Turismo de jara y sedal
Onindo, Muga y Chineye charlan de camino a la playa. Los espera, si todo sale bien, una jornada larga e intensa. Un amigo suyo que trabaja en el hotel Serena los ha avisado de la llegada de un autobús lleno de mujeres holandesas de mediana edad. La mayoría no han preguntado por safaris ni excursiones, sino que piden directamente información sobre la vida nocturna y las mejores playas, lo que ya en sí es un código. Ellos tres ya han tenido algún contacto con mujeres de Países Bajos; quizá conozcan incluso a alguna de entre las recién llegadas. Su piel se quema pronto, les gusta bailar, beber y son directas con lo que quieren y lo que no. Hoy solo Muga viste de masái; hace unos días comenzó un romance con una joven vienesa y las jóvenes necesitan mayor escenificación. A sus compañeros no les hará falta el disfraz hoy.
Kenia es un país multiétnico en el que menos del 1% de la población pertenece a la tribu de los masáis. Sin embargo, tras el éxito de taquilla de La masái blanca, la historia de un romance entre un hombre masái y una mujer europea, los países con población de esta etnia, especialmente Tanzania y Kenia, introdujeron en sus folletos turísticos una imagen de un hombre alto, guapo y fornido vestido con el traje típico de los masáis. El sector turístico conoce bien este estereotipo y explota su atractivo sabiendo que vender un viaje es vender una ilusión.
Pedro Quispe camina por Cuzco de la mano con una chica californiana. Le está enseñando la ciudad más allá de las típicas atracciones turísticas. Le preparará una infusión de coca y le dará chiri uchú casero; a cambio pasará estos días a gastos pagados y podrá presumir ante los vecinos de su nueva conquista. Con desprecio, muchos le llaman brichero o cazagringas. Aunque ha tenido varias relaciones con peruanas, le gusta hacer de guía con las viajeras, ganarse su confianza y entablar una relación más allá. El abanico de calificativos que recibe crece por momentos; va dando bandazos de pícaro a prostituto, de vendido y buscavidas a casanova. Algunos creen que es para lograr un pasaje a Estados Unidos o Europa; otros lo consideran todo un semental y destacan que tiene más éxito entre las extranjeras blancas que los peruanos de clase alta con rasgos más europeos.
Los bricheros se muestran espirituales y misteriosos; ofrecen un camino por el Perú más auténtico: pasar de hacer turismo a viajar. Las alabanzas y desprecios que reciben de otros peruanos no opacan el hecho de que se trata de una fuente de ingresos clave con la que muchos jóvenes quieren contar. Aunque muy probablemente no les darán dinero directamente; los invitarán a comer, a viajar y a ir a lugares a los que difícilmente tendrían acceso de otro modo. Los más ambiciosos aspiran a conseguir el bridge —’puente’—, una novia que se enamore de ellos y quiera llegar al matrimonio. Como se suele decir, de forma algo burda, las formas de salir del país son “en barco, en avión y en gringa”.
Nos quedamos en el continente, pero dando un gran salto para internarnos en un antro de música reggae de Kingston. Tres amigos rastafaris explotan el estereotipo ligado a Bob Marley para lanzarse a la conquista de tres británicas y ser sus guías y amantes durante los próximos cinco días. Se presentan como un bocado de lo auténtico frente a los resorts y las playas cercadas. Algo similar ocurre tras los grandes hoteles de Saly en Senegal: varios jóvenes hacen deporte en la playa exhibiendo músculo mientras se saben contemplados por un grupo de francesas.
Rastafari jamaicano. Fuente: PxHereA pesar de estar a kilómetros de distancia, en países con contextos históricos totalmente diferentes y con unos códigos culturales difíciles de comparar, todos estos hombres tienen algo en común: viven de la cara b del sector turístico en sus respectivos países. Las agencias de viajes venden la ilusión de un encuentro sexual o romántico como una mercancía más. La construcción del otro puede salir muy rentable, un exotismo idealizado que se empaca con la experiencia de conocer otros mundos en una semana por 1850 euros, vuelo incluido.
Es frecuente que el turismo sexual femenino se dé en destinos turísticos que se ofertan como paquetes y que tapan importantes desigualdades sociales tras grandes complejos hoteleros en primera línea de playa. Las excursiones, las comidas y las fiestas están milimétricamente encajadas en los días señalados y muchos turistas tienen la sensación de no conocer lo auténtico. Detrás de estos paquetes hoteleros y en los márgenes de las excursiones, estos hombres se personan como guías en representación de esa autenticidad, pero cuyo rol está igualmente medido y comercializado desde las agencias.
Turismo SOS: sol, océano y sexo
En los escenarios españoles la célebre cantante italiana Raffaella Carrà cantaba una versión en castellano que se haría de oro en el pop de aquellos años 70 en la que coreaba “para hacer bien el amor hay que venir al sur”. Pocas canciones reflejan mejor la construcción del otro, además de vincular el eje norte-sur con la libertad sexual femenina. La canción original hace referencia directa al abismo entre el norte y el sur existente en Italia y a esa idea estereotípica de que el norte tiene el dinero, pero en el sur se sabe vivir mejor.
El turismo SOS no es un fenómeno nuevo ni para las mujeres ni para los hombres. Pero que proliferen las relaciones entre mujeres heterosexuales con cierto poder adquisitivo que podríamos denominar occidentales y hombres locales que explotan los estereotipos para conquistarlas sí es relativamente reciente o, por lo menos, tiene consecuencias que lo son.
El viaje es el contacto con el otro, pero nos encontramos con que el turismo, y en especial el turismo masificado, tiene unos efectos irreversibles sobre la población local que alteran las redes preexistentes. Todo ello se une al concepto de turismo sexual como una forma de viajar en la que se suma una conducta de libertad sexual con un abismo en la renta entre el recién llegado y los locales.
El hecho de que las mujeres tengan el rol de consumidoras de prostitución supone un giro en los estudios de género que identifican la prostitución como una cara más de la opresión patriarcal. Sin embargo, existen diferencias en la forma de consumirlo y en las resistencias con respecto a llamarlo como tal o incluso a entenderlo realmente como intercambio.
El turismo sexual de las mujeres tiene, entre otras características, un fuerte componente racial unido a una idealización de lo considerado hipermasculino, pero desde una posición privilegiada en lo económico. El término interseccionalidad, entendido como la relación que existe entre los diferentes sistemas de opresión —raza, clase, sexo, discapacidad, orientación sexual…—, encuentra en este fenómeno experiencias que resultan novedosas en el estudio de cómo interactúan estas categorías en ejemplos concretos.
Para ampliar: “Female sex tourism: a contradiction in terms?”, Jacqueline Sanchez Taylor en Feminist Review, 2016
Escena del largometraje Amor, parte de la trilogía Paraíso del director Ulrich Seidel, sobre una mujer alemana que visita Kenia en busca de turismo sexual. Fuente: Ojo CríticoHace unas décadas el turismo sexual se identificaba con hombres heterosexuales que viajaban y tenían relaciones con prostitutas y, en menor medida, prostitutos. Hoy ese perfil quizá siga siendo el mayoritario, pero emergen otros que remueven los conceptos preestablecidos desde el género e incluso la orientación sexual. El hecho de que muchos hombres obtengan sus principales ingresos entablando relaciones sexuales y sentimentales con mujeres extranjeras tiene consecuencias en cómo se perciben ellos mismos y en cómo son percibidos en su entorno social.
En los márgenes de la prostitución
Con frecuencia, cuando las mujeres viajan con el objetivo de vivir una aventura con un local, el intercambio no se hace explícito, lo que hace que frecuentemente se denomine turismo de romance y existan recelos con respecto a la idea de calificarlo como prostitución. Muchos estudios etnográficos que han tratado el tema ponen incluso en cuestión el concepto de prostitución, pues el intercambio de lo afectivo-sentimental y sexual por recursos o dinero sucede en diversos ámbitos de la vida a los que nadie se atrevería a calificar de prostitución. Esto es también una crítica compartida por muchas autoras feministas posmodernas. Además, lo que se denomina como tal cambia de una cultura a otra, lo que viene a dificultar un estudio exhaustivo del fenómeno.
Para ampliar: Teoría King Kong, Virginie Despentes, 2006
Asimismo, no puede ignorarse el hecho de que analizar estas relaciones no puede conllevar una generalización. No todos los encuentros son iguales ni tienen las mismas características; en muchos casos, la ausencia de roles establecidos o el desconocimiento llevan a situaciones ambiguas en las que los objetivos de ambas partes no están bien definidos.
Con la ampliación del perfil del turista sexual más allá del hombre heterosexual occidental, comienzan a unirse otros perfiles que abren una serie de interrogantes alrededor de qué es exactamente la prostitución y cómo se configuran las relaciones de poder en torno a encuentros en los que se mezclan el género, la clase social y la cultura.
La extensión del jineterismo
Damos un salto espaciotemporal para viajar a la Cuba de los años 40 y 50. La isla se vendía como el destino turístico del juego, las playas, la diversión y el sexo en Estados Unidos. En parte por esto estuvo tan estigmatizado el sector turístico en las primeras décadas tras la toma de poder de los barbudos: los países ricos acudían para divertirse sin filtros a los países más pobres, una cara más de la división internacional del trabajo. Sin embargo, la prostitución se mantuvo durante la revolución cubana, aunque ocultada —y perseguida—, y en la década de los 90, tras el duro golpe por la caída de la URSS, Cuba atravesó un periodo de aperturismo con respecto al turismo que conllevó un auge del turismo sexual no siempre explícito.
De hecho, Cuba es un ejemplo bastante claro de lo que sucede en muchos otros países del sur mundial: convive una economía local con una para los extranjeros a la que los locales apenas tienen acceso, salvo de refilón o clandestinamente. Es más, en la isla se han atravesado momentos conocidos como de “apartheid turístico” en los que los locales no podían entrar a ciertos lugares.
En estas condiciones, se da la situación de que, aunque las necesidades más básicas están cubiertas, la llegada de extranjeros hace palpable el estancamiento de la economía local y la dificultad de acceder a ciertos bienes y servicios a los que los extranjeros sí pueden acceder. Una desigualdad palpable tras un escaparate. Para muchos jóvenes, la manera de acceder a estos recursos es a través de una práctica conocida como jineterismo o “cabalgar al turista”.
El jineterismo en Cuba es un fenómeno harto conocido y es curioso observar cómo en algunos foros de viaje y guías como la Lonely Planet se alerta contra los jineteros equiparándolos con timadores de turistas y vendehúmos. Estos sujetos están fuertemente racializados, lo que tiene relación con la erotización durante la colonización del Caribe y de África, la esclavitud ligada al deseo sexual y la concepción de los mulatos como sujetos ardientes y más salvajes. En el caso del Cuba —si bien es bastante extrapolable—, la raza tiene un componente de clase innegable: aunque la revolución cubana negó el racismo en su corpus ideológico, existe un sesgo laboral y de poder importante. Además, dado que las principales familias opositoras que envían remesas desde el exterior son blancas y de origen español, la doble economía profundiza aún más esta desigualdad racial.
Este sketch humorístico de los cómicos Key y Peele da buena cuenta de la racialización y estereotipación de los afrodescendientes y su vinculación con la esclavitud.
El jineterismo es un buen ejemplo para ilustrar cómo muchos jóvenes se sirven de los estereotipos con los que son identificados para participar en este sector de la economía que tantos beneficios ocultos les reporta. El componente de género tampoco puede negarse: en Cuba se tilda frecuentemente a los jineteros de sementales o valientes y a las jineteras de inmorales. Tampoco puede olvidarse la variable de la orientación sexual: a los jineteros que frecuentan hombres se los denomina pingueros y cargan con estigmas propios —aunque relacionados con los anteriores—.
Para ampliar: “Turismo sexual, jineterismo, turismo de romance. Fronteras difusas en la interacción con el otro en Cuba”, Ana Alcázar Campos en Gazeta de Antropología, 2009
Sin embargo, a medida que se hace más explícita la instrumentalización, estas categorías se van diluyendo. En otros países, como Senegal o Kenia, donde el turismo sexual se hace más explícito y pierde ese romanticismo, comienza a surgir un debate de quién instrumentaliza a quién.
Las importantes desigualdades económicas existentes en estos casos hacen que el debate sobre la libertad de elección en estos encuentros pierda consistencia y muchos hombres admitan sentirse víctimas de la situación tanto por la instrumentalización de sus cuerpos como por las repercusiones sociales en su entorno. Estos encuentros son un verdadero experimento social que pone sobre la mesa una serie de interrogantes claves en los estudios etnográficos, marxistas y de género. ¿Obran las mujeres igual que los hombres una vez alcanzada la misma posición en cuanto a poder y recursos? ¿Puede el orden patriarcal al sistema económico internacional? ¿Cómo repercute este turismo en relación a las mujeres locales? ¿Implica el turismo sexual entre países ricos y pobres siempre, de alguna manera, prostitución? ¿Cómo influye el marketing turístico y de búsqueda de lo auténtico en este tipo de turismo?
Nos encontramos ante un fenómeno en auge que pone en cuestión muchos conceptos preestablecidos y obliga a replantear los marcos con los que estudiamos la realidad. Esta termina chocando con el guion preescrito del turismo de paquetes y nos muestra la fluidez y lo impredecible de lo glocal.
Rumbo al sur: el turismo sexual de las mujeres fue publicado en El Orden Mundial en el S.XXI.