Me decidí a ver “Ruido de fondo” por el interés que me suscita su director, Noah Baumbach. Su anterior trabajo, “Historia de un matrimonio”, me pareció una buena película, excelentemente interpretada. Además, pensé que su nuevo proyecto resultaría diferente a tantas extravagancias sin sentido que he tenido que visionar a lo largo de 2022, dejándome varapalo a varapalo una sensación de creciente desilusión ante las últimas producciones cinematográficas. Vaya por delante que tampoco exijo un realismo exacerbado y que soy capaz de disfrutar como el que más con una cinta de tipo fantástico o ciencia ficción. Sin embargo, se me atragantan las plasmaciones estrafalarias, donde lo absurdo y descabellado preside cada escena sin una interconexión mínimamente coherente.
Porque, efectivamente, se puede prescindir de la racionalidad (lo acepto) y abrir la mente a propuestas rompedoras (incluso lo deseo). Pero la excentricidad sin más, al margen de una historia algo congruente, me parece un mero intento de llamar la atención sin un propósito claro. “Ruido de fondo” se encuentra repleta de acontecimientos disparatados, rebuscados discursos delirantes, llamativos diálogos hilarantes y recreaciones visuales transgresoras. Durante los primeros minutos logra captar la atención, aunque enseguida se evidencia que, en el fondo, no tiene nada interesante que contar. Y es en ese preciso instante cuando la trama pierde todo interés y la aparente originalidad deriva en una serie de ocurrencias bastante huecas y sin sustancia.
Un pintoresco grupo de ciudadanos de una población del Medio Oeste estadounidense se enfrenta a un panorama caótico cuando un accidente amenaza con envenenarles, debido a una nube tóxica que se expande descontroladamente. Entre ellos se encuentra una familia en la que el padre es profesor universitario y la madre toma unas sospechosas pastillas. Pronto se verán desbordados por unos sucesos que les trasladarán más allá de la lógica.
Si la intención de Baumbach se centraba en rodar una crítica sátira social, perdió en alguna parte del guion el necesario discurso irónico e ilustrado, para dar paso a una concatenación de situaciones difíciles de calificar. Toca numerosos géneros sin encontrarse cómodo en ninguno. No se trata de un film de “catástrofes”. Tampoco encaja en el “thriller”, ni es una comedia al uso. Pero lo cierto es que, al final, sus dos horas y cuarto de duración pesan como una losa. Presenta de forma aislada algunas secuencias llamativas, incluso con gracia, el cinismo actúa a cuentagotas y se vislumbra un intento de mensaje a medio camino entre la denuncia y el desahogo.
Encabeza su destacado reparto Adam Driver, uno de los intérpretes del momento, entre los mejores de su generación. Sus actuaciones en la ya citada “Historia de un matrimonio”, “Patterson” o “Infiltrado en el KKKlan” dan fe de ello. Aquí demuestra una vez más su solvencia, reflejada en su nominación al Globo de Oro al mejor actor en la categoría de comedia o musical. Da vida a su pareja Greta Gerwig, que combina su faceta como directora (la versión de “Mujercitas” de 2019, “Lady Bird”) con la interpretación (“Mujeres del siglo XX”, “Jackie”) y que hace lo que puede dentro de este desorden generalizado.
Les acompaña en un papel secundario Don Cheadle (“Traffic”, “Crash”, “Hotel Rwanda”) y se reconoce algún cameo, como el del realizador y guionista Kenneth Lonergan, ganador de la estatuilla por su labor en “Manchester frente al mar”. Aún restan varios títulos de 2022 por llegar a las carteleras susceptibles de remontar un año cinematográfico que, por ahora, merece ser calificado como decepcionante.