En el norte de la provincia de Guadalajara, cerca de Sigüenza, está los vestigios de las salinas de Imón, parte de un importante complejo industrial explotado durante siglos, se cree que incluso ya por los romanos. Su producción las situó entre las principales suministradoras de sal en España.
Impresiona caminar entre sus balsas secaderos de piedra, contemplar los enormes almacenes, vislumbrar a lo lejos sus norias… y constatar su creciente y vertiginoso estado de abandono y ruina.
Como suele suceder en esta tierra tan dejada de la mano de los dioses (o sus conspicuos representantes en la tierra, esos a los que votamos en las ‘fiestas de la democracia’, como decían antes los cursis), la desidia, la falta de recursos económicos, los dimes y diretes administrativos y/o, los conflictos o desacuerdos con la propiedad, al parecer, privada de esta joya de la arquitectura industrial de nuestro país, están propiciando su pérdida, cada vez más irreversible.
No puedo evitar pensar que, de estar las salinas situadas en otra comunidad autónoma -no digo ya en otro país europeo-, éstas gozarían de una situación bien distinta, con sus edificios restaurados, un centro de interpretación a la altura de su importancia e incluso una pequeña producción como artículo de consumo ‘gourmet’ etiquetado y respaldado por el marchamo de sus siglos de historia.
Sin embargo, lo único que hoy queda es ruina y resignación, dos sustantivos sobre los que suele construirse el discurso habitual por estas tierras, cada vez más despobladas de personas y desprovistas de servicios. La esposa de Lot, al menos, según nos cuentan en el libro del Génesis (Génesis 19), se convirtió en estatua de sal después de mirar hacia atrás cuando escapaba de Sodoma con su familia. A las salinas de Imón, a este ritmo de devastación, pronto no les quedará ni eso. Total, ¿a quién le importa una ruina más o menos por aquí?
PD: Las fotografías son de José Redondo @JoseRV_2002