como actor y como director, en mitad de una larga pausa en su trabajo, no solo provocada por los confinamientos que Francia ha decretado durante la pandemia, sino, según confesaba en la sesión de Big Talk que ha mantenido con la directora del festival, Vanja Kaludjercic, por una necesidad personal de apartarse del cine durante un tiempo, y que se interrumpirá este mes de marzo cuando comience el rodaje de Il sol dell'avvenire (Nanni Moretti, 2022). 
La primera película que se presenta en esta sección es Serre moi fort (Mathieu Amalric, 2021), que fue seleccionada en Cannes Première y que ha conseguido dos nominaciones para los Premios César, en las categorías de Mejor Guión Adaptado y Mejor Actriz. La película adapta la obra de Claudine Galea Je reviens de loins (2003) y comienza con imágenes veladas que ya nos indica el punto de vista de la historia. Clarisse (Vicky Krieps) es una mujer a la que vemos saliendo de su casa, dejando a su marido y sus dos hijos durmiendo, en una huída que parece indicar el abandono de su familia. Y es precisamente sobre la ausencia y la pérdida sobre lo que se envuelve una historia que adopta siempre el punto de vista de la protagonista. Clarisse parece sufrir algún tipo de trastorno mental, pero que poco a poco se revela más como una necesidad que como una problemática real. "Ella necesita la locura para no volverse loca", afirma Mathieu Amalric. La película, como la obra original, se desarrolla de forma fragmentada, como una especie de puzzle emocional en el que iremos descubriendo la relación de Clarisse con su familia y las razones que la llevan a abandonar su hogar. Pero la inteligencia de la propuesta, arriesgada en la superposición de tiempos, recuerdos y realidades que también tienen algo de imaginadas, es la honestidad con la que Mathieu Amalric nos presenta la historia, que no busca la sorpresa en el espectador, sino la profundidad emocional en los personajes. 
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A lo largo de la historia, hay también una proyección de un posible futuro, que es asimismo la proyección de la propia experiencia vital del director que estudió piano cuando sus padres vivieron en Rusia, y que siempre se ha preguntado qué hubiera sido de él si no hubiera regresado a Francia y hubiera seguido formándose como músico. Este ejercicio de imaginación de una realidad futura a través de los recuerdos del pasado se va construyendo a través de un personaje herido al que Vicky Krieps da vida con profundidad, en una interpretación que se refleja más a través de la actitud física que a través de las palabras. Clarisse es en muchas ocasiones más espectadora que protagonista, su existencia está también marcada por otras ausencias, pero todo el complejo entramado narrativo de la película se construye a través de ella. Es sorprendente que los Premios César no hayan reconocido el trabajo de Mathieu Amalric como director o el montaje de Françoise Gédigier, porque son indispensables para que la película consiga la profundidad emocional que logra. El director comentaba en el Big Talk algunas técnicas que había utilizado para conseguir la identificación de los actores con sus personajes, como rodar secuencias largas, aunque luego se fragmentaran en la mesa de montaje, o no repetir demasiadas tomas. En una de las escenas, el actor Arieh Worthalter , que interpreta a Marc, el marido de Clarisse, llevaba un dispositivo en el oído que le permitía escuchar la voz de Vicky Krieps mientras ella se encontraba en otra habitación, lo que reforzaba la idea de una presencia ausente, que es uno de los pilares emocionales de la película. 
Casi como si se tratara de una especie de liberación tras la intensidad del rodaje de Serre moi fort, Mathieu Amalric participó como actor en Tralala (Arnaud Larrieu, Jean-Marie Larrieu, 2021), un musical que fue seleccionado en el Festival de Cannes fuera de competición. Tralala (Mathieu Amalric) es un músico que vive en las calles de París y que tiene una especie de revelación a través de la presencia de Virginie (Galatéa Bellugi), que le llevará a buscarla a la ciudad de Lourdes, como en una especie de peregrinaje que tiene mucho en común con la peregrinación que recibe la Virgen de Lourdes. Pero para los hermanos Larrieu la ciudad francesa se representa casi más como un parque de atracciones que como un lugar de culto religioso, como se desprende del número musical que se desarrolla en una tienda de souvenirs. En Lourdes, Tralala es confundido por Lili (Josiane Balasko) con un hijo que abandonó a su familia buscando mejores oportunidades en Miami, y del que no han vuelto a tener noticias. Y el músico callejero se deja llevar por la situación haciéndose pasar por el hombre desaparecido, convenciendo incluso al hermano Seb (Bertrand Belin) y a la antigua novia, Jeannie (Mélanie Thierry). Hay a lo largo de la película un constante juego con los elementos religiosos, como la primera aparición de Lili a contraluz, casi como si se tratara de una Madonna aparecida, o el propio personaje virginal de Virginie, que acaba resultando la hija rebelde de Barbara (Maiwenn), la directora del hotel familiar. 
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Tralala utiliza su condición de película musical para construir una comedia sencilla en la que los actores están casi todo el tiempo interpretando canciones escritas para la banda sonora por compositores de la nueva canción francesa como Etienne Daho, Dominique A o el propio Bertrand Belin, y aunque no sobresalen especialmente en el terreno melódico, funcionan en su mayor parte como pensamientos interiores de los personajes, y todo ese entorno religioso que aporta la ciudad de Lourdes y un carácter casi mesiánico del personaje protagonista, representado en su propio aspecto físico, convierten a Tralala en una especie de revisión "a la francesa" de Jesucristo Superstar (Norman Jewison, 1973). Mathieu Amalric confesaba en el encuentro con la directora del Festival de Rotterdam que Tralala era uno de los pocos personajes de los que no había querido desprenderse después de haber rodado la película, y que permaneció durante varios meses con el mismo aspecto físico del protagonista. 
Los Premios César del cine francés se entregan el 25 de febrero en París. 
Sedimentos se estrena el 25 de febrero en Filmin. Jesucristo Superstar se puede ver en Filmin. 

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