Daniel de Pablo Maroto, ocd
“La Santa” (Ávila)
El día 14 de diciembre celebra la Iglesia, y de manera especial la familia del Carmen Descalzo, la muerte de San Juan de la Cruz. A su memoria dedico estas reflexiones para gozar más y mejor de su fiesta.
Los lectores poco habituados a los textos de san Juan de la Cruz pueden pensar que centra su atención solamente en el Dios en sí y el Dios para el hombre, él tan “místico” y endiosado Y, como consecuencia, puede dar la impresión de que los marcos existenciales y la encarnación del hombre en la historia están ausentes de sus intereses personales.
Sin embargo, san Juan de la Cruz, como los grandes místicos y profetas, contempló el devenir de la historia como el cumplimiento de un designio divino sobre la humanidad que no contradice, sino que completa, lo que perciben los historiadores en las fuentes documentales. De hecho, profundizando en sus escritos, descubrimos que, sin ser su preocupación fundamental las referencias a la historia de su tiempo, abundan los hechos históricos en sus obras como las alusiones al “hombre espiritual”, a los “directores espirituales”, a las “devociones populares”, a los creyentes que dan mucha importancia a las manifestaciones de Dios en las “visiones”, “locuciones divinas”, etc., en detrimento de una profunda experiencia de Dios en pura fe, esperanza y caridad. Como prueba documental de su doctrina alude algunas veces, sin especificar demasiado, a las prácticas de personas conocidas que quedan generalmente en el anonimato.
(Es el proyecto de purificación del entendimiento, memoria y voluntad con la práctica de la fe, esperanza y caridad. Libros II y III de la Subida del Monte Carmelo).
En esta fiesta de Juan de la Cruz recuerdo su doctrina sobre el Dios presente a la historia de la humanidad y dirigiendo su destino, oculta pero eficazmente, y es uno de los temas que siempre me han impresionado en las repetidas lecturas de sus obras. Dios interviene en la marcha de la humanidad a su manera. Por ejemplo, comenta el Santo que no siempre las supuestas “locuciones divinas” oídas por los “espirituales” pueden ser objetivamente verdaderas porque los “dichos” de Dios superan la capacidad de su entendimiento: “No hay -escribe- poder comprender las verdades ocultas de Dios que hay en sus dichos y multitud de sentidos”. Y la razón es que “Él está sobre el cielo y habla en camino de eternidad; nosotros, ciegos, sobre la tierra, y no entendemos sino vías de carne y tiempo” (Subida, II, 20, 5).
Aunque en este contexto cita a Eclesiástico, 5, 1: “Dios está sobre el cielo y tú sobre la tierra, no te alargues ni arrojes en hablar”, la confirmación plena de la doctrina se encuentra en Isaías, 55, 8: “Vuestros caminos no son mis caminos. Mis pensamientos no son vuestros pensamientos”. La distancia es infinita, como la de la tierra al cielo. El hombre obra con sus “modos y términos bajos”, a los que alude Juan de la Cruz (Dichos de luz y amor, n. 26). Pero también exalta sobremanera la racionalidad humana porque “un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo” (Dichos, n. 34).
Dicho esto, como ejemplo parcial de cómo Dios interviene o dirige la historia de la humanidad, desciendo a una visión providencialista de la misma, a pesar de que la palabra Providencia aparece un par de veces en sus escritos (¡!), como recogen las Concordancias, que puede causar admiración en los lectores. Encuentro un punto de interpretación de los sucesos humanos dirigidos por Dios en uno de los Dichos de Luz y Amor que suena así:
“Siempre el Señor descubrió los tesoros de su sabiduría y espíritu a los mortales; mas ahora que la malicia va descubriendo más su cara, mucho los descubre” (n. 1).
Creo, y así lo propongo, que “el dicho” de Juan de la Cruz es una clave de interpretación de la historia de su tiempo y que la podemos proyectar sobre la historia de la humanidad interpretada no con criterio historiológico, sino desde una visión providencialista de los acontecimientos humanos. Juan de la Cruz no es un historiador que narra lo que sucedió en su tiempo, sino como intérprete de unos hechos con criterios teológicos.
No especifica cómo el Señor siempre se manifestó enriqueciendo a los hombres o mujeres con su sabiduría y espíritu. Se trata de una afirmación general que obliga a los lectores a repasar la historia de la humanidad y ver en los acontecimientos concretos la presencia providente de Dios en ellos en una lectura creyente. Suponemos que se puede referir a la actuación de Yahvé en el A. Testamento mediante los grandes reyes y profetas y en el N. Testamento con la actuación sabia de los grandes santos y sabios del cristianismo que nunca han faltado en la Iglesia. Sabemos que, de hecho, la historia se mueve en gran medida por la actuación de los grandes genios y santos y que ellos, seres privilegiados, son los aludidos por el Santo en su aviso: los mortales.
Pero también resulta evidente que Juan de la Cruz, al referirse al ahora, la historia de su tiempo, está pensando en los sucesos religiosos muchos y graves: la relajación de la vida religiosa en tiempos del Renacimiento con una sede romana moralmente corrompida; las herejías de luteranos, calvinistas y anglicanos; las guerras de religión; la relajación de la vida religiosa y de los mismos laicos, etc. Contra esa malicia de los hombres, mucho más descubre su acción con la presencia de santos y santas que vivieron con integridad el Evangelio y crearon instituciones de reforma y órdenes nuevas; que misionaron en tierras lejanas. Al mismo tiempo, Dios derramó su sabiduría en santos y santas que escribieron admirables libros de teología, espiritualidad y de mística, etc.
El siglo XVI español es un ejemplo claro de que Cristo no abandona nunca a su Iglesia: a grandes males, ofrece grandes remedios. Juan de la Cruz no escribe como historiador, sino como uno de tantos genios santos del siglo XVI que salvaron a la institución Iglesia. Y restos de aquella generación santa y sabia todavía perdura en nuestro tiempo como herencia. San Juan de la Cruz, santa Teresa y la multitud de santos de su tiempo son un signo más de que Dios Providencia y el Cristo resucitado siguen actuando en la atribulada historia de nuestro tiempo.