Revista Cultura y Ocio

Ruido

Por Calvodemora
Ruido
Lo contrario al arte es el ruido. Al ruido se le concede lo que no alcanza a veces el silencio. El mundo funciona porque el ruido lo empuja. La maquinaria que lo produce no ha dejado de funcionar jamás. Ni siquiera el nacimiento de la realidad, cuando se construyó la luz y empezaron a bailar los cuerpos, debió omitir el ruido. Seguro que anduvo ahí, constatando el parto. Lo malo que tiene el ruido es que no se detiene nunca. No posee la voluntad de apaciguarse un poco, no entra en sus planes pensar en qué viene después o en qué ha habido antes.
Dentro del mismo silencio es ruido lo que bulle. Es un perpetuum mobile obsceno. Los museos deberían venir sin ruido. Uno paga su entrada y se aloja en un silencio hermoso, como de antesala del sueño. El arte se expande con más eficacia si lo cerca el silencio. Por lo demás hay que aceptar que la batalla está perdida o que incluso no hay batalla alguna. Tenemos el ruido alojado en la cabeza como el aire en los pulmones. El silencio fascina porque no es lo común, ni sabemos bien a qué obedece su insistencia, que parece un poco hueca y un poco tímida, como si tuviese que pasar desapercibida. 
El amor es del silencio. Como la belleza. Todo lo que viene impregnado de ruido acaba por malograrse. Se deshace, se pierde, se anula. No habrá nadie en esta fotografía que comprenda lo que hace. No sabrán el motivo del pago en la taquilla del museo. Pagarán por contar después que hicieron esto o vieron aquello. Eso, en ocasiones, basta. No la verdad, sino su representación. Uno adquiere la legitimidad de decir que ha estado viendo la Gioconda. El dinero compra la veracidad de esa experiencia. Se nos ha educado para decir la verdad, aunque entendamos los beneficios de no hacerlo; se nos ha inculcado esa pequeña hipocresía burguesa: la de acceder a la belleza, la de entender que es en la belleza en donde está la salvación, pero sin ahondar, sin comprender qué hay detrás. Quizá ésa la razón por la que fotografiamos lo que vemos y no nos detenemos con paciencia (con orden) a observarlo. Hemos perdido la capacidad de observar o la capacidad de escuchar. 
El ruido lo ha ocupado todo. Cuando viene el silencio, nos aturdimos. Nos rodeamos de objetos para evitar el momento en que debamos entendernos con el silencio que nos rodea. Compramos ruido. Cuanto más tenemos, más protegidos nos sentimos, con más fiereza lidiamos contra las hordas del silencio. Vienen a veces sin que las sintamos, nos rodean y nos hacen caer en la cuenta de nosotros mismos. Puede pasar viendo un cuadro en un museo, contemplando un atardecer entre olivos, escuchando un solo de Charlie Parker o leyendo un poema de Baudelaire. 

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