Revista Viajes

Rumbo a India vía Tailandia, dejando atrás el sudeste asiático…

Por Viajeporafrica

Teníamos en nuestro poder un ticket electrónico que anunciaba que en dos días un avión de la empresa IndiGo estaría esperándonos en el aeropuerto internacional de Nos enyoguisamos, respiramos profundo, le pedimos al amigo del "Village Guesthouse" que nos enlate en la mini combi más barata existente, y alguna perdida mañana de nuestras efímeras vidas, recorrimos el camino de Bangkok, para tele transportarnos hacia uno de los mejores sitios de la Vía Láctea: la alucinante y descontracturada dimensión paralela de la "India". Para la consumación de semejante cometido, aún teníamos que cruzar hacia Tailandia, llegar hasta Bangkok, e intentar que transcurran unas cuarenta horas asegurándonos de no matar a ningún tailandés. Ante tremendo e inminente evento entonces: "el que quiere celeste que le cueste", y "si te gusta el durazno, aguantate la pelusa". Siem Reap hasta la frontera de Tailandia, sólo para tener la mala leche de llegar en la hora del sol más hijo de puta del año. No tuvimos tiempo
de detectar dónde podíamos conseguir un poco de agua para no deshidratarnos, que ya se nos había cruzado por delante de la vista, una infinita cola de gente toda pegoteada, dentro de la anarquía fronteriza más llamativa del viaje.

Como se ve que todos vieron lo mismo, reaccionaron como suele reaccionar el ser humano, en maza y copiando exactamente lo que hace el resto. Para tener por lo menos quejas en común, la gente corrió muy apurada a meterse de lleno en la anarquía infinita. Con Vico nos miramos, agarramos las mochilas, y cuando entendimos que no había forma de escaparle al evento, nos acercamos lentamente a tratar de encontrar algún huequito para que nos sellen el pasaporte. Nos colamos. Sin ningún cargo de conciencia y sin ningún tipo de remordimiento, logramos que rápidamente nos sellen el pasaporte; y cuando pensamos que lo peor había pasado, cruzamos hacia el lado Tailandés, para que la sonrisa de malhechores ventajeros se nos borre automáticamente de la cara al encontramos con una de las colas migratorias más largas y más lentas del mundo.
Para enfrentar vaya a saber uno cuántas horas de espera en el limbo fronterizo, nos aliamos con la humanidad de Diego, y nos amarramos a la coquetería de algunas chilenas, quienes serían las encargadas de amortiguar un poco la fatídica espera con algunos destellos de femineidad y belleza. Entre rayos de sol asesino, humedad infinita, y hormigueros de personas provenientes de todos los costados del planeta tierra, no nos quedó más opción que esperar y esperar sobre nuestras mochilas, hasta que por algún tipo de inesperado milagro llegamos hasta el bendito mostrador pega sellos, lugar en el que luego de hacernos preguntas para corroborar que no éramos terroristas, nos dieron una amarga bienvenida y nos dejaron pasar.


Del otro lado nos esperaba el tipo de tailandés brabucón y resentido, ese personaje siniestro y sin modales que te quiere meter adentro de una combi con cierta prepotencia. Nos bancamos que nos pegaran algún color en la remera y nos auto encapsulamos en una mini van, para que luego de unas tres horas, nos abandonaran a nuestra suerte en los alrededores de " Kao San Road". Apenas descendidos, nos lanzamos en forma de grupo comando a la búsqueda de un hotelucho que nos permitiera dormir las dos noches y un día que aún nos separaban del avión. Encontrarlo fue una misión larga, frustrante, y riesgosa. Por suerte durante la tercera vuelta por el campo de batalla, divisamos una pensión muy dudosa en un costado poco iluminado, que sirvió para quedar al borde de declarar una esperada victoria en nuestras peripecias en el sudeste asiático.

Ya un poco más descansados, amanecimos y salimos a dar unas vueltas antes que partiera el amigo argentino, del que dicho sea de paso, era el cumpleaños. Nos sentamos en algún bar a comer un último y muy poco gustoso Pad Thai, acompañado por una birra que sucedió, sólo para no manchar los códigos de brindis del barrio. Para matar un poco el tiempo quisimos hacer una visita al palacio imperial, pero nos querían cobrar la entrada como nueve dólares y hacernos poner pantalones largos. "C ampeón... Vengo de ver setecientos cuatro templos, entre los cuales el último fue Angkor Wat... Haceme un favor: agarrá todos los ladrillos del palacio imperial y métetelos uno por uno en el centro de tu pequeño culito tailandés".
Chau, muchas gracias, y hasta la próxima. Nos despedimos de Diego, y ahora sí, y sólo para meterle el último touch de masoquismo a esta etapa del viaje, nos sentamos por tercera vez a observar el decadente espectáculo de " Kao San Road ". Una meta imagen infinita sobreviviendo y extendiéndose en una línea temporal de pelotudez, directamente proporcional a la cantidad de extranjeros y turistas que provienen principalmente de cualquier parte del hemisferio norte y Australia. Hay excepciones, pero generalicemos que suena chocante y me gusta un montón.

Dos cosas alivianaron la partida. La primera fue el increíble encuentro con Maca y Guille, una parte de la banda chilena de Xiamen. De esas cosas que agregan sentido, que son mucho más que una grata sorpresa, y que se disfrutan justamente por esa sensación. En el mismo momento que estábamos tirando la toalla y nos íbamos a dormir,
Las cosas que puedo decir que vi no son realmente importantes en sus formas, pero la mayoría se aúnan y corren una maratón sinfín en busca de un poco más de decadencia humana. Ping Pong shows, putas numeradas... y no enumero más, porque al mundo las malas noticias sólo le gustan en las tapas de los diarios. La conformación psicológica del tailandés resentido, radica en que tiene que lidiar con esa "tiranía" del turismo que constantemente le demuestra que: por un lado, no puede acceder a esa realidad, y por el otro, que ese turismo es su jefe.
Kao San Road se nos rió un poco más en la cara y nos pidió un par de birras más; pero a pesar de ello, nos regaló también un hermoso y gratificante momento.


La segunda fue un llamativo encuentro con un inglés muy interesante, un viejo viajero que primero nos contó una larga historia de vida y de muerte, para terminar diciendo algo que nunca se nos olvidó y que por ese sólo motivo, necesito dejarlo plasmado en este álbum de los eternos recuerdos. Dijo algo muy parecido a lo siguiente: Qué se yo, fue una de esas sensaciones que se vuelven intrasladables, pero que todos podemos entender que: por suceder en el momento que suceden, suelen ser reveladoras.
"Quien se lastima al caminar, es porque camina más rápido de lo debido". "Hay tres cosas que una persona debe hacer en su vida: tomar agua, caminar lento, y creer en Dios". "Yo no sé vos Viquín, pero quedé muy pipón y listo para dar vuelta una página más al mundo del viaje irreverente". Si ya llegamos hasta acá, nada mejor que apersonarnos en la tierra prometida. Hasta la India sin escalas. Un abrazo y hasta la próxima.


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