Revista Diario

Rozando lo imposible

Por Belen
Así vive mi niño, rozando lo imposible, desafiando el límite de lo que cualquier adulto podría soportar. Los niños que padecen alguna enfermedad, alguna disfunción o se enfrentan a alguna adversidad así hacen, demuestran su fortaleza día a día.
Ha superado un fin de semana donde la temperatura que más hemos visto en el termómetro ha sido la de 39 grados, se ha sobrepuesto a una jaqueca importante, ha vencido al bicho en 48 horas. Ayer corría por la tarde por el parque como si la película no fuera con él. 
Y fue ayer cuando decidí que debía darle una oportunidad, debía conceder a ese maldito dolor la oportunidad de quedarse. Cuando en diciembre tuvimos el primer ingreso después de varios años de no oler las camas de hospital, el neurocirujano nos dijo algo que en aquel entonces me pareció aberrante: "si hay dolor, habrá que tratarlo". ¿Tratar el dolor de un niño?, Nooo, me dije yo -ilusa-, quiero calidad de vida, quiero evitar el quirófano. Hoy la opción de tratar el dolor me parece la mejor entre las mejores.
Quise darle una oportunidad y ver, sin miedo, hasta dónde puede llegar el dolor y hasta dónde puede soportar mi niño. Una vez superada la fiebre, se acabó la analgesia. ¿Por qué? quiero observar si le altera el apetito, si le altera el sueño, si el dolor aumenta con la actividad física, si aumenta al fijar la vista en la pantalla de la TV, quiero ver si cede, cómo, cuándo, de qué manera. Todo eso quiero saberlo, y quiero saber su intensidad de dolor y cómo cambia a lo largo del día. Ya os enseñé mi escala de dolor. Rayo la ha aceptado muy bien, y hoy ha marcado hasta cuatro dolores distintos. Un dolor leve y soportable por la mañana, un dolor medio al llegar del colegio. Un dolor más acentuado pero soportable otra vez al irnos al parque. Y un dolor importante estando en el parque, eso sí, corriendo como un poseso. Y cuando ha parado, poco a poco a retomado su nivel de dolor medio moderado muy soportable. 
Y todo esto lo hemos hecho sin enmascarar, sin analgésicos. Él tampoco los ha pedido. Y después de todo lo que os cuento, ha cenado como un campeón y ahora  ve el fútbol en el sofá plácidamente con su padre. 
Es evidente que debemos encontrar una solución a lo que está sucediendo, pero también es evidente que el dolor no le impide realizar la vida de un niño normal de cinco años. Ni le impide o altera la comida o el sueño. 
No soy tonta, sé que así no puede vivir, por mucho miedo que yo sienta. Pero debo seguir poniéndole al límite y comprobar. Solo así sabré que no me precipito, solo así podré ver que la única solución pasa por lo inevitable. 
Un amigo no hace mucho me preguntó algo que me sorprendió, cuando le contaba cómo estaba: "¿Pero él es feliz? Sí, mi hijo es inmensamente feliz. Y con eso me quedo con su felicidad. Ya conseguiremos un mayor bienestar, pero a pesar de los pesares hemos conseguido que este niño sea feliz. 

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