Revista Opinión
Transcurre agosto con esa sensación de vacuidad propia de los días quietos, sin pulso, que se consumen aguardando que las manecillas del reloj avancen parsimoniosas para marcar alguna novedad inexistente, alguna alteración de esa monotonía en la que agonizan sin que se distingan unos de otros. Aburridos, a veces el aire refresca jornadas interminables de luz y calor, y otras el viento se entretiene en jugar con las hojas de los árboles, persiguiéndolas por las aceras. Son intervalos que apenas perduran un instante para acabar enseguida aplastados por las rutinas de agosto, prematuras víctimas de lo que surge a destiempo. Sólo queda esperar, seguir aguardando y entregarse a esa nada que nos adormece en un vacío existencial y anímico. Ya pronto mudará el tiempo.