Revista Cultura y Ocio

Ruido de verbo III

Por Calvodemora
Ruido de verbo III
Desciende, cuerpo, a tu semilla. Dame, alma, vértigo. 
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Los días son números. Habrá de cesar el cómputo.
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Procura el amor alminares, báculos, un poema de Claudio Rodríguez, una fotografía en blanco y negro de niños perdiendo el tiempo en una playa de 1.975.
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¿Quién no ha tenido una novia rusa, doliente y flacucha que recitaba párrafos de Tolstoi? ¿Quién no ha cantado un madrigal, contento de bourbon, por el puente romano, camino a casa? ¿Quién, ah amables lectores de más allá de las constelaciones y de los limbos de Silicon Valley, no ha tocado el pubis hirsuto de una puta de Bombay mientras los astros titilan en lo alto y Frank Sinatra se oye a lo lejos pedirle a su amor que lo perdone?
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Andan los días persiguiéndose, implacables. Días sin poemas. Un latir de algas a lo lejos. Está afuera la noche como una fuente honda y sin dueño. Dan ganas de buscar a dios en las aceras. Qué verdad ya sin abismo. Este cielo no existe. Oigo la sangre como una ternura infinita. Me busco en las palabras y encuentro el vértigo. Vengo sin brida. Alegre, abierto, invisible. Dan ganas de buscar a Dios en la cabeza.
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Siempre es el mismo terco adjetivo, el misterio ahí encendido como un beso izado hacia dios, la palabra despojada de vicios, entregada al poeta como un don. Y no saber nada al regresar y no querer saber tampoco.    ***
El asombro hay que confiárselo a alguien. Que lo custodie mientras nos extraviamos en el musgo, en el instante puro en el que entramos en un cuerpo y besamos el códice exacto del mundo. El asombro es lo único que tenemos. Del asombro se extrae la vida.
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Hay noches que invitan a un desmayo. Mis dedos tan pequeños profanando el silencio con tus dedos. Los Panchos endulzando cansinamente el aire. El aire cabalgando mi cintura. El jardín sin contemplar. La luna vigilando el asedio.
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Las alas festejan el vuelo. El vuelo justifica el mundo.
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En el Tempo, anoche, ayer, hace más de veinte años, con un jotabé ubérrimo y Ten Years After de fondo en unos yamaha viejos que todavía emocionan. Nadie me ha dicho que ya no estemos. Echo en falta a los amigos que me descubrieron el mundo. Al menos el que arrancaba a las doce de la noche. Se está bien ese recuerdo.
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La boca del día tiene una sordina, un temblor ancestral, un súbito querer refutar las horas. La noche es el infierno para quien no cree en el cielo.
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La vida tendría que ser azar únicamente. Azar y alegría.
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Hace falta una educación sentimental para no acabar muriéndose uno siempre tan comido de urgencias, tan en fiebre, tan dolidamente sensible.
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Está la noche cinemascope. Va tras un rastro de caricias. El alma como fugada por una sombra de saliva. Está la noche cántabra y me he servido un licor para apaciguar las horas.
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Déjame contarte cómo minuciosas algas me invaden el pecho y te hablan.
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Puse anoche a Scarlatti en la cena. A mi hija la sentó mal la tortilla francesa. Scarlatti suena a gaseosa ida, me confesó en los postres. Soy un padre nefasto. He rayado con un cuchillo de trinchar carne todos los discos de Scarlatti.
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Descienden, muy secretas, al centro de la palabra. Rescatan la semilla, el fugaz numen de todas las cosas, esa dura comisión de sangre sin azar que escribe la mecánica sencilla del mundo.
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Todos los niños de Londres aman a Peter Pan. Debo haberlo escrito veinte veces. Una más. Los niños de Londres. Peter Pan.
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Sentir el tiempo como una revelación. A eso aspira el poeta. En ese simulacro de belleza, perdura.
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Vastos, nocturnos, copulan invisibles jinetes. ¿Oyes el galope, sientes los cascos, la piel desceñida, el pulso deshecho, la voz frágil, el pecho inquieto?
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Será útil por una vez ocuparse de uno mismo. También debo haber escrito esto veinte veces. Una más.
 
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Algunos grumos del poema conducen a Dios. Otros a Charlie Parker. A mí me sigue fascinando el bebop.
 
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La luz fluye desde la respiración primera, leve pulso, signo animal, único testigo fiable del tiempo. La luz no la corrompe el tiempo. Existe a pesar del tiempo y lo vence cuando combaten en un sueño.
 
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Soy el que cuenta las palabras, el poeta en lo oscuro, manumitido de la vida, consagrado a su oficio, bendecido por los dioses, a los que eleva su canto y que no existen.
  *** El amor percute el aire. El mundo es aire percutido, amor agitado. Todo el peso del mundo es amor. Lo habremos dicho cien veces, pero esta es en la que más creo.
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Duelen, resaca adentro, los años.
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Al alma la astilla el tiempo. El bicho cabrón. Esa única certeza. Ya he escrito esto veinte veces. Lo he dicho una sola. En la barra de un bar. Hace pocas noches. No me expliqué. No me entendieron.
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El carro sin brida del amor.
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Nada hay como el amor. Ni siquiera el amor.
 
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Te he buscado en un poema galante del siglo XIX y te he encontrado frente al ordenador, bebiendo una cerveza, haciendo balance de los gastos del mes.
 
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La vida no es casi nunca gran cosa. La vida no es casi nunca lo que esperamos. La vida no es casi nunca lo que merecemos salvo que no te fijes en esas minucias y no le pidas mucho. Entonces te lo dará todo. Espléndidamente. Con abundancia de adorno.
  *** Nos besamos como en las películas y nos quisimos como en las canciones, escribió el poeta. Volví a verla desnuda entre mis brazos. Volví a verme desnudo entre los suyos. Pero era lunes y salimos en tromba a lo de siempre y nos encontramos la fiebre y el vértigo como de costumbre. Llegamos a casa tarde y vimos la televisión sin empeño. Hablamos algo sobre la vida privada de los funcionarios de Hacienda y escuchamos un disco de Yes que nos recomendó Antonio Linares hace veinte años precisamente hoy. Tienes un cuerpo de reloj de arena y un alma de película de Hawks.
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.  Ah cuántas veces la luna en la altura inmarcesible de lo oscuro mirando como pecas y hasta qué doloroso extremo te agrada pecar y te derrota.
 
  *** . Comprendo ahora que no existe el amor puro ni tampoco la pureza. Las herramientas del amante son la incertidumbre y el dolor de los músculos cuando se vacía en el cuerpo al que ama.
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.Estoy solo al final de todas las palabras que escribo.
  *** . He visto el mar en un solo de trompeta de Chet Baker.
 
  *** . Pasan las noches como canciones en un jukebox de película de serie B, grabada en una vieja cinta VHS, contemplada a solas muchos años después.
 
  *** . Solo tengo, al cabo de los años, pérdidas. Incluso cuando gano, al final del trayecto, veo qué he perdido.
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  *** Soy Jonás. Tengo en mi cerebro a la ballena.
                                         A mi amigo Antonio Sánchez, que entiende el último como nadie.

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