A Zapatero le ha deslegitimado el pueblo español, rechazándolo, y a Rubalcaba lo han deslegitimado las urnas, donde ha recibido una severa derrota. Ninguno de los dos está capacitado, en democracia, para dirigir un partido que ha sido noqueado y que necesita levantarse de la lona y cambiar muchas cosas para poder volver a ser un partido útil para los ciudadanos y con opción de gobierno en España.
La falta de legitimidad de Zapatero y Rubalcaba es tan obvia que sorprende que el candidato recién vapuleado todavía aspire a ser secretario general de su partido. En cualquier país democrático y en cualquier partido decente, el rechazo de los votantes sería considerado un argumento supremo en contra, irrebatible.
Puede aducir Rubalcaba que el asumió la candidatura en momentos muy difíciles, cuando millones de españoles se sentían indignados y cabreados con Zapatero por haberles conducido hasta la pobreza, el desempleo, el endeudamiento y el inminente peligro de quiebra, pero ese argumento también falla porque si no es el único culpable de la derrota electoral del 20 de noviembre, lo que Rubalcaba no puede negar es que él fue el príncipal cómplice de Zapatero, como vicepresidente primero de su gobierno, en la actual tragedia de España.
El PSOE es un partido vertical, autoritario y, en algunos aspectos, totalitario, que es incapaz de desarrollar en su vida interna un auténtico debate, aunque sus militantes lo nieguen. Afirman creer en las primarias, pero el propio Rubalcaba se negó a someterse a ese proceso de selección cuando asumió la candidatura. Si sus militantes y cuadros, habituados a someterse a los criterios de los líderes para poder hacer carrera en el partido, se atrevieran a decir la verdad, reconocerían que el PSOE se encuentra ante uno de los momentos más graves de su historia, tras haber perdido cinco millones de sus votantes y ser considerado por buena parte de la opinión pública española e internacional como un partido corrupto, adicto a los privilegios y al dinero público y acostumbrado ya a anteponer sus propios intereses al interés general y al bien común.
Lo que el PSOE necesita es una perestroika, todo un proceso de cambio que le reconcilie con la libertad, la democracia, la verdad y el concepto de ciudadanía, ajenos a un partido que ha renunciado a la ideología y principios tradicionales de la izquierda con tal de mantenerse en el poder.
El PSOE, durante los dos últimos mandatos, comandado por Zapatero, ha mentido, manipulado, comprado votos con dinero público, protagonizado episodios de corrupción sobrecogedores, como los EREs falsos de Andalucía, alentado y fortalecido al nacionalismo más radical, al que se ha aliado en Cataluña y Galicia, convivido con los terroristas de ETA y protagonizado un desmantelamiento de España que ha arrebatado a nuestro país la prosperidad ganada, convirtiéndolo en una piltrafa que actúa como pordiosera desprestigiada en Europa y el mundo.
Cuando se han realizado todas esas "fechorías", cuando se ha abrazado el clientelismo como método de dominio, se ha mentido y se ha practicado una política que acogía en su seno la arbitrariedad y la corrupción, un partido auténticamente democrático y decente debe reconocerlo, pedir perdón y cambiar profundamente para volver a reconciliarse con la decencia y ser útil al ciudadano, cosas que el PSOE no ha hecho ni piensa hacer.
Lo que se está planteando ese partido no es una renovación, ni siquiera la refundación y regeneración que necesita como el aire que respira, sino un simple cambio de rostro para volver a las andadas. Unos dicen que Rubalcaba; otros que Carme Chacón, pero ninguno dice que hay que cambiar hasta el forro, que la vieja guardia, desde Felipe a Zapatero, pasando por Guerra, Chaves, Rubalcaba, Pepiño, Carme y otros centenares de rostros, todos comprometidos con los frustrantes gobiernos del pasado, ya son momias amortizadas que con sólo aparecer en público pierden votos y espantan voluntades.
Tomas Jefferson, que ha sido uno de los grandes demócratas de la Historia, no confiaba en los partidos políticos porque los consideraba incapaces de anteponer el interés general al particular. En uno de sus libros argumenta, con gran carga de verdad, que ciertos partidos que ya han cruzado la linea roja, anteponiendo sus intereses a los del pueblo, la regeneración no es posible y que esos partidos quedarían irremediablemente perdidos para la democracia.
¿Es el PSOE uno de esos partidos que ya no pueden regenerarse? A juzgar por el triste espectáculo que estamos contemplando, es muy probable que la respuesta sea "Sí".