Las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov son:
- Un robot no puede dañar a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños.
- Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.
- Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que está protección no entre en conflicto con la Segunda Ley.
—¡Ay, hija! Me has asustado. No me hables de repente por la espalda, que no te veo y me sobresalto —dijo Úrsula mientras terminaba de emplatar las vieiras al vino blanco.
—De acuerdo mamá. No volverá a pasar —respondió Roxana poniendo en su cara la sonrisa que tanto le gustaba a su mamá.
A los quince minutos llegó Martín del trabajo que se fue a la ducha para prepararse para la celebración. Había pasado los dos últimos días encontrándose fatal y tenía mala car. Quería espabilarse un poco. Una hora después, empezaron a llegar los demás comensales: Antonio y Marisa, los padres de Martín. Miguel, el viudo padre de Úrsula, junto a su otra hija Rebeca y el marido de ésta, Gabriel. En total, siete personas además de Roxana.
Nada más sentarse a la mesa, todo el mundo se dio cuenta de lo mal que se veía Martín. Unas pústulas que iban del amarillo al verde empezaron a brotar y a explotar antes de terminar el segundo plato y un olor nauseabundo lo inundó todo. Las cosas que ocurrieron demasiado rápido como para poder asimilarlo. Martín cayó al suelo entre temblores y espuma blanca saliendo de su boca y, aunque Roxana sacó a relucir todo sobre primeros auxilios que sabía, el hombre murió. Todos se miraron horrorizados durante unos segundos sin articular palabra, hasta que una Úrsula fuera de sí, se lanzó sobre el cuerpo de su marido. Roxana intentó consolarla. Como robot, no podía permitir que un humano sufriera, ya fuera dolor físico o emocional. Había sido también programada para ello, pero no contaba con que en un momento dado Martín resucitara y de un bocado, le arrancara la nariz a su esposa. A partir de ese momento, el caos se apoderó de la estancia. Roxana no sabía qué hacer por primera vez en su existencia. No podía dejar que su madre fuera atacada por su padre, pero tampoco podía atacar a su padre.
Cuando a las doce de la noche se retransmitían las Campanadas desde la Puerta del Sol, Rebeca y Miguel habían salido huyendo de la casa dejando la puerta abierta de par en par. Todos los demás, zombis, pero humanos a ojos de la IA Roxana R6NFR18, salieron detrás. La niña salió a la calle. A ella no la atacaban, no era humana. Por inercia, fue hacia el colegio. Aunque no lo necesitaran, a los humanos con niños robot les hacía ilusión sentirse como aquellos padres de antes que llevaban a sus hijos a la escuela. Allí se encontró a otros como ella. Androides infantiles que, ante la degeneración de sus humanos se habían quedado huérfanos. Sin quererlo, el mundo acabaría estando bajo el dominio de las máquinas, simplemente por uno de los virus que la humanidad esparció.
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