Revista Baloncesto

Ruth Beitia es y crea afición

Publicado el 07 agosto 2022 por Toni_delgado @ToniDelgadoG

El recorte de diario más antiguo que conservo de Ruth Beitia (Santander, 1979) es una entrevista de Carlos Arribas publicada el 7 de marzo de 2005 en El País. Dos días antes, la saltadora había ganado la medalla de plata en el Mundial en Pista Cubierta de Madrid con 1,99 metros y, sobre todo, había saltado su barrera mental: "Llegaba un gran acontecimiento, me presentaba con la segunda o tercera mejor marca y luego no cumplía. Me podía la responsabilidad y no era consciente de que podía llegar a hacerlo".

"Esta ha sido la principal lección que aprendí en los Juegos Olímpicos de Atenas, en los que no pasé a la final: que no tengo que temer nada", continuaba Beitia, que reconocía que había trabajado dicha "fragilidad" con Toñi Martos, su psicóloga. Me impactó tanto la imagen que ilustra la conversación que compruebo que es como la recordaba: la saltadora, retirada desde 2017, aparece tumbada y pensativa en la pista, mientras que en el margen inferior izquierdo se ven sus zapatillas y un osito de peluche.

Tiempo después, me enteré de que el animalito que tenía los brazos abiertos como si pidiera un abrazo se llamaba Nico y la acompañaba a los entrenamientos y competiciones. En los últimos años como deportista de la cántabra Nico ya no haría acto de presencia.

En Ruth Beitia: salto a las alturas (Ediciones Cydonia) conocemos más a la considerada mejor atleta española de la historia. "No es una biografía al uso", como recalca en la introducción el autor, Karel López, pero sí un retrato personal y colectivo, emocional, deportivo y humano de la doble medallista olímpica. Son 15+1 capítulos en los que el periodista deportivo demuestra que sabe llegar a cualquier público, no sólo al experto.

Eterno observador, Karel López es capaz de describir los movimientos y gestos de Ruth Beitia antes de saltar de una manera muy visual, poética y sencilla, le gusta recurrir a películas y canciones que le ayuden a explicarse mejor, y tiene la habilidad de contarnos historias e ideas complementarias sin que desentonen. Más bien, las hace encajar como un guante para explicarnos mejor un campeonato o un contexto, como la evolución del deporte femenino en España. Duele saber que hasta los Juegos Olímpicos de Montreal 1976 no participase la primera atleta española: la pionera fue Carmen Valero.

Pasión y entusiasmo

La saltadora cántabra se ha retirado dos veces de la competición. La primera, sólo cinco días más tarde de su decepción en Londres y apenas duró 77 días (dos meses y 14 días). Paréntesis en el que se aficionó al patinaje de velocidad y rebajó mucho su tiempo dando vueltas alrededor del Aeropuerto de Parayas (Aeropuerto Seve Ballesteros-Santander), de su querida ciudad. La lluvia y Ramón Torralbo fueron claves para que volviese a competir.

Después, Beitia aprendió, en el más amplio sentido del verbo, a disfrutar la competición, multiplicar su confianza y optimizar su espíritu de competitividad y regularidad. Mientras sus rivales aparecían y desaparecían, debutaban y/o se retiraban, ella se convertía en la saltadora de referencia. En general, saltaba menos que antes, pero casi nadie la pudo superar en su segunda etapa. Nadie en la historia ha logrado encadenar tres Europeos siendo la mejor como ella.

Es un exponente de longevidad y de supervivencia, y de, como le contaba a Carlos Arribas el 17 de octubre de 2016, de nuevo, en El País, ver su profesión como "pura pasión". Una motivación quizás incomparable a cualquier otra y que vivió junto con Ramón Torralbo, su 50%, el entrenador-guía que la supo entender casi desde el primer momento. Una conexión muy bien explicada a lo largo del libro, aunque puede que las referencias sean excesivas.

A Ruth Beitia siempre le ha divertido hablar y conectar con el listón, al que considera su amigo. Un amigo que, tarde o temprano, acaba ganando. La victoria más dulce del listón ante la saltadora cántabra siempre será la del 21 agosto de 2016 en el Estadio João Havelange, cuando Ruth Beitia superó el límite de 1,97 metros. Su oro en los Juegos Olímpicos de Río es uno de los momentos de los que se habla más en Ruth Beitia: salto a las alturas, y que tiene un capítulo específico, el tercero, Radiografía del concurso de su vida, en el que descubrimos sus miedos, las duras visualizaciones que le proponía su psicóloga... Detrás, de cada medalla hay mucho trabajo invisible.

Confieso que esa noche mi deseo se cumplió a medias. Quería, porque creía que se lo merecía, un oro para Ruth Beitia, y otro para la croata Blanca Vlasic, otra referente, en su caso, muy torturada por las lesiones y que no sale bien parada en el libro. La cántabra siempre se hizo amiga de todas sus rivales, menos de la croata, que, desde la distancia, siempre me pareció una competidora insaciable y carismática. Vlasic fue bronce en Río, también con 1,97 metros, y es, con 2.08 metros, la segunda saltadora que ha superado un listón más alto. El récord de Stefka Kostadinova (2,09) tiene casi 35 años.

"No puedes rendir todo el año al 100%. El cuerpo no es capaz. Seguramente tampoco lo sea para la cabeza", advierte Karel López, que sabe muy bien de lo que habla: ha competido en pruebas como los 200, los 400 y los 800 metros. Por eso en su obra también repasa momentos complicados de Ruth Beitia, instantes de lesiones y dudas, de frustración con el resultado y la pista, como el Mundial en Pista Cubierta de Praga de 2015. Y, como buen cronista, sabe sacar especial provecho de las competiciones de Ruth Beitia que ha vivido en directo regalándonos detalles muy precisos. Se conocieron en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, cuando Ramón Cid, exdirector técnico de la Real Federación Española de Atletismo y responsable de saltos durante muchos años, coló al periodista deportivo en esa zona privilegiada. La cántabra le hizo un rato de guía a Karel López.

La última parte del libro es una colección de retratos sobre la cántabra de personas que la conocen bien. "Comparte lo que tiene y transmite lo que siente", la define Carlota Castrejana, olímpica en baloncesto y atletismo, y la periodista de RTVE María Escario reconoce que el oro de Ruth Beitia hizo que llorase por "primera vez en mi vida [...] en un plató". "Llega al corazón de todos", asegura Antxon Blanco (El Diario Vasco). Saleta Fernández, a quien hay quien ve como su sucesora, fue compañera de entrenamientos y es una buena amiga, y la retrata como su "hada madrina". Su amigo Manolo Martínez, bronce olímpico en lanzamiento de peso y artista, incluso le dedica un soneto: "Canta o salta una bella melodía, vuela sin miedo, sutil y elegante". "Tiene algo especial. Ayuda a crear afición", sabe Ramón Torralbo, el entrenador con el que ha crecido y al que ha hecho crecer hasta el último día.

Autor: Karel López. Título: Ruth Betia: salto a las alturas. Editorial: Ediciones Cydonia. Valoración: 4.3 sobre 5.

Momentos complicados


El diálogo con el listón

La protagonista del libro es un ejemplo por sus palabras y, sobre todo, por sus hechos, y transmite pasión y entusiasmo sin caer en el discurso de todo es maravilloso. Ruth Beitia nunca ha dejado de tener los pies en el suelo ni de abanderar el deporte limpio. Con los años y tras la detección de las trampas de algunas de sus rivales, ha pasado de ser séptima a cuarta en los Juegos Olímpicos de Atenas, y la sanción por dopaje a la rusa Svetlana Shkólina le ha dado dos medallas que realmente le pertenecían: la plata del Mundial al aire libre de Moscú de 2013 y, sobre todo, el bronce de los Juegos Olímpicos de Londres 2012.


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