Revista Opinión
Si el eslogan del PP peca de una explícita autosuficiencia, el spot de campaña del PSOE demuestra un optimismo autocomplaciente, que puede interpretarse no como realmente pretende -un lavado de cara que rejuvenezca la imagen del partido-, sino como un acto de autobombo pensado para inflar el ego de los conversos. Al spot se le ven los hilos y eso es lo peor que puede sucederle a la ficción política (a cualquier ficción). Las intenciones son buenas, pero no es suficiente. La ciudadanía en crisis no desea ver caras sonrientes que le presentan al candidato como una estrella rutilante, jovial, inteligente y eficaz. Queremos que él mismo hable, que transmita confianza, que aporte ideas que todos podamos entender y que, a ser posible, tengan éxito. Tanto PP como PSOE han elegido una campaña publicitaria centrada en ellos mismos y no en el ciudadano. El PP nos viene a decir que para ellos el camino a la Moncloa está predeterminado, que solo necesitan que el pueblo soberano vaya a las urnas y deje su papeleta. El PSOE, por su parte, se centra en la figura de su nuevo candidato, presentado como un político cercano y resolutivo. Los asesores de campaña han optado por jugar toda la mano a una carta: Rubalcaba. Saben que la figura mediática de Rajoy deja mucho que desear, que en las distancias cortas no convence; por esto se la juegan, centrándose en la persona del candidato y su imagen popular. No podían hacerlo de otra forma. Frente a los datos económicos, solo cabe presentar ante la ciudadanía a un Rubalcaba optimista y dispuesto a rematar la faena que Zapatero dejó a medias.
La pega que tienen spots de esta naturaleza es que resultan excesivamente complacientes de cara a aquellos ciudadanos de izquierda que dudan de su voto, y más aún para los ciudadanos indignados con la política económica del ejecutivo. La simpatía que pretenden insuflar puede tornarse en cabreo. Pueden interpretar este optimismo como artificial, exagerado, irreverente en relación a la realidad laboral del país. El spot evidencia una voluntad hagiográfica, que hará las delicias de los más papistas, pero que difícilmente será suficiente como para dar razones al electorado indeciso para bascular su voto hacia los socialistas.
Esta campaña no se va a jugar en el terreno del merchandising digital. El soberano está saturado de proclamas. La baza más suculenta la aportará ese esperado cara a cara entre Rubalcaba y Rajoy, en el que se harán explícitas las voluntades de ambos políticos en relación a la realidad económica. Rubalcaba lanzará su órdago, poniendo sobre la mesa su firme voluntad frente la cara amarga de la realidad. Rajoy, por su parte, se ahogará en datos que pongan en entredicho la gestión del ejecutivo e intentará presentar a Rubalcaba como mera extensión de Zapatero. Lo que realmente está en juego en esta campaña es la difícil elección entre la confianza en un proyecto político a largo plazo y la cesión del poder al comodín conservador. Ambas opciones generan incertidumbre en el electorado. No sabemos si elegir lo malo conocido o lo malo por conocer. La partida la ganará quien sea capaz de levantar la fe de la ciudadanía. En este sentido, el PSOE lo tiene más difícil; ha de dar razones para seguir confiando dentro de una situación contracorriente. El PP cree no necesitar convencer; se ha instalado en un discurso de autosuficiencia, confiado en que la crisis le hará ganar las elecciones sin apenas esforzarse.
Ramón Besonías Román