Créeme: esto es otra cosa. No lo dudes y vente. Vente, porque, por muy viajado que estés y aunque creas que ya lo has visto todo, no es así: sólo vas a vivir una vez y merece mucho la pena que te sientas realmente pleno. Cuando compruebes que esta es la casa del sol y de la luna, del viento y de los aromas, de la alegría y la magia, y veas cómo brillan aquí los cielos, comprenderás lo que te digo.
El sur es algo más que una simple localización geográfica. Es una manera de ser y de interpretar la vida que no sólo no excluye a nadie, sino que además integra: una tierra con tal idiosincrasia que imprime carácter. El sur es un estado del alma y una oportunidad para reencontrarse con uno mismo. Es aquello que buscabas sin saber, que no imaginabas que existía y que desbordará totalmente tu sensibilidad.
El sur está prendido en el aroma de los azahares de la plaza Virgen de los Reyes, mientras la blanquecina luz de la primavera sevillana perfila el pie de la Giralda haciendo combustión con tu espíritu.
El sur está en la nostálgica mirada de los viajeros a través de las ventanillas cuando, abandonada la meseta, comienzan a verdear en las pupilas los incontables olivos de los campos de Jaén, peinando los montes tan ordenadamente que parecen marciales soldados de aceite virgen.
El sur está atrapado en el sonido del agua clara que, a borbotones, recupera leyendas de siglos atrás mientras se derrama en el mármol de las albercas de la Alhambra, dando vida a jazmines y arrayanes.
El sur está en la colorida variedad de geranios que asemejan alegres farolillos de feria, decorando en Mayo las encaladas paredes de los patios cordobeses, cuando abren sus puertas al paraíso de la perfección.
El sur está en el envolvente sabor a mar de todo cuanto te ofrecen paseando por ese vetusto casco antiguo de Cádiz, tan carnavalero y tan recoleto, tan luminoso y amable con el forastero.
El sur está en el tacto de esa onubense arena tan fina, tostada, elegante y especial de Mazagón, Punta Umbría o Isla Cristina, que es una delicada alfombra para acariciar la piel en tardes de interminable charla, esperando la puesta de sol sobre el océano.
El sur está en la habilidad de saber construir pequeños oasis de la nada, transformando la tierra yerma de Almería en una de las más fértiles del mundo, y en dejarse mesar el cabello por los vientos del Cabo de Gata.
El sur está en la magia del acento malagueño tan genuino como sus biznagas, tan sabroso como las almendritas recién tostadas, tan reconocible y tan acogedor que te invita a quedarte para hacer de aquello algo tuyo.
Yo no digo que sea mejor que ningún otro lugar, pero tienes que venir a conocerlo porque, cuando vengas -sea a donde sea- te pellizcará el alma a través de los sentidos, a través del humor con el que nos tomamos la existencia, a través de nuestra forma de habitar la calle a todas horas y en cualquier circunstancia, a través de las creencias ancestrales y a través del natural encanto de una gente acostumbrada a ser puerto de paso, mesa generosa y casa de huéspedes desde tiempos muy lejanos.
El sur transmite una enorme sabiduría para poder entender las cosas, para ignorar con guasa las despectivas críticas de los singracia que hablan sin conocer, para adaptarse a las complicadas condiciones climáticas que soportamos, para valorar siempre los consejos de los mayores, para respetar la herencia del intercambio cultural que nos hizo grandes y que debemos legar a las generaciones venideras, para exprimirle al día las vivencias transformándolas en pequeños gozos de olor, luz y sombra…
El sur son palmas flamencas por bulerías y noches de candelas en el Rocío; son patios llenos de pilistras y calles con farolas de forja; son miles de capirotes serpenteando entre una multitud de cabezas expectantes; son airosos vaivenes de abanicos en los paseos marítimos al anochecer; son tardes de albero y manzanilla escuchando rasgarse de amor a las guitarras; son largos paseos a caballo y campos llenos de girasoles; son manos que caracolean con el aire girándose sobre la cabeza al bailar sevillanas; son embriagadores aromas a madera en las barricas jerezanas y naranja asalmonado en los langostinos de Sanlucar; son noches de papelillos y compás al tres por cuatro cuando llega febrero; es arpillera de saco y algodón en la cabeza para llevar a donde haga falta al Señor y a su divina Madre.
El sur es aire limpio en el rostro mientras te deslizas sobre la nieve; son inmensos alcornocales entre los que se cuela el sol de la media tarde; son risas de madrugada en cualquier terraza de verano con los amigos; es cerveza fría y jamón de fina grasa; es el emocionante rugido del mar cuando el poniente entra por el Estrecho; son besos en miradores inigualables que sobrecogen la respiración; son espadañas que llaman a misa cortando los azules del cielo en cada esquina; son callejones de sombra que deben conocerse para aliviar los tránsitos estivales; son aljibes y fuentes en cada placeta. El Sur es tantas y tantas cosas…
El sur es esencia pura del arte, único e inimitable. Así que, si aún no has tenido la fortuna de sentirte totalmente invadido por la vida, no te lo pienses mucho más: ya estás tardando en poner rumbo al sur.
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